DIARIO DE UN ESPAÑOL EN MANIZALES

Manizales, un viaje por el cielo


domingo 13 enero, 2013

Después de una semana en las faldas agrestes que sustentan la San Francisco de los Andes, escribo desde la habitación del hotel que ha guarecido mi sueño de pasear por las nubes. Juli acaba de soñar el toreo, como yo este viaje. No hay cúlmen más grande ni satisfacción más completa que concluir toreando de salón.



Después de una semana en las faldas agrestes que sustentan la San Francisco de los Andes, escribo desde la habitación del hotel que ha guarecido mi sueño de pasear por las nubes. Juli acaba de soñar el toreo, como yo este viaje. No hay cúlmen más grande ni satisfacción más completa que concluir toreando de salón.

Porque en eso ha consistido este cuaderno de bitácora que concluye a la vez que la feria que me enseñó que el toreo en América no es mejor ni peor. Es distinto. Y es necesario que respetemos y cuidemos la personalidad, el carácter y el profundísimo alma de esta tierra y estas gentes a las que volveré siempre que tenga ocasión.

Y en las nubes comenzaba el día en que, por fín, me puse a caminar Manizales. El teleférico -el cable para los manizaleños- me paseó por la cúspide de una ciudad que guarda celosamente su pasado colonial y se emociona y enorgullece con su presente patrio. Más cerca del cielo aún las casas se arremolinan en las laderas del inmenso vaivén de cuestas y ángulos inverosímiles en las casas de baraque. Sobrevolaba los tejados de unas gentes que se asoman al balcón del toro y acuden a respetar e idolatrar su tradición.

Como idolatran al Bolívar cóndor que se yergue imponente en el centro de la plaza que lleva su nombre. Sobre él, sólo la catedral, gigante de piedra joven en inconfundible neogótico americano, vela por las gentes que se echan a la calle para celebrar su feria. Una feria que nació en torno al toro. Porque fue primero la taurina y después se echó el pueblo a la calle. Y es esa gente, el manizaleño llano y amable, que mira al forastero con limpia mirada y brazo abierto, la que construye el futuro a la sombra de Kumanday.

Y amarra su fe en la emocionante y orgullosa interpretación de su himno antes de que los toreros comiencen a caminar el paseo. Enraiza su peculiar idiosincrasia en la tremenda facilidad con que uno se siente de acá nada más pisar sus empinadas calles. Uno se lleva para siempre el trato recibido, pero también una lección de vida y de obras que comienza en una empresa, Cormanizales, que trabaja duro durante todo el año para que la feria haga un poco más felices a los niños que se benefician del indulto que hoy ha firmado El Juli, de la gran faena de Castella al sexto, del amor propio de Pepe Manrique. Fueron 400 millones de pesos (casi 200.000 euros) los que recaudó el festival. Faltan las liquidaciones, pero ha sido una muy buena feria para el hospital.

También para los toreros emergentes, porque David Mora y Eduardo Gallo firmaron dos obras de categoría y eso les ha servido para sonar muy fuerte también aquí. Y para figuras como El Juli, que reventó la plaza el día que se despedía la feria hasta el próximo enero.

Pero sobre todo para nosotros. Cuando mis pies pisen España recordaré que en Colombia, en Manizales, dejo un trozo de corazón y buenos amigos que lo son apenas de hace un rato y sé que lo serán por siempre.

Acabo de volver del concierto de Alejandro Sanz y Carlos Vives y ha comenzado a llover justo cuando llegaba a la habitación del hotel. Cuando los ángeles lloran es porque les da pena que abandonemos esta tierra. «Vuelvan. No olviden lo que han vivido», me decía un emocionado anciano estrechando mi mano en la plaza, «pero, sobre todo, gracias por contarlo tan bien». Ha pasado un rato y me estoy emocionando aún. Como estoy seguro que lo haré a partir de ahora cuando escuche el nombre de Manizales. La San Francisco de los Andes…