LA CRÓNICA DE SAN ISIDRO

Así en el cielo como en la tierra


viernes 9 junio, 2017

Antonio Ferrera muestra su momento de madurez con una decepcionante corrida de Adolfo con la que ni Bautista ni Escribano consiguen pasar del silencio

Así en el cielo como en la tierra

MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO

Una corrida como la que echó Adolfo Martín al ruedo de Madrid para hacer 30 en esta feria se desmenuza en poco rato, porque ni matices tuvieron los seis cárdenos que paseó por el anillo. Este ruedo, que ha visto cómo muchos de los toros que lucen su hierro entraban en el Olimpo de la historia, hoy haría muy bien en echarle tierra encima al recuerdo de esta tarde. Es parecido -que no igual- a lo que sucede con Antonio Ferrera, que llevaba levitando por el cielo su magisterio desde el inicio de campaña y hoy tuvo que pisar la tierra precipitadamente para cepillarse al manso cuarto, duro de patas, antes de que sonase el tercer tararí. Pero así en el cielo como en la tierra se conoce el momento de cada cual.

La madurez aún no le ha plateado las sienes a Antonio Ferrera, que conserva el rizo rubio de cuando dijo que quería ser torero, pero se le ha atemperado el carácter, se le han aplacado las crispaciones y se le ha acusado la naturalidad a la hora de andar en la cara de un toro. Y lo mismo da que sea bravo -como el victorino sevillano o como el Sombrerero de El Pilar en el Baratillo- que un buey de portar yugo como el Adolfo de hoy. Así en el cielo de la boyantía o en la tierra de la remisión sabe torear Antonio, porque conoce los secretos de la lidia. Lo conoce hasta tal punto que él sí sabe cuándo hay que mancillarle con la tizona el chaleco gris a un toro para que su mansedumbre no se lleve con él al chiquero el honor de quien lo tiene acusado.

Y mucho menos cuando un tío que nació en Ibiza y pació en Extremadura ha ido comprendiendo los secretos de la lidia para manejar el capote largo y por abajo ante el primer gris sin entrega que salió por el chiquero, que nunca le quiso pasar de los embroques por más que Antonio lo intentó. O cuando se lía a sobar con paciencia la cáscara del toraco cuarto, entipado y hermoso para lucir la hechura de su estirpe pero cobarde y huidizo para no mostrar la raza que también se deriva de ella. A ese logró Ferrera pegarle naturales en la tierra como los propuso en el cielo esta temporada y otra tarde. En los terrenos del 3 en un principio, viendo cómo se le marchaba la voluntad al gris después de llegar cada embroque; al 4 después, cerrando cada vez más el cerco de su huida. Hasta que llegó a los terrenos del 6 y allí ya se vislumbraba un amago de humillación, que sirvió para la foto, pero también para que se sintiese Ferrera ese segundo que le hacía no perder la ilusión. Y a nosotros también, porque fue lo único que pudimos echarnos al coleto en una tarde marcada en el calendario de la emoción.

Eso y un par de banderillas de Manuel Escribano al sexto, viniendo por los adentros consciente de que le echaba mano, confiando más en la Providencia que en la técnica para que no sucediese el vuelo. Y no sucedió. Pero ni de sus pies ni de la faena, porque ese pasar anodino, ese querer sin querer, esa negación de pan y sal se llevó la paciencia y la fe de un sevillano que hoy comprendió dos cosas: que necesita mucho del toro para labrar su labor y que, visto el resultado que te da, y que se olvida tan rápido como dos lances después, a la puerta de chiqueros en Madrid no se puede ir ni a echarle aceite al cerrojo. Porque de lo que allí pase no se acordarán veinte minutos más tarde ni cielos ni tierra, y no se debe pasar nada bien.

Algo mejor se lo pasó Juan Bautista con la embestida de babosa que le regaló el inválido quinto, al que mantuvo Justo Polo en el ruedo para que se aburriesen todos menos Juan. Y, ya que estaba allí, algo tenía que hacer con el Adolfo degollado, que puede que hubiese sido bueno de no dejarse raza y vida en casa. Como el otro, ese segundo pasador con el que comenzó a entrar en el tedio una tarde cuesta arriba desde el primero de función. Lo mejor: que se acabó pronto. Y eso lo agradecieron en el cielo tanto como nosotros en la tierra.

 

P.D.: Si después de leer esta crónica echan un ratito en disfrutar de la magnífica fotogalería de Luis Sánchez Olmedo llegarán a la conclusión de que uno de los dos está equivocado…

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Trigésima de abono de la feria de San Isidro.
21.764 espectadores. 

Seis toros de Adolfo Martín, desiguales de presencia, parejos de
tipo. Deslucido y sin poder el reponedor primero; pasador sin clase ni
transmisión el segundo; aplomado y sin raza el anodino tercero; manso de
carretas el cuarto; bobalicón sin entrega ni vida el inválido quinto;
anodino y aplomado el humillador sexto.

Antonio Ferrera (turquesa y oro): silencio y ovación tras dos avisos. 

Juan Bautista (verde botella y oro): silencio y silencio. 

Manuel Escribano (nazareno y azabache): silencio y silencio.