LA CRÓNICA DE MADRID

Fabricar un sueño


domingo 5 abril, 2015

Eugenio de Mora rozó la puerta grande fabricando una tarde con retales de Martín Lorca; Víctor Barrio se dejó el alma en dos ovaciones y Pepe Moral estrelló su pureza con dos inválidos

Eugenio de Mora rozó la puerta grande fabricando una tarde con retales de Martín Lorca; Víctor Barrio se dejó el alma en dos ovaciones y Pepe Moral estrelló su pureza con dos inválidos

Los sueños tienen la ventaja de que ya se disfrutan cuando se piensan aunque no se materialicen jamás. Los sueños se suelen escurrir de las manos porque se piensa, a veces, que basta con dibujar una sonrisa al imaginarlos para que se queden en la mano, el alma o el corazón. Se suelen escurrir, los sueños grandes, como el agua entre los dedos, porque nadie piensa mucho en que los sueños se pueden fabricar.

Vino a Las Ventas por enésima vez un tipo alto que no sonríe mucho, habla poco y pisa con la seguridad de quien conoce el camino. Ese tipo, flaco, espigado y enjuto, ha tenido los sueños tan cerca y tan lejos que ya sabe qué hacer con el material que los moldea. Tardes de sudor y de sangre ha vivido en esta plaza, tardes que le han servido para fabricar lo que sueña. Como hizo hoy desde las seis de la tarde. Minuto arriba o abajo.

Desde el mismo momento en que se abrió de capa con el abreplaza supo Eugenio que la tarde era hoy. Y fabricó el sueño de que así fuera. Poco percal quiso el cuarto, el toro con el que vibra Madrid; cornalón por delante, con las puntas al cielo, el lomo largo y la trana estrecha para que no pese mucho en la veloz carrera que ya enseñó en banderillas. De rodillas en el tercio tiró la moneda Eugenio, siempre para torear, para ofrecer por abajo el fleco y disparar el alma detrás del trapo, como hacen los tipos resueltos. «De rodillas en misa y poco rato», decía el maestro Robles, que en paz descanse. Así, poco rato estuvo Eugenio, pero lo dejó todo claro.

Tanto que cuando le dio metros al negro salpicado ya tenía a la plaza con él. Lo dejó llegar, lo metió en el trapo sin que llegase a tocarlo y disparó el largo brazo para que viajase en línea recta sin una exigencia, sin un tirón. El remate y la carrerita para alejarse de nuevo. Lidia de fabricante de sueños, de torero veterano que conoce las teclas y apresta los dedos para tocar una a una. Y cuando dejó la diestra en el morro y le encajó los riñones brotarón olés del tendido como en una procesión. La tanda corta, la izquierda ahora echando el vuelo para recoger, embrocando con el pecho encima, soltando fleco para sentir la inercia alejarse de allí. Y cambiar la mano para reventarlo en dos derechazos hondos y parsimoniosos cual si fueran en Sevilla. Pero era Madrid. Y el pelo vale una estocada. La pensó, la fabricó cuadrando sin prisa y la cobró sobre el mismo aviso. Pero ya era suya.

Hubiera valido doble el sueño que vino de Mora y murió en el puñetero pinchazo que no perdona Madrid. Al castaño que abrió plaza le dejó siete verónicas y media para comenzar trabajando el sueño de verse en hombros. No se le entregó del todo a la propuesta medida y seria que viajaba con más verdad de la que dejaba el castaño en los embroques, aunque vibraba Madrid con los remates toreros. Hubiera sido hermoso fabricar el sueño doble, pero hasta lo simple tiene su historia.

 

 

Esa la escribió Víctor Barrio una fría tarde en Valdemorillo y a los medios se fue con el capote a la espalda para repetir hazaña. Entonces fabricó el sueño el flaco torero de Segovia y en el ruedo grande del planeta toro quiso inmolarse o triunfar. Al pecho se le fue dos veces el carbonero apretado de carnes y piel. Ni ahí ni con el aplomo enfermizo que le saco en la muleta le dio a Víctor para fabricar maldita la broma. Por eso le dejó al sexto el trapo en el morro, junto un diente contra el otro y dejó que pasase el toraco tres veces por tanda. Ahí encontró Barrio el secreto de la fábrica; el arcano de los sueños le exigía tres y el de pecho. Pero los sintió tanto el espigado torero que ya veía el trofeo en la mano cuando se empeñó el descabello en hacerle la cruz. En ello andaría pensando mientras saboreaba con ansia la vuelta al ruedo.

Poco pudo saborear un Pepe Moral que recordaba haberlo hecho en el calor del verano, con el mismo vestido que vino hoy a derramar pureza para recibir negación. Ni el descompuesto segundo de cara suelta y a medio humillar ni el deslucido quinto de remisa actitud le permitieron fabricar más que la imagen de un torero comprometido con su idea del toreo; triunfará o no el sevillano, pero sabe cómo fabrica lo que sale de sus telas.

Como lo sabe el veterano que hoy paseó una oreja fabricada y sentida como se sienten los sueños. Hay otra tarde en San Isidro esperando al de Mora. También al de Sevilla y al de Segovia. Tal vez entonces el sueño sea mucho mayor.

 

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Corrida del Domingo de Resurrección. Más de un tercio en los tendidos.

 

Toros de Martín Lorca (primero, cuarto y quinto) y Escribano Martín (segundo, tercero y sexto). Desiguales. de deslucida movilidad el obediente primero; descompuesto y sin transmisión el segundo; humillado pero sin raza ni fuelle el inválido tercero; de movilidad emotiva y media humillación obediente el cuarto; deslucido y sin entrega el quinto; de arrancada corta y vibrante el manso sexto.

Eugenio de Mora (obispo y oro): ovación y oreja. 

Pepe Moral (grana y oro): ovación y silencio. 

Víctor Barrio (grana y oro): silencio y vuelta al ruedo tras petición.

 

FOTOS: Luis Sánchez Olmedo