LA CRÓNICA DE OTOÑO

Matar el pasado


domingo 30 septiembre, 2018

Sólo la lucha y sus cicatrices es lo único que De Justo no mató en esas dos estocadas que frieron con el aceite de la verdad a las dos llaves charras con las que estrenó su primera Puerta Grande.

Matar el pasado

TEXTO: JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ-OLMEDO

En esto del toreo, al pasado no se le mata: al pasado se le fulmina. Pasado de desierto, pasado de entrega –con fruto o sin él-, pasado de remontada o de altibajos, pasado de enfrentamiento discordante o por el contrario de gozo, no vale para firmar el mañana en medio de un sistema para el que la foto que tiene precio es la del hoy. Que no valor, como decía Machado.

Y para matar -un concepto que la sociedad no entiende si no es en una sala oscura, sin cámaras ni flashes- hay que preguntarle a Emilio de Justo cómo lo hizo hoy, en su día, con sus dos toros de El Puerto. Un torero al que sólo la lucha es lo que le queda sin estoquear: ni el triunfo, ni el fracaso, ni el dolor, ni la alegría… ni siquiera el orgullo. Sólo la lucha y sus cicatrices es lo único que no mató en esas dos estocadas que frieron con el aceite de la verdad a las dos llaves charras con las que estrenó su primera Puerta Grande.

No es que haya sido el típico tópico de la manida estocada de libro que todas las escuelas taurinas tienen por miles: es que la doble estocada a su lote de Emilio de Justo ha sido LA estocada. Y ahí, en el concepto de matar con el corazón, en la aptitud de quitar en quince segundos la vida de un animal, radica la mejor defensa de una Fiesta que requiere de más estocadas como las de Emilio de Justo y de menos perdones de vidas en plaza de segunda que doten de embuste al futuro de la lidia tal y como la conocemos hoy.

Ahí, en ese cruento –que no cruel- pero justo trance, es donde crece de veras una loa a la muerte a través del rápido efecto que en un ser vivo tiene. Porque para luchar contra esa tendencia al perdón vano de la vida que ha infectado este final de temporada –un bien que, en exceso, puede convertirse en mal que derive irremediablemente a una petición social de lidia sin muerte- sólo caben estocadas como las de Emilio de Justo. Estocadas de agallas espada en mano, de corazón entregando el bofe con el acero… estocadas que dan auténticas lecciones a las miles de escusas que otros toreros ponen tras los pinchazos. Y ahí ganó la muerte de un animal que entregó su vida. Ojalá y lo repita muchas tardes más, porque en esa vehemencia del culto a la lidia íntegra mora el futuro de la defensa de un espectáculo íntegro. Con muerte.

Hoy, Madrid estaba predispuesta a ver torear. Y lo vio. Y cuando esta plaza busca el toreo, lo encuentra. Porque es esa magia que invade el paseíllo la que predispone a una tarde en la que los astros se fundieron para que Emilio de Justo lograse el primer capítulo de la gloria de su carrera. Una tarde en la que desde algún lugar del cielo hoy afloró un pañuelo para pedirle a él la oreja, un pañuelo del que fuese espejo de vida del que hoy soñó a hombros de Madrid.

Un pañuelo al viento de aquel que vio desde la más alta de las andanadas cómo su hijo reventaba la capital de despaciosidad, cómo el Emilio del que se siente orgulloso paría el concepto del De Justo que enamoró a Las Ventas. Hoy, con el corazón roto por tanto llorar pero el alma serena por saber que estaba sacando el pañuelo en lo alto, le rindió Emilio su mayor homenaje a su padre.

Un pañuelo tras ver cómo aprovechó Emilio la arrancada del primero de El Puerto para llenar de inspiración la primera serie a diestras también, siempre quedándose quieto y en el sitio. A zurdas dibujó naturales aislados y de libro fue el estoconazo, una auténtica lección de cómo ejecutar la suerte suprema. Oreja de ley. Al público y al cielo brindó en el cuarto su labor. Excelentemente bien se la dejó colocada en la primera serie por la mano derecha ante un toro que se descolocaba constantemente y hacía complicado estar en su frente y ligar con lucidez. Aun así, aprovechó lo poco que tenía el de El Puerto para entregarse con él, rematar por ajustadísimas manoletinas y matar de otro soberbio estoconazo. Nueva oreja, Puerta Grande y pasado matado.

Matar el pasado logró también Ginés Marín con una tarde en Las Ventas que fulminó fantasmas de semanas pasadas. Porque veía Madrid como lejana la oreja cortada en primavera en esta plaza, y sólo el indulto en Dax recordaba la afición como gran hito estival del joven en una temporada de altibajos. Por eso, porque quiso matar lo malo de su año, Marín dio en el tercero el paso adelante ante las dificultades evidentes de un toro falto de entrega en los primeros tercios. Con un pase de las flores enlazó la segunda serie también a diestras, en la que corrigió los defectos en los capotes y por el izquierdo domeñó la condición del astado. Seguridad del torero para aprovechar las embestidas; fue viéndolo cada vez más claro un torero a más con un toro también a más: humillando, respondiendo a la proposición del torero, entregándose a cada sutileza a la hora de mostrar los trastos que Marín proponía y ganando en emoción y recorrido el toreo templado del extremeño. Una lástima que no entrase la espada, pues la faena tuvo muletazos realmente de extraordinaria belleza. La mala suerte y la cornada llegó en el sexto.

También Román fue volteado de forma fortísima ante el segundo: se le coló el de El Puerto mientras lo pasaportaba por el pitón izquierdo, rodando el torero a merced del animal, que le hizo hilo incluso cuando ya se salió de su jurisdicción. Repuesto el torero, prosiguió su faena de muleta ante un toro con peligro sordo y ante el que se quedó quieto en terrenos del tercio. Ya con el toro manseando, aprovechó Collado la inercia del astado charro para pegarle unas manoletinas de cierre ajustadas. Pero tampoco tuvo suerte.

Matar el pasado, torear el presente, afrontar el futuro con la serenidad con la que Emilio de Justo convenció hoy a Madrid. Así vivió Las Ventas su primer gran capítulo con el que hoy alzó camino de Alcalá.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas. Tercera de la feria de Otoño. Corrida de toros. Tres cuartos de entrada.

Toros de Puerto de San Lorenzo, con motor entregado por el lado derecho un primero ovacionado en el arrastre; de embestida rencorosa y explosiva la de un segundo que parecía dormido y era peligroso; de menos a más la condición del buen tercero, con motor y calidad; con movilidad sosa la del duradero cuarto, que terminó rajado; soso también el quinto y peligroso el sexto.

Emilio de Justo, oreja, oreja y silencio en el que mató por Marín.

Román, ovación tras aviso y silencio.

Ginés Marín, vuelta y herido.