TEXTO MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: @LaPlazaMexico
Regresaban tres toreros a la plaza México al mismo tiempo que regresaban los carteles con más remate y, por tanto, com más gente en los tendidos. Lo provocaron Sebastián Castella, Octavio García El Payo y Juan Pablo Sánchez con un encierro de Fernando de la Mora. Con una ovación recibió el Embudo a El Payo, herido en su última actuación en esta plaza, y el mexicano compartió el calor de la ovación con sus compañeros de cartel.
El feble comportamiento del girón primero, bien presentado para esta plaza y con kilos a cuestas, le sirvió a Castella para dejar dos verónicas y una revolera esperando mucho la llegada humillada y franca, que tendía a quedarse corta. Medido el puyazo, perfectamente señalado por Daniel Morales, antes de que se emplease El Payo con suavidad y con muchísimo gusto en un quite a pies juntos que concluyó con una media de tremenda lentidud, perfectamente dibujada. Había fondo en el girón y Castella lo atisbó en un inicio de máxima suavidad para sacarlo a los medios caminando despacito. Despacio, muy desdpacio embestía el de Fernando de la Mora, que agradeció con clase y con calidad el buen trato que Castella le dio desde el inicio. Manejó el tempo de la faena con inteligencia, aplicando pausa entre tandas, construyendo antes de exigir y exhibiendo pulso con la mano izquierda, por donde había más viaje, pero menos ritmo. Pero tanto era el almíbar de Espantasuegras que terminó rajándose y rehuyendo la pelea, para decepción de Sebastián. No anduvo fino el francés con la espada y terminó escuchando silencio.
Anduvo inteligente y dando muestras de gran lidiador El Payo con el segundo, también de buena presencia y también humillado cuando se le echaba abajo el percal, pero sin ritmo para el lucimiento a la verónica, y sólo una tremenda media tras la brega pudo dejar el torero queretano. Y anduvo macizo desde el inicio Octavio, que supo caminarle con torería templada hasta los medios a un animal que embestía con gran belleza en la muleta tan poderosa como aterciopelada de Octavio. Rápido se la echó a la izquierda, para cincelar una embestida que prometía oro. Tuvo gobierno y tuvo importancia el rubio torero, que tal vez se crispó un punto en los embroques por poner un debe. Pero supo estructurar, tuvo la cabeza fría y acertó al torear con todo el ralentí del que fue capaz, porque sólo con el trapo en el morro terminaba Quitapenas el viaje. Pero acertó El Payo al sugerir sin imposición, a echar el trapo para que fuera irresistible, no incontestable. Faena larga en la que se gustó en el final Octavio con un toreo de tremendo gusto, siempre por abajo, con la grácil suavidad de la torería. Pero un pinchazo hondo y tendido no bastó para despenar a Quitapenas y allí se trocó el premio por la ovación.
El tercero, cuajado y con presencia, sacó la misma falta de ritmo en el capote que sus hermanos, pero este la mantuvo en la labor muleteril de Juan Pablo Sánchez. Le faltó franqueza en las llegadas y viaje en los finales, a pesar de la actitud de apuesta del torero hidrocálido. Pero en cuanto necesitó elevar la exigencia no le respondió el animal, que se aplomó para permitirle únicamente jugarse la vida con un arrimón lleno de sinceridad. Eso fue lo que hizo Juan Pablo, que apenas tuvo material para llegar tres o cuatro veces a los tendidos antes de que se le terminase de rajar. Silencio.
El cuarto, sin embargo, no mantuvo la humillación regular que había tenido la corrida y salió con cierta informalidad para no embestirle dos veces igual a Castella en el saludo, que pretendió ser a la verónica y se empeñó el animal en restarle brillo. No pudo hacerlo más tarde, porque se adaptó el francés a las condiciones del toro en un quite de empacadas chicuelinas con mucho espacio entre ellas por el aplomo del toro, que fue el principal defecto del animal. Así se empleó en los estauarios del inicio, pero sobre todo en los muletazos a diestras que supo tocar con precisión el galo para que no se parase el del Fernando de la Mora. También Castella se asentó muchgo sobre las piernas para citar, enfrontilándose a falta de ritmo, y el buen trazo de los naturales a toro parado supo premiarlos La México. Pero no alcanzó lo expuesto para tocar pelo y el silencio valoró su labor.
El quinto anunció pronto su falta de interés en llegar a los trapos y ni siquiera en la brega pudo El Payo encelarlo en el capote para buscar el saludo. Por eso trató de mimarlo en todos los tercios, para que llegase a la muleta en las mejores condiciones posibles. Y por eso le dio espacio y le dio aire entre muletazo y muletazo en un inicio muy técnico, muy veterano, que buscaba pulir. Pero era demasiado bruto el toro y su afán no encontró recompensa. Por eso anunció un toro de regalo antes de pasaportarlo entre palmas.
El sexto, que era el de más peso de toda la corrida, también era el de menos trapío, porque fue en la longitud y en la altura donde alcanzó sus 625 kilos, que le impidieron humillar hasta el final en los viajes y provocaron que casi no fuese más allá de los embroques en el percal de Juan Pablo Sánchez. Rebrincado y volviendo sobre las manos desde el inicio de faena, no le dio el animal opción alguna al torero de Aguascalientes, que tuvo que optar por quitarlo de en medio con decoro.
Al séptimo, de regalo, le aprovechó Castella la tremenda bondad y la calidad en la humillación para asentarse macizo sobre el compás abierto y torear con la máxima largura con las dos manos. Pero tuvo tendencia a rajarse y a desentenderse de la pelea, lo que no logró mientras Sebastián pulseó los viajes para mantener su atención a zurdas. Con la diestra lo cuajó el galo muy por abajo, muy sometido, muy sentido para reventar la caldera de Insurgentes. Ligó los derechazos con un leve giro de talones para quedarse colocado y engarzar los muletazos, que murieron con un cambio de mano que duró dos vidas. Fue larga la faena, tal vez más de lo que hubiera sido recomendable, pero disfrutó Sebastián cada trazo, que incluso ralentizaron su marcha en el epílogo. Lástima del bajonazo con que el francés pasaportó al animal, porque las dos orejas quedaron en una vuelta al ruedo.
También de Fernando de la Mora era Mar de Nubes, largo, hondo, badanudo y con morrillo prominente pero poco ritmo para entregarse a embestir en el capote que manejaba El Payo en brega por abajo. Pero en la muleta no fue igual el toro, que se frenó, regaló tarascadas y empellones con brusquedad hasta que lo apretó El Payo para exprimirle las posibilidades. Mostró Octavio su carácter y su personalidad, pero le salió mal la valiente apuesta por el toro de regalo en Insurgentes. Silencio.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental Plaza México. Décimo segundo festejo de la Temporada Grande Internacional. Media entrada en el numerado.
Ocho toros de Fernando de la Mora, correctos de presencia. De máxima clase y la raza en el límite el rajado primero; humillado y con mucha clase el segundo, de exigencia en el pulso; vulgarón y sin ritmo el insulso tercero; aplomado pero obediente el desrazado cuarto; bruto y sin clase el deslucido quinto; mansurrón y de cara suelta el deslucido sexto; de tremenda clase y limitada raza el buen séptimo con extraordinario pitón diestro; espeso y brusco el deslucido octavo.
Sebastián Castella (turquesa y oro): silencio tras aviso, silencio y vuelta al ruedo.
El Payo (perla y oro): ovación tras aviso, palmas y silencio.
Juan Pablo Sánchez (rosa y oro): silencio y silencio.