LA CRÓNICA DE SEVILLA

Alicia en el país de las Maravillas


viernes 12 abril, 2024

Daniel Luque se inventa una Puerta del Príncipe la tarde en que Urdiales brilló con la verdad y Talavante con su reencuentro

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Daniel Luque volvió a convencer a Sevilla a base de capacidad, pero también de clase © Eduardo Porcuna

Buena, muy buena se está poniendo la feria que estamos echando. Tanto que Sevilla se está convirtiendo en algo parecido a ese País de las Maravillas que pintó Lewis Carroll. Porque en el albero amarillo pasan cosas descomunales, pero también son extraordinarias las que se adueñan del palco. Hoy, sin ir más lejos, Daniel Luque hizo de Alicia para protagonizar un milagro en el ruedo y otro en la mano del presidente. No me parece mal. Es más, me alegro de que el sevillano se lleve esta tarde al recuerdo por la inmensa superioridad que demostró sobre un ruedo que no siempre lo veneró como ahora. Expliquémonos, pues.

La tarde tuvo tres toros y medio con opciones de brillar en Sevilla, aunque la inercia triunfal que llevamos en la feria hable de un notable encierro de Núñez del Cuvillo. Notable, fue, mas no extraordinario, porque ninguno de los toros que echó don Joaquín en Sevilla fue para dejarlo en la memoria. La suerte fue que hubo tres toreros mayúsculos con ganas de triunfar con el material que hubiera delante, y eso lo debe agradecer el ganadero. Fue la primera maravilla; la que puso una oreja en la mano de cada actuante antes de que llegase el ecuador del festejo.

Fue de maestro consumado en el uso del capote la de Luque, que lo meció, le dejó caer el vuelo o le soltó una mano para el remate según requiriese el tercero. Pero cuando se le fue Urdiales a quitar por chicuelinas brillantes, le salieron los gatos de la chistera a Daniel para echarse el capote a la espalda en saltilleras de premio. Y un remate a una mano, soltando la punta del capote que más lejos quedaba de él. Ganaba Sevilla. Ganaba el toreo. Y ganaba él el corazón de la plaza, que ya no se movió de su esportón ni cuando se terminó la tarde. Porque antes había que saber cómo mantener el vigor de un animal mortecino que pareció revivir en la muleta de Dani. Y entonces ya no paraba, porque le ajustaba Luque la exigencia a su posibilidad. Matemático, el sevillano, que tiró de magia a mitad de faena para desplegar sus maravillas con la mano izquierda volandera. Y de libro fue el estocadón, que tiró sin puntilla al toro y lo mandó sin una oreja a destazar.

Le hubiera cortado otra rotundísima y señorial al que cerró plaza, un jabonero sucio de poca gana y menos empleo al que consiguió soplarle series que jamás pensó el animal que podría embestir. Perfecto afianzando, citando arriba, embrocando a ras de arena y vaciando hacia el cielo sin mirar el reloj del conejo del tiempo. Magistral transportando, haciéndole creer al toro que tenía alguna opción de ganar esa pelea. Inmenso conquistando el sitio, defendiendo sus dos palmos, ofreciendo muslos y barriga a un animal vencido por su convicción. La estocada no fue cumbre, pero sí contundente, resultona, de efecto breve. Y aquí la maravilla fue la de José Luque Teruel, presidente del festejo y protagonista, además, en la corrida del martes. A él lo debió confiundir el Sombrerero Loco, porque ese segundo pañuelo, que abría otra vez la del Prícipe, no pareció tan riguroso como negarle la vuelta al ruedo al toro de Santi Domecq. Lo mejor es que fue por exceso y eso honra a un preisdente.

Honra también a Diego Urdiales haber venido a conquistar el País de las Maravillas sólo armado con un capote, una muleta y un mundo de naturalidad. Vino a proponer a Sevilla el toreo más sincero y honrado que uno pueda recordar. Fue mejor, mucho mejor la propuesta de Diego para trazarle al primero con el palo recto y el vuelo tras la cadera, sin renunciar jamás a pegarle muletazos a un animal que nunca pareció guardar el fondo que guardaba. Ni un error cometió el riojano, ni un gesto fuera de lugar, ni un matiz que enfadara a la Reina Roja. Por eso, tras la estocada, entrando despacio y sin prisa alguna para enterrar el acero hasta las cintas, paseó la primera oreja de una tarde que guardaba más. Pero no a él.

Le sucedió a un Alejandro Talavante que ahora sí se va pareciendo a aquel que ascendió a los cielos las tardes de primavera y verano del año en que se marchó. El extremeño volvió a creer, a conectar con él mismo, a mostrar hambre de ser superior porque maneja los trapos por encima de los dos que hoy le tocó enlotar. A ese segundo, de tan buen fondo como escasa fuerza, fue capaz de mantenerlo para obrarle maravillas. Como esa serie natural en que se rompió el tiempo, o ese cambio de la diestra a la zurda que todavía le está pegando al animal. Pausa, genio, ralentí, superioridad máxima la de Alejandro con su lote. Pero el segundo le dio lo que había y al quinto se le olvidó. Cosas del País de las Maravillas, que nunca sabes lo que puede ocurrir.

Hoy le devolvió la sonrisa a uno al que le había tocado llorar, y le permitió acordarse de los suyos en momentos de gran necesidad. Pero hubiera sido la tarde igual de rotunda y maciza sin un exceso de cariño del que había sido cicatero el martes, cuando presidió. A este Luque no le hace tanta falta que le digan lo por encima que está.

FICHA DEL FESTEJO

Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Feria de Abril, sexta de abono. Corrida de toros. Tres cuartos de entrada.

Toros de Núñez del Cuvillo, dispares de hechuras, terciados en general. De gran temple y nobleza el medido de fuerzas primero; con nobleza, temple y buen embroque un segundo al que no le sobró la raza; medido de raza y fuerzas el manejable tercero; falto de vida el noble y soso cuarto; con carácter y exigencia en sus embestidas el vibrante quinto; muy venido a menos un sexto al que le faltó empuje.

Diego Urdiales, oreja y ovación.

Alejandro Talavante, oreja y ovación.

Daniel Luque, oreja y dos orejas tras aviso.

FOTOGALERÍA: EDUARDO PORCUNA

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