LA CRÓNICA DE OTOÑO

La hiel en los labios


sábado 1 octubre, 2016

Curro Díaz y José Garrido se baten el cobre y cobran con una corrida de El Puerto de San Lorenzo dura y áspera, con la que saludan ovaciones

Curro Díaz y José Garrido se baten el cobre y cobran con una corrida de El Puerto de San Lorenzo dura y áspera, con la que saludan ovaciones

 

MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO

Soltó la correa en Otoño la corrida de El Puerto, que fue menos Puerto y más calderilla, porque fueron de metal los disparos de los toros charros para magullar Otoño. Y gracias al cielo que todo quedó ahí. Porque hubo dos toreros con apuesta que venían mano a mano a reventar esta plaza y despejar el futuro, que no hay un coleta que se anuncie en el ruedo grande por octubre si no está dispuesto a dejarse arroba y media de pellejo. Hoy, una vez apostado en el ruedo, un encierro lleno de aristas dejó con la hiel en los labios a dos toreros que no volvieron la cara.

Correa tuvo la de El Puerto, que fue subiendo en intensidad el peligro y la reserva contra pronóstico de los custodios de la fe, que siempre han tenido por dulce el hierro de Lorenzo Fraile y no por tarro de hiel para amargar una tarde. No busca esto Lorenzo, pueden estar bien seguros, pero esto también sale. Sale la aspereza creciente del enorme segundo, y el disparo certero y frío del incierto tercero, y la reposición tobillera del poderoso cuarto que le buscó el pecho a Garrido al enseñarle el acero. Y sale la mala uva del rajado quinto junto con la nobleza sin duración del primero y la falta del gracia del sexto. Como esos dos le sale el malo normalmente al hierro charro, pero hoy los malos vinieron armados con Kalasnikov.

Ni Curro ni Garrido vinieron a Las Ventas a volar sin motor, aunque tuvieran en mente dejar la piel en el ruedo. Ni uno ni otro esperaban navajazos, reyertas, carreras desesperadas por alcanzar callejón y cuerpo a tierra sin llegar a tablas, indefensión entre las patas cual si estuvieran lidiando un toro de media casta. Dura, muy dura la corrida de El Puerto, que si algo bueno tuvo en común fue la humillación al llegar al embroque.

Allí, en los embroques, se marcó la diferencia hasta que llegó la hiel. Y también después. La marcó un Curro Díaz que sumó a su buen momento las ganas del verlo de esta plaza, que lo recibió con la ovación que el jueves negó a Rafa Serna. Suave en el inicio al amparo del 7, compuesto, confiado, armónico en la expresión del encaderado inicio. Y el tendido jaleando, desde el muletazo inicial hasta el largo de pecho, recreándose en la voz que acompañó el de la firma. Porque no es largo el toreo de Curro, pero sí muy profundo cuando decide enterrarse. Se le vino a menos ese primero cuando le exigió abajo y le ligó los pases, pero le hubiera cortado una oreja si llega a funcionar la espada. La ovación fue de miel. La hiel se hizo esperar un poco.

La trajo con él el tercero, al que empujó con fe ciega un Curro que no esperaba la afrenta. Dos veces le amenazó el bicho frenando bajo la tela. A la tercera no avisó más. La hiel se llevó al de Linares de paseo por las nubes en un volteretón muy feo que aprovechó el animal para sacudirlo en el aire. Milagrosamente indemne, tiró de raza el torero para volverse a la cara, para echar a volar la diestra y exigirle en los infiernos, de donde se volvió el funo para echarle mano de nuevo. Y entonces llegó el toreo. Aturdido y magullado, buscó Curro la miel de su melodiosa izquierda para dejar tres naturales en el cénit de la tarde. Y la hiel se llevó la espada al sitio de no sumar.

Como no sumó con el quinto, que llegó desde el chiquero pidiendo un carro del que tirar y se lo dio Montoliú en forma de capote presto, encelador, volátil a un lado y a otro para que rompiera a correr el mansurrón de Lorenzo. Le apostó al voluminoso toro el torero de Linares, que se sentó en el estribo para iniciar desde allí, soplándole don trincherazos que anunciaban intención. Manso el toro, rajado, imposible para el triunfo, pero no para aprovecharle la huída hacia adelante en los dos primeros pases. Y ahí dejó extraordinarias Curro las fotos para los del 4. Lo de matar fue otra historia.

Como lo fue la de un José Garrido que esperaba en la de hoy la tarde de la miel y el triunfo. Vino concienciado, con fe, sabedor del final de campaña que le ha salido del lomo. Vino a pegar muletazos y se encontró con el látigo, con la saña, con la reposición y con el hule. Y también con un segundo que fue soso hasta para embestir en los estatuarios del inicio, donde destacó la firma y el de pecho posterior. Una tanda de mano diestra, más constructora que exigente, fue la que le pudo pegar. Después, la noche. Pesó ese zambombo segundo en la romana y en el ruedo, pero más pesó la hiel del cuarto.

 

Se la mostró poco a poco, reponiendo primero a la firmeza de Garrido, remontando después su quietud de planta y rebañando finalmente cualquier muestra de composición. Como un perro se arrimó el extremeño a la correa dura y rebañona, hasta que hizo blanco el de El Puerto y lo lanzó a volar. Con arrestos y con fe le pegó circulares Garrido, ya donde quiso el toro, y se inmoló en manoletinas que preludiaron la estocada. No llegó certera ésta por el giro de cabeza del bicho para visitarle el pecho cada vez que quería pasar. Hasta que llegó el encontronazo, la conmoción y la enfermería. De allí salió con cinco minutos de retraso para lidiar el sexto con el cuerpo ya invadido por la hiel del trolebús. Frío, soso, sin emoción, como la calma que llega cuando escampa la tormenta. Lo peor ya había pasado.

Porque lo mejor fue que salieron los dos por su propio pie. Y que enfrentaron la hiel con arrestos de gloriosa épica. Pero se les quedó en los labios aquello que venían a buscar. Después del respeto ganado esta tarde, ya tendrán ocasión mejor.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas. Tercera de la Feria de Otoño. Corrida de toros. Más de tres cuartos de entrada. 

Seis toros de Puerto de San Lorenzo, amplios, pesadores y con volumen. Noble y de cierta calidad a menos el primero; a más en la aspereza y la violencia el zambombo segundo; manso con disparo el incierto tercero; reservón y a la caza el cuarto, de cara muy suelta; rajado pero reponedor con poder el quinto; tontorrón y sin gracia el noble sexto.

Curro Díaz (sangre de toro y oro): palmas, ovación y ovación. 

José Garrido (nazareno y oro): silencio, palmas camino de la enfermería tras dos avisos y palmas tras dos avisos. 

Saludó Abraham Neiro tras parear al cuarto con mucha brillantez. Destacó también en la brega del segundo, como José Manuel Montoliú con el quinto.