LA CRÓNICA DE SAN ISIDRO

Los tristes no van al baile


domingo 22 mayo, 2016

Ureña corta una oreja por la vía de la épica mientras El Cid y Fortes pasan de puntillas con la desigual corrida de Las Ramblas

Los tristes no van al baile

MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS
SÁNCHEZ OLMEDO

La lucha a muerte de un hombre y un animal -creando belleza y arte en el transcurso del acto- debería ser cualquier cosa menos triste. No se concibe la gallarda expresión de poder de un hombre o un animal como la conmovedora mano que toca la compasión del que mira la obra. Por eso llegó por la heroica la oreja que se quedó en el ruedo como único premio en la tarde, que pudo contemplar más, pero fue todo muy triste.

Y los tristes no van al baile en que se llevan los chulos los billetes del cajón. Ahora lo sabe un Ureña que tenía su nombre hoy en el friso de la Puerta Grande. Lo quiere Madrid al murciano, le canta lo bueno, lo superior y hasta a veces lo regular, porque se coloca con la pureza y la verdad que no se ve en estos tiempos, se va con el pecho detrás para dibujar naturales y se los pasa muy cerca, muy cerca, como gusta en esta plaza. Pero tiene sus lagunas el murciano, y son esas las que le impidieron hoy irse en parihuelas caminito de Alcalá.

Ha soñado Ureña tantas veces el natural perfecto que se ha vuelto un adicto a buscar su sensación, a poner en escena todos los ingredientes para que llegue su verdad al corazón de la obra, pero se pierde en ocasiones en la búsqueda, desoyendo lo que le susurra la condición del que embiste. Y entonces se desconecta su don con el tendido, se contagia el pagano de su expresión de desolación y todo se diluye entre el manido: «Que pena…». Hoy le ocurrió con el tercero, al que lanceó con fe, con cadencia, con asiento y hasta con el pellizco sevillano que le da morar en aquellos pagos. 

El cite perfecto, tres o cuatro naturales macizos, una firma mirando al tendido 6 que remataba una serie pura. El colorao embistiendo con codicia, con franqueza, con entrega y con clase. Un poema perfecto y una melodía singular se miraban a la par sin terminar de mezclarse por la falta de estructura, de cimiento, de pentagrama o qué sé yo. El caso es que dos piezas notables en sí no se unían en una canción. Y el fondo quedaba triste. Y sin premio, porque los tristes no van al baile porque les devuelve la pena al catre.

Por eso cuando se desmelenó Ureña con el peor de su lote, decidió que era mejor morir que penar y tomó el sendero del hule para utilizar sus armas se conmovió el corazón de Madrid. A ese díscolo toro quinto, con la misma clase que la chacha de Belén Esteban, le aprovechó Paco la emoción. Y se puso muy de frente, y le ofreció muslo y pecho, y le tragó tarascadas hasta que en una se lo llevó. Con la cornada tierna que no tenía operada, con el rostro descompuesto por el dolor, se levantó para volver a la cara, sacarle media muleta y transportar con ella el brío a la senda del triunfo que no debió abandonar. Era de muletazo corto, de valor para quedarse, de muñeca para enganchar y soltar y de corazón para empujar la espada después de que las fuerzas le fallasen la primera vez que lo intentó. Volvía a «mojar» Paco en Madrid. Y ya era suya. Porque ahora sabe que los tristes no van al baile.

Muy triste fue todo lo demás en el festejo. Un Cid haciendo un tremendo esfuerzo para brillar con el cuarto, toro tan estrecho como emotivo, al que le tragó vencidas en corto porque no encontró el gobierno. Y cuando lo hizo, ya no había toro que rascar para que le acompañase al baile. El merodeador abreplaza, que repitió embestidas sin clase una vez que se centró, no era el toro capaz de hacer que reviviese El Cid.

Ni a Fortes le bailaron los suyos para tocar su canción, porque no le encontró al tercero la chispa que le llevase calle y media más allá del indeseable silencio. Y le pegó muletazos, porque tiene valor Saúl para soportar exigencias y para dejar sensación, pero hoy le invadió la tristeza que hizo que se perdiese en el limbo el sobrero de Julio de la Puerta con el que no terminó de estar. Al sexto, un toraco tan amplio como carente de corazón, le aguantó miradas, intenciones y arreos sabiendo que no había premio en su actuación. Y no por ser así de duro deja de ser menos triste.

Porque se marchó al baile el que del triste se olvidó, que tiene aún por delante muchos años para Madrid. Hoy terminó de entrar en Las Ventas Paco porque quiere hacerse el amo de la pista. Tal vez, para ello, deba redondear sus piezas, que es lástima y pena grande que se quede en la puerta el que tiene condición. Y que hoy ya sabe -sin duda- que los tristes no van al baile. 

FICHA DEL FESTEJO

Plaza
de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, decimosexta de abono.
Corrida de toros. Más de tres cuartos de entrada en los tendidos.

Cinco
toros de Las Ramblas, uno de Buenavista (cuarto) y un sobrero de Julio
de la Puerta
(tercero bis), correctos de presencia. De cierta chispa en la
movilidad zurda el manso primero; franco, codicioso, pronto y con calidad el
buen segundo; devuelto por feble el tercero; con raza, humillación y seriedad
en la embestida el tercero bis; de corta y emotiva humillación el estrecho
cuarto; de movilidad sin clase el exigente y díscolo quinto; pasador, mirón y
deslucido el manso sexto.

El Cid (nazareno y oro): Silencio y silencio tras
aviso.

Paco Ureña (rosa y oro): Ovación tras aviso y oreja.

Fortes (corinto y oro): Silencio y silencio.