REPORTAJE

La devoción de Sevilla, la devoción de “Gallito”


jueves 13 abril, 2017

La Macarena es, junto a San Bernardo y el Baratillo, la Hermandad más torera de Sevilla: la única vez que vistió de luto la imagen fue por la muerte del genio de Gelves

La Macarena es, junto a San Bernardo y el Baratillo, la Hermandad más torera de Sevilla: la única vez que vistió de luto la imagen fue por la muerte del genio de Gelves

JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO

En la próxima Madrugada del Viernes Santo sale a la calle la
devoción de Sevilla bajo palio. A las doce en punto se abrirán las puertas de
la Basílica para que la Hermandad de la Macarena, un año más, pueda cumplir su
promesa de visitar Sevilla y su catedral. En su saya irá la pluma que recuerda
que un torero, «Gallito», se fue para siempre ataviado de Esperanza y
oro.

Miles de fieles se agolparán a esa hora a las puertas del
célebre templo para que, entre Sentencia y Centuria, aparezca la devoción de
Andalucía doce meses después a visitar su barrio. La histórica Corporación está
íntimamente ligada al mundo taurino, pues la narración de su historia se trata
la de un libro abierto con un sinfín de páginas taurómacas en su interior.
Desde Ignacio Sánchez Mejías, Eduardo Miura –fue Hermano Mayor de la
Corporación-, Pepín y Rafael Martín Vázquez o más actualmente Dávila Miura han
exteriorizado su pasión por la Esperanza. Pero, sin duda, si un torero llevó su
nombre a todos los rincones a lo largo de su vida , ese fue
«Gallito».

 

 

Si dijera que es taurina la saya de la Esperanza; si abriera
de par en par sus tímidos bordados para imponer el orden que su padrino
Joselito trajo al mundo; si la pluma que sostiene volviera a incrustarse en la
gracia de un torero que, de Sevilla para el mundo y de Gelves para la Fiesta,
cambió el rumbo taurómaco de la historia siendo él mismo el propio oro que
tintaría la edad más áurea de aquella bonita etapa; si volviera la Esperanza
que de los años veinte a la actualidad ha sido pilar indiscutible de
generaciones por espera persistente y espera de elevada aspiración humana.

Si dijera que es taurina la saya de la Esperanza; si abriera
de par en par sus tímidos bordados para imponer el orden que su padrino Joselito
trajo al mundo; si la pluma que sostiene volviera a incrustarse en la gracia de
un torero que, de Sevilla para el mundo y de Gelves para la Fiesta, cambió el
rumbo taurómaco de la historia siendo él mismo el propio oro que tintaría la
edad más áurea de aquella bonita etapa; si volviera la Esperanza que de los
años veinte a la actualidad ha sido pilar indiscutible de generaciones por
espera persistente y espera de elevada aspiración humana.

Es la devoción de toda una ciudad, es la semilla de un
barrio romano que depositó en ella la belleza más abismal de las entrañas de
Hispalis. La ciudad que, por gracia o pena que derroche su imagen, siente le
pertenece, que es signo y seña de la parte más solemne de lo popular. Así lo
entendió «Gallito». La única vez en la historia que La Macarena fue
ataviada de luto sería por la muerte de Joselito. No lo ha vuelto a hacer desde
entonces.

Ni su infranqueable capacidad de ordenamiento litúrgico de
la Fiesta, ni la proeza innumerable de ser el pilar dorado de una época
enquilatada en José y Juan, ni la rivalidad con el propio Pasmotrianero, ni
siquiera el tejemaneje de hacer de la tauromaquia una Fiesta digna de lo que
hasta entonces se consideraba basta tradición con meros resquicios artísticos.
Ni siquiera eso. Tan sólo su pasión por la Esperanza.

 

 

Cada Madrugá reitera esa proeza cuando la saya porta en pos
de sí la pluma dorada ¡de gallo! con la que la caballerosa Sevilla condecoró a
su devoción capital tras la trágica muerte del torero en 1920. No era para
menos: la «camaronera», las cinco «mariquillas» parisinas
–característica singular de la talla desde entonces-, los festivales
maestrantes organizados por el mismo Joselito o el atuendo mariano «de
gloria» que el torero le traía desde América hacían que
«Gallito» tratara a la Macarena como si de su Madre física se
tratara. Es la fe a la imagen que da nombre a la ciudad de la Esperanza.

Tremendo debió ser ver pasear aquel ángel por la Sevilla de
principios de siglo; tremendo debió ser su olor a torero; tremenda su
vestimenta, verlo ataviarse como nadie lo hacía y torear como nadie lo había
hecho hasta el momento; tremendo debiera ser observarle rezar a su Macarena;
verlo andar con ese señorío acomodado mas embriagado de la humildad de los
grandes; debiera ser torero de pies a cabeza. Debiera ser Gallo y Joselito.

 

 

Hizo de la Fiesta lo que no era hasta su momento y llevó su
toreo revolucionario al patrón del toreo en la historia. Tuvo personalidad para
afirmar y negarse, para asumir las Monumentales y para decir que iba a Talavera
porque era su vocación la que le exigía esa obligación. Y he mencionado
Talavera: la única ocasión en la historia en que la Esperanza Macarena hubiera
sido ataviada de luto por manos de Rodríguez Ojeda sería tras el destino
trágico de aquel mayo atronador. La que ríe y llora su pena había quedado
huérfana en tierra del toreo eterno de Joselito. Fue entonces cuando López
Alarcón condecoró a la Esperanza Macarena con una de las composiciones poéticas
más bellas de la historia de la Semana Santa:

Ven, pasajero, dobla la rodilla,

que en la Semana Santa de Sevilla,

porque ha muerto José, este año estrena

lágrimas de verdad la Macarena.

«Gallito», José el de Gelves, el que en la calle
Resolana lloró porque su Esperanza estaba cumplida en la Hispalis más romana;
José el de la lidia, la figura de la historia, el que con señorío de donjuán
–pero sin amores- andaba como el más grande; sí, José, sin el «lito»,
que para eso está «Gallito», ese mismo dijo que echáramos la vista
San Gil…y a la pluma que sostiene su Esperanza.