EL TENDIDO DE LOS SASTRES

La tarde barruntaba tormenta, cielo amenazante y parroquia crispada


viernes 18 mayo, 2018



PACO MARCH

Plaza llena, despedida de un torero que, en su día, se las tuvo con la afición de Madrid pero que se ha ganado la admiración de todos, incluso de quienes jamás comulgaron con sus formas toreras. Y, por eso, la ovación unánime que saludó, emocionado y emocionados, al inicio.Con él dos figuras, una ya consagrada y otra que reclama para sí todos los focos y acaba el papel allá donde se anuncia, Las Ventas, en sus dos comparecencias, incluida.La corrida, entre unas cosas y otras, no transcurría como para tirar cohetes y las voces, pitos y palmas de tango (inoportunas casi siempre) del sector habitual iban ganando terreno. Pero, de pronto, ocurrió.

Sebastián Castella, con el toro (el quinto) que había decidido que sus primeras y francas arrancadas ya no las iba a repetir (desfondado, descastado, vaya usted a saber) y puso su enjuta figura entre los buidos pitones, las zapatillas atornilladas en la arena. Los de los pitos, la colocación y esas cosas seguían a la suyo…y Castella también. Lo de Castella iba de dejar que la cornamenta del Jandilla , a milímetros del vestido azul soraya y oro, se paseara de los muslos a la barriga pasando, tocando incluso, ese lugar donde -dicen- están » las pilas» del vestido de luces de los toreros, el paquete, osea.

El torero de Beziers, de natural hierático, ni se inmutaba, uno diría incluso que se lo pasaba bomba, con perdón. Así, ya que no había lugar al toreo en divina forma ni la emoción que provocan las embestidas repetidoras, humilladas o, al menos, la «movilidad», puso la emoción del valor desnudo, que no es poca cosa, claro. Y acabó por acallar al coro discrepante mientras la mayoría supo valorarlo como merecía, premio incluido tras la estocada corta y fulminante. Diríamos que fue una oreja ganada a puro huevo. Dos, para ser exactos.