AL NATURAL

El toro burra


jueves 27 abril, 2017

Un encierro sin raza ni emoción de Garcigrande y Domingo Hernández dejó inéditos a Morante y Talavante, y sólo la raza de Juli emergió de la anodina tarde

El toro burra

MARCO A. HIERRO

Entre un toro y un mulo hay muchas diferencias. O debería. Pero a tenor de lo visto esta tarde, con La Maestranza hasta las tejas, el cartel más rematado de la Feria de Abril y medio mundo pendiente de lo que sucediese en el Baratillo, la deriva que coge la crianza de lidia es la tendencia al toro burra. Al toro, que debería ser un animal musculado y reunido, ágil, atlético y fibroso, se le echa un fardo de quintales encima para darle alzada, caja y largura y desguazarle las hechuras en favor de la basteza. ¿Me quiere contar alguien quién decidió que esa es la corrida que Garcigrande tiene que traer a Sevilla?

En el inmueble de la calle Adriano nunca buscaron romana que excediera de los tipos, y nunca se pidió en el tendido un toro que no armonizara cabos. Y se encuentra hoy con una recua de toros burra que ni se cayeron, ni claudicaron, ni adolecieron de fuerza, pero entre la alforja de kilos artificiales no trajeron media brizna de raza para pelear una miaja. Que no, oiga, que no es este toro burra el que pide Sevilla. Ni el que le ofrece al poderoso Juli lucir su poder de verdad.

Porque la oreja que le arrancó al quinto se la pasea él y muy pocos más. Por eso se apunta Julián a Garcigrande donde quiere mojar pan. Esa llegada dormida y tontorrona, ese desatender trapos como si no fueran con él, esas salidas a su aire desde el embroque en adelante y ese volver cansino para morrar otra vez hay que entenderlo tan bien que no ha de quedar un secreto si se pretende triunfar. Y eso lo conoce Juli. Porque al toro burra que parece bobalicón y pretende pasar por enclasado sólo porque humilla el inicio hay que saber esperarlo hasta después que ha llegado. Y dejarle el trapo en el belfo sin que llegue ni a rozarlo, porque si no se acompaña o se templa pierde el objeto el bicho, y sale entonces desentendido y rajado sin remisión.

Rajado, sí, que eso es lo que tienen los toros burra, que la siguen y persiguen mientras se ven engañados, pero como no tienen raza, se terminan aburriendo tras el más mínimo error. No los comete El Juli, que sabe, además, amarrarlos con media muleta a la rastra, con los flecos tan al morro que es imposible no arrancar, y con tres toques por trazo tan sutiles e invisibles que parecen horadar la profundidad. Y hasta tiene el toro burra la impresión de viaje largo. Pero es un toro burra, y eso la fiesta lo nota. Aunque la sapiencia empírica de Julián alimente a su ambición con otra oreja en Sevilla. Es el jefe, no lo dudéis. Pero es lástima que su poder se mida con el toro burra en una de las tardes más importantes de lo que resta de campaña. Y es casi la temporada entera.

No sé yo si va a matar muchas más de este tipo Alejandro Talavante, que está en un momento tan genial que hasta le sopló muletazos toreros al tercer toro burra que saltó al nuevo albero -de Carmona lo han traído-. Parsimonioso, ceremonial al irse a los medios para iniciar faena y recibirle allí la inercia al galope atolondrado de ese tercer toro burra, con movilidad, sí, pero sin bravura. Porque fue bruto cuando voló la zurda y pasó a diestras sin clase ni entrega, sin gracia ni condición. Como el que va con un garrote a que le den clases de esgrima. De locos. Y si le sumamos a ese el navajero que hizo sexto, más preocupado de buscar bordados que de entregarse a la lid, puede dar gracias Alejandro que llegó al hotel indemne, aunque piensen los de siempre que fue un borrego el que mató. Toro burra sí, pero ¿borrego? ¡Válganme los siete cielos!

Borrego fue el primer semoviente mortecino que despachó Morante en el mismo tiempo que pasa para decir Amén. Toro grande el que reseñó en el campo el que manda en el cortijo, que aquí ya no hay comba en los medios y lo tienen que ver mejor. O al menos mejor que él, porque ni a ese ni al cuarto, el de más grasa del encierro para esconder los cristales que le nacían en la barriga, los quiso ver el sevillano. Y así fue mucho mejor, porque no perdió el tiempo nadie más que él, que dejó en los cartuchos de una tarde lo que le queda esta feria. Y ya van dos de toros burra.

Se llevan los toros burra donde se vende -o debería- la más pura emoción, y eso mata lentamente. Sobre todo porque hay toros más sevillanos en las mismas fincas de las que salieron estos. Y más embestidores. Lo extraño es que también lo saben los tres toreros que enviaron veedores a reseñar la corrida. ¡Qué mal gusto gastaron todos, oiga!