A CONTRAQUERENCIA

Insensibilidad


martes 26 mayo, 2015

Hay días especiales, días en los que las normas y las fronteras se pueden flexibilizar sin que eso signifique la pérdida del rigor o de la categoría

Insensibilidad

Hay días especiales, días en los que las
normas y las fronteras se pueden flexibilizar sin que eso signifique la pérdida
del rigor o de la categoría. Ayer era uno de ellos, pues con dos compañeros en
el hule y con la responsabilidad de matar en solitario la novillada, Francisco
José Espada, hizo de tripas corazón y se le montó a la tarde con total dignidad
y mucha capacidad. De hecho, fue más que eso, porque el compromiso no sólo no
le pesó, sino que lo solventó de manera brillante, ya fuera cuando tuvo que
tirar de valor y raza para sobreponerse a las dificultades o cuando alguna
embestida medianamente templada le valió para dibujar el mejor de los trazos
posibles con su muleta. Y encima le sobró disposición para echarle un pulso al
destino, pues cuando todos los médicos de la plaza estaban ocupados, el
madrileño se la jugó en una porta gayola al todo o nada.

Francisco nunca perdió la cabeza y controló la
situación con sobradas tablas, por eso la plaza estuvo de su lado desde que
entendió el berenjenal en el que estaba metido el chico, pues cuando la tarde
todavía llevaba el curso de la normalidad, a pesar de que Martín Escudero ya
había caído, el mismo Madrid no le echó cuentas al valor que tuvo que poner en
juego Espada para quitarse de en medio el primero de su lote. Después sí. Y la
oreja del cuarto fue tan justa como merecida. El exabrupto ocurrió en el
quinto, cuando después de haber construido la faena más sólida de las cinco que
hoy realizó, y con el público en mayoría batiendo sus pañuelos solicitando la
merecida oreja –con la consecuente Puerta Grande en ella–, el presidente
decidió que no. ¿Será posible? No perdió los estribos el de Fuenlabrada, que
pareció decidir que en el sexto iba a dar los argumentos que el presidente pudo
echar de menos, y todo estaba llevando el camino del éxito, pero la espada se
fue al sótano y con ella cualquier posibilidad de marcharse a hombros. Entonces
sí mostró síntomas de impotencia, cuando el descabello no hacía diana. Normal, un
presidente le había mangado la gloria, la que mereció por esa manera de
afrontar una durísima tarde, pero la insensibilidad de uno, se la llevó por
delante.