LA CRÓNICA DE SEVILLA

Las dos orillas del río


viernes 5 mayo, 2017

Roca Rey roza la Puerta del Príncipe y pega un golpe de autoridad en Sevilla el día en que La Maestranza vio torear al mejor Castella al mejor toro que ha salido en esta feria

Las dos orillas del río

MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: ARJONA-PAGÉS

Un río, sea caudaloso o chico -como calificaba Jorge Manrique, el poeta-, tiene siempre dos orillas, y no por ello deja de fluir o tiene una imagen distinta. Las dos orillas de un río se asumen como respirar para vivir: sólo se piensa en ello cuando hace falta para algo. Victoriano, que tiene el río en el apellido, también sabe de sus dos orillas, aunque hoy le hinche el pecho aquella por la que todo el mundo quiere pasear.

Esa fue la de la codicia, la fijeza, la alegría en el galope, el fondo, la bravura. Ese Derramado castaño que hizo cuarto para que le naciera a Sebastián el mejor Castella es, hasta el momento, el toro de la feria y de muchas ferias, porque no es fácil criar un animal tan completo, tan perfecto. ¡Qué ritmo el de ese toro, por favor! Tanto que hasta se reducía a la mínima expresión su templado caminar cuando el francés de lila y oro deletreaba el cambio de mano para nunca morir. Hasta tres se inventó en la faena y aún los está pegando.

Antes, cuando se embalaba la tarde al rebufo de las orejas que ya había paseado Andrés, Sebastián l había ganado el paso con las palmas sintiendo percal cadencioso y enritmado, el riñón siempre adelante, las muñecas prevenidas y el latido acompasando los vuelos al lancear. Allí, donde tiraban la línea los planetas al día de hoy, un toro se arrancaba alegre, fijo y bravo al caballo de un picador. Y se venía como un tren al cite de banderillas con que escribía José Chacón su nombre en la tarde de hoy. Hermoso el espectáculo del castaño, que no paraba de embestir con el morro por el suelo y la cara colocada en las trincherillas del galo, que se fue hasta los mismos medios sin dejar de torear. Allí había faena grande.

Luego la despaciosa quietud de la diestra de Sebastián, que otorgaba metros y trapo con imperiosa majestad, giraba un cuarto el talón para quedar colocado y volvía a ofrecer de nuevo la caricia de su sarga para un muletazo más. Y otro, y otro más, y una mano que cambia el palillo para que sea la otra la que temple el infinito del rebozado final, para que lo recoja de nuevo y lo prenda en el de pecho hasta que lo quiera vaciar. Todo largo, lento, saboreado. Hasta que llegó el descabello y se le fue el premio gordo por aguas del Guadalquivir. Daba igual. Cuando arrastraban con honra los despojos del toro, éste ya había Derramado su gloria por el Baratillo.

Y también lo había hecho Roca Rey, que estuvo hoy realmente cerca de descerrajar la del Príncipe y se le fue por la misma orilla que el doble premio de Castella, pero él ya había saltado hoy dos cerrojos de esa puerta. Fue con el sobrero tercero, y fue a base de torear. Porque lo persiguió con fe cuando se espantó el manso burraco del cite que le ofreció. No quería contraquerencias, ni molestias, ni atosigamientos, sino arena de chiqueros, tablas más abrigadoras y trato de comprensión. «Si me dejas llegar allí», parecía transmitirle a Andrés, puedes pedirme lo que quieras». Y exploró esa orilla del río el peruano listo, dispuesto a enseñarle al mundo que su valor es para torear.

Para torear, sí, con la mano sintiendo la arena, el corazón a doble latir, las yemas de los dedos conduciendo con exigente delicadeza la embestida del toraco y la generosa entrega del que soñaba ese sueño dando todas las ventajas al saberse superior. Lo fue Andrés hoy en Sevilla, sacrificando limpieza en favor de sinceridad. De verdad, de exposición serena, de natural composición en los tres estatuarios que iniciaron la faena. El cuarto ya fue por la espalda, aguantándole el disparo al que buscaba otras fuentes en una huida vergonzosa que recordó otras orillas. Pero tuvo fondo y raza para no volverlo a hacer, para quedarse en el trapo humillado y cadencioso, entregado y con cierta clase para que un convencido Roca Rey convenciese a la parroquia engarzando la arrucina y el de pecho. Un estocadón. Dos orejas. Y el sueño de un niño-hombre convertido en Rey de su casa. Aún estábamos en la orilla buena.

La otra orilla del río de Victoriano la tuvo entre las telas Manzanares con el quinto malhechor, con el segundo informal; la tuvo también Castella con el ensabanado abreplaza, amplio en todo menos en ternuras. Todos tuvieron en común el genio, el temperamento, el agrio talante. Y se notó mucho menos por el trato que se les dio. Pero lo cierto es que hubo otra orilla, aunque la tapase la buena, y esa es fruto de caminar en el filo, de bordear la navaja, de coquetear con el picante en busca del brillo perfecto. Pero no se consigue siempre. Por eso hay que saber muy mucho lo que se lidia de Victoriano. Y, él, por supuesto, lo sabe.

Porque son suyas las dos orillas como propietario del río, donde nadan peces gordos y conducen a las grandes ferias. La batalla cotidiana por la que pasaba hoy vio todo su fondo Derramado. 

 

FICHA DEL FESTEJO

Plaza
de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Duodécima de abono. No Hay Billetes. 

Seis toros
de Victoriano del Río, desiguales de presentación pero correctos en general, y un sobrero de Toros de Cortés, tercero bis, grandón y basto. Con más genio que bravura el ensabanado primero, desfondado; geniudo y rajado el manso segundo; inválido el escurrido tercero, devuelto; manso repetidor en su terreno el voluminoso tercero bis; codicioso, alegre y fijo el bravo cuarto, premiado con la vuelta al ruedo; deslucido y mansurrón el quinto; emotivo de muy corta duración el sexto.

Sebastián Castella (lila y azabache): silencio y vuelta tras aviso. 

José María Manzanares (celeste y oro): ovación tras aviso y silencio. 

Andrés Roca Rey (verde hoja seca y oro): dos orejas tras aviso y ovación tras aviso. 

Saludó José Chacón tras banderillear de forma soberbia al cuarto.