LA CRÓNICA DE SAN ISIDRO

Viernes de Resurrección


viernes 25 mayo, 2018

Alejandro Talavante y López Simón abren la Puerta Grande de Las Ventas con un maduro Bautista y una buena corrida de Cuvillo que vino a mitigar la intensa lluvia

Alejandro Talavante y López Simón abren la Puerta Grande de Las Ventas con un maduro Bautista y una buena corrida de Cuvillo que vino a mitigar la intensa lluvia

Madrid 25-5-2018 from Cultoro TV on Vimeo.

TEXTO: MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO

Comienzo a escribir siendo ya sábado la historia completa de este Viernes de Resurrección. Comienzo el relato del día en que escribió Talavante el guión -ya muerto en esta feria- y lo secundó López Simón, que ni estaba ni se le esperaba antes de que decidiese que este era muy buen día para tapar un par de bocas. Entre ellas, la mía. Porque andaba servidor pensando que tal vez un tiempo alejado le viniese bien a la mente de Alberto y vino a reconquistar Madrid el mejor Alberto de los últimos dos años. Y yo me alegro.

Me alegro porque el beneficio es para la fiesta y, por ende, para el aficionado. Me alegro porque pude disfrutar de una tarde de toros en la que tres toreros capaces se entregaron como perros bajo el intenso chaparrón. Si le añadimos que la cuvillada elegida se movió como le gusta a Madrid tenemos todos los alicientes para haber degustado una gran tarde de toros. Aunque alguno habrá que no le parezca bien.

Empezando por la segunda oreja de un Alejandro Talavante que vino hoy con la esperanza liquidada por la mansada de Victoriano a reventar gratis la puerta de la gloria. Por quinta vez en su carrera, que no es nuevo Alejandro en esto de pasear pelo por el anillo de Madrid. Para ello había soltado los brazos en verónica grácil, había doblado las rodillas en un inicio muletero de portentosa expresión y había entrado en la leyenda de esta plaza con un inmenso cambio de mano que nadie sabe si ha terminado ya. Jamás rugió Madrid con tanta pasión en la época más reciente. Lo de menos es la segunda oreja, el desfallecimiento de faena cuando limpiaba embestidas con la mano zurda o ese tirar de recursos cuando le amagó quedarse el animal, antes de tomar la espada. Eso fue lo de menos, sin duda, cuando volaron las peludas a las manos del de Badajoz.

Cinco portones abiertos los de Alejandro el grande, y cuatro los que sumaba Alberto López Simón. Pero era este viernes, de Resurrección bautizado, el señalado en los almanaques como el de su quinta revolución. Venía medio muerto Alberto a su última tarde en Madrid. Venía de buscarse y perderse después de volverse a buscar. Pero no le quedaba más margen para la maniobra de vuelta. Corrección, técnica, aburrida asepsia parecía haber adoptado con el tercero cuando llegó la dramática voltereta que le pudo costar un serio disgusto. Y ese fue el punto de inflexión en la carrera de Alberto. Porque ya le había soplado una serie por debajo de mano diestra y exigente, iniciada con un sorpresivo cambiado que sacó a la plaza del letargo de la aseada corrección.

Desde la cogida pintaron espadas. Y la pelea gallarda, metida, envalentonada y dispuesta de Simón fue argumento distinto del que venía utilizando. Comprendió que a este ruedo y a esta arena hay que sacrificarle la sangre si no hay nada más que sacrificar. Y rebuscó en los fundamentos de su propio ser aquello que le devolviera la vida que le da torear. Y lo encontró. Oxidado, maltrecho, perezoso aún; pero vivo. Tan vivo como está Alberto de milagro después de tirarse a cobrar la estocada al tercero a matar o morir. Y la voltereta completa sobre su eje bien pudo ser la de morir. Pero cambió su sino. Tanto que hasta rezumó torería el inicio muletero al interesante sexto, un jabonero basto y paletón que le sirvió a Simón para reconquistar esta plaza. Erguido, acompañando con el pecho el largo trazo de los derechazos, rematando con trincheras muy sinceras y pectorales inmensos. Y una estocada fulminante que le puso en la mano otra oreja antes de que la puerta se abriese para Talavante. Alberto estaba de vuelta.

Y también Bautista hizo el toreo en este Viernes de Resurrección en que se la jugó a carta cabal entre los dos petacos del cuarto y el tremendo aguacero que lo bautizó. Templadísimo, capaz, tan solvente que el agua no le pasó jamás de la suela de la zapatilla. Y ya era mérito siendo ayer. Pero ni el sosísimo abreplaza ni el exigente cuarto le regalaron evidencias que comprendiese un tendido preocupado de no empaparse. Será en la bala de El Pilar.

Porque hoy era Viernes de Resurrección y traía premio doble, pero no hay más argumento en el fondo de la historia que lo expresado en el ruedo. Porque se han cortado más orejas en el devenir de esta feria, y se cortará alguna más antes de que llegue al final, pero son lo de menos las de hoy para reflejar cómo lo pasó el público en Madrid. A pesar de la tormenta que ya parece escampar…

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Décimo octava de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. Casi lleno. 

Seis toros de Núñez del Cuvillo, grandes, con caja y cuajo, y un sobrero del Conde de Mayalde, tercero bis, rematado pero bastote. Soso y sin poder el anodino primero; largo, entregado y con clase el buen segundo, ovacionado en el arrastre; devuelto el tercero por inválido; emotivo, repetidor y exigente el interesante tercero bis; pasador sin entrega pero con repetición el cuarto; codicioso sin empleo el pasador quinto; obediente con exigencia y cierta profundidad el importante sexto. 

Juan Bautista (marino y oro): silencio y ovación. 

Alejandro Talavante (negro y oro): dos orejas y ovación. 

Alberto López Simón (añil y oro): oreja y oreja.