AL NATURAL

Cual si no hubiese mañana


miércoles 26 abril, 2017

Tres toreros ávidos de triunfos se jugaban el futuro en Sevilla, pero unos más que otros; y todos tuvieron un toro para asegurar las portadas

Cual si no hubiese mañana

MARCO A. HIERRO

Cual si no hubiese mañana. Así salían al albero del Baratillo tres chavales que podrían haber apuntado a jugones, como hacen la mayoría de su edad, pero prefirieron buscar el futuro exponiendo la vida a cambio de gloria. Porque hoy, para ellos, no existía el mañana. Aunque para alguno fuese una frase y las casas que los respaldan se empeñen en enmendar una tarde en Sevilla. Como si eso fuese posible.

No. No había mañana para José Garrido cuando se fue al altar de los sustos sin dar tiempo a respirar a la casi media plaza que ocupaba los tendidos. No lo había cuando le jugó los brazos con soberana cadencia al primero en un saludo a la verónica de reventar La Maestranza. Seguro, consciente, ambicioso. Descargando su peso en el compás abierto, encajando el riñón hacia el embroque del toro. Gobernando la arrancada con la mano de fuera, acompañando el sentimiento con la que vuela a la ingle. Y así media docena de veces para sorprender en el remate con una larga del revés. No había mañana cuando le arrastró la mano a la humillación del burraco para jartarse de torear la calidad del Torrestrella en chicuelinas de ajuste, de compás, de adictivo sentimiento. Y aún no había cogido la muleta…

Pero cuando lo hizo ya no había gas en un burraco sin fondo que se le escurrió entre las manos. Y el mañana que entrevió debió esperar hasta el cuarto, un torazo de forma y fondo que fue de largo el mejor del encierro. Ese se le vino codicioso de salida al percal, sin dejarlo respirar al enmendar la figura en un palmo para aprovechar el viaje con el espacio justo para volverse a encajar. El empleo del bicho y el temple del extremeño se conjugaron en un momento mandón para ralentizarle los bríos al toraco embestidor. Y volver a ver futuro en la humillación de una embestida. Porque allí estaba.

Estaba en la boyantía humilladora que le sacó en el inicio, en el empuje entregado con que le tomó la muleta a diestras, a más cuanto más le exigía Garrido -transmutado en superhombre- a un Ruidoso que fue más de nueces. Sintió en pacense un futuro que le hormigueaba los dedos, que le picaba en las muñecas cuando le echaba la bamba abajo y el vuelo volaba rastrero para conducirle la clase. Se vio indispensable en las ferias cuando la media distancia se convirtió en tiro largo para vaciar el final metro y medio más allá. Se supo mucho más caro Garrido cuando le sacudió un sopapo que le mancilló el morrillo y cayó sin más historia el primer toro con nombre que se recordará en la feria. Pero fue solo una oreja. Y le supo a poco a José, después de pisar este ruedo cual si no hubiese mañana.

Tampoco lo había para Álvaro Lorenzo, según se abrió de capote, pero le importaba menos, según gestionó sus urgencias. Y según manejó la espada. Porque convertir en soez una obra sublimada es cuestión de un sablazo chalequero y reincidente. Por lo demás, nadie podrá decirle al toledano recio que tiene mácula con los trapos. Hubiera paseado el pelo Lorenzo el de los lozano si le llega a meter la espada -en un lugar digno- al manejable Mentiroso al que supo construir para torear. Y que le había brindado al malogrado Palomo. Bien empujado en el inicio, perdido el paso después para afianzarle las inercias y definirle recorridos, y templado por último la llegada franca y pronta cuando tocaron a torear. Y eso que le faltó fondo bravo al embestidor Torrestrella, que quiso y quiso en dos series cuando la diestra acariciaba pero se rajó sin remedio cuando sacó a pasear la zurda imperiosa. Ya estaba el tendido caliente con el final junto a tablas, con la inteligencia del recio. Pero se le complicó el acero al que nació en el mismo Toledo. 

Algunas cosas más se le complicaron a Ginés, que tiene respaldo y resultados para notar menos mañanas, pero tuvo momentos hoy de sucumbir a las urgencias. Fue con el tercer Torrestrella, Sencillo solo en el nombre, pero menos complicado de lo que lo vio Marín. Tuvo tranco y alegría ya desde el saludo de solvente lance que le recetó Ginés. Cierto que se le vino bruto cuando se dobló el trapo rojo, cierto que buscaba el cáncamo y que no tenía finales. Pero no es menos cierto que adquiría todo eso cuando la distancia era correcta. Y las intermitencias varias lo apartaron del tendido, aunque firmase dos tandas para recordar su nombre. Aunque saliese también cual si no hubiera mañana.