JUAN CASAS
El reloj marcaba las cinco en punto cuando se dispuso a hacer su particular paseíllo del hotel a
la plaza. No era un compromiso cualquiera. Después de varias campañas
haciendo temporada por el sur de España, se presentaba en la capital del
toreo. La que te da o te quita todo. La de la histórica encerrona del
96 del ganadero del día de hoy. Las Ventas del Espíritu Santo. La
responsabilidad es directamente proporcional a lo rimbombante que suena.
Él apareció sin montera y, tras un ajuste en el nudo del corbatín,
comenzó a disfrutar del espectáculo. Por muchas tardes que pasara
disfrutando del ciclo isidril a través de la tele, nada se asemejaba con
estar allí. Las cámaras de televisión, la Puerta Grande, la seriedad de
los astados, la presidencia… Y hasta el tendido 7 y sus polémicos
pañuelos verdes. Le invadió la extraña sensación de saber que se hallaba
en el sitio en que había que estar.
En la ceremonia de confirmación del
debut, el padrino y el testigo aleccionaron al novel y le facilitaron el
bolígrafo y la libreta real. Sus compañeros de terna, en este caso,
dejaron a un lado la competencia y se dedicaron ayudar en lo posible al
toricantano. Y desde aquí me gustaría agradecérselo. Marco y Emilio,
gracias. No será la última. Un servidor.
