LA CRÓNICA DE OTOÑO

Morirse a chorros


domingo 2 octubre, 2016

Otoño cerró con faenas sin remate, una corrida de Adolfo sin emoción con dos toros de cierta calidad y un tono gris que quiso mitigar el aplauso del tendido

Otoño cerró con faenas sin remate, una corrida de Adolfo sin emoción con dos toros de cierta calidad y un tono gris que quiso mitigar el aplauso del tendido

MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO

Morirse a chorros es mirar al cielo e interrogar al Creador por qué te tienen que pasar a ti estas cosas. Morirse a chorros es derramar lástima desde Alcalá, por la M-30 abajo, con un letrero que diga: «Maldita sea mi estampa» navegando entre el derrame. Morirse a chorros es poner cara de circunstancias y echarle la culpa a la espada por ver diluirse ante tus ojos una puerta grande más. Morirse a chorros es lo que hizo El Cid hoy a la muerte del quinto, y no es la primera vez que le ocurre. Con la diferencia sutil de que otros días -algunos muy en concreto- tenía motivos para ello. Lo de hoy es otra historia.

Se murió a chorros Manuel después de trapear animoso a un toro con más voluntad que fondo que le dio fijeza y celo, pero le negó la ligazón. Al menos, la que entiende Madrid como buena, la de enganchar y soltar la carrera galopona componiendo y acompañando las pasadas, sean buenas, malas, regulares o mediopensionistas. De acompañar hubo mucho en el toreo de El Cid, porque sabe administrar a los toros sin exigirles ni el saludo, sabe componer la figura para poner de su parte y engancha los pectorales -eso sí- para que salgan soberbios, y es de ellos de lo que se acuerda el tendido. De lo demás, a estas horas, tampoco me acuerdo yo.

Me acuerdo de la dulzura del segundo, algo más que manejable en las telas suaves que le manejó Manuel mientras le jaleaba el tendido hasta lo regular. A ese le dejó muletazos -para matarlo si no lo hubiese hecho-, pero no le encontró el sello, la personalidad ni el pulso en ocasiones a una embestida ralentizada para reventar Madrid en dos tandas en lugar de administrar mediocridad. Y mucho menos para morirse a chorros, aunque se calentase Madrid -donde es experto El Cid en tocar la tecla buena- con ovación y ovación.

En Murcia no se mueren a chorros, porque son menos del azuquiqui y más de necesitar la emoción. Esa ha sido la medida de Rafaelillo desde que inició su carrera: honrada, cabal, conocedora de sus más y sus menos. Sabe el murciano que necesita esa emoción para llegar al tendido, y el embestidor primero, de humillada arrancada y prometedor final, no la tuvo, por más que fuera de Adolfo, pero fue bueno. Hubiera querido hoy, Rafael, transmutarse en fino estilista para darle vida al cárdeno, pero cada uno es como es, con virtudes y defectos. Hubiera necesitado la mano zurda antes de la quinta tanda, para cambiarle las manos al toro, a mes y medio de los seis años, pero no se las cambió. Tampoco la tuvo -la emoción- el cuarto, más simplón, más soso, con menos recorrido a diestras y una tendencia viciosa a acostarse por la izquierda. Por allí le buscó Rafael acordarse de los naturales isidros, lo mismo que buscó el tendido, pero no fueron igual. Ni parecidos. Como no lo fue la ovación.

Tampoco fue Morenito de Aranda el torero del pasado mayo, pero este no tuvo delante embestidas humilladas ni cuarto y mitad de opción. Se le vino la tarde encima a Jesús, sobre su apuesta, la tarde que eligió él para despedir el año en Madrid. Entre los desplomes del tercero -que hubiera ido para atrás si llega a tener otro hierro- y la sosería del sexto, se le desdibujó la intención por venir todo a la contra, y a penas dos verónicas y media, de un toro que no era suyo, recordaron al torero que conquistó Madrid otras veces. Pero no se murió a chorros.

Lo hizo sólo Manuel, que buscaba resarcirse en la plaza que le da la vida muriendo a chorros el día que más le enganchó el pitón los avíos del currelo. Bastante buena ha sido la campaña, como para rebuscar hoy entre los aplausos moqueros muriendo a chorros.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas. Quinta de la Feria de Otoño. Corrida de toros. Más de tres cuartos de entrada. 

Seis toros de Adolfo Martín, desiguales de presencia y tipo, pero correctos en general. Humillado y con calidad sin poder el primero; con voluntad de embestir por abajo el feble segundo; deslucido e inválido el tercero; soso y tontorrón el cuarto, que terminó rebañando; de anodina obediencia y celo el quinto; espeso y sin gracia el sexto.

Rafael Rubio «Rafaelillo” (azul pavo y oro): ovación y ovación. 

Manuel Jesús «El Cid” (verde botella y oro): ovación y ovación.

Jesús Martínez «Morenito de Aranda” (burdeos y azabache): silencio y silencio.