EDITORIAL

Premiar al torno y obviar al alfarero


martes 29 diciembre, 2020

El Gobierno vuelve a otorgar migajas y a ponerse de perfil ante la tesitura de tener que acordarse de la Tauromaquia al premiar a las Bellas Artes

El Gobierno vuelve a otorgar migajas y a ponerse de perfil ante la tesitura de tener que acordarse de la Tauromaquia al premiar a las Bellas Artes

La verdad que subsiste en la génesis misma de la tauromaquia explica -aunque pocos sean los que la escuchen- que los rudimentos de un rito tan profundo no están hechos para que los desprestigien los idiotas. El motivo que lleva a un hombre a poner la vida en juego en limpia lid con un toro no puede simplificarse con algo tan zafio como el dinero. No se puede ser tan imbécil de creer que ese es el único motivo. Y eso es lo que lo convierte en una de las Bellas Artes que la Ley de este país protege y exige que se fomente por parte de un Gobierno al que el asunto estorba bastante. Porque es incómodo.

Es muy probable que ninguno de los que ahora se muestran alineados con las posturas animalistas hubieran ocupado este lado de la foto si antaño no hubiese quien quiso apropiarse del rito y convertirlo en el símbolo de un momento, de una idea. Y el toreo se dejó porque le convino. Le convino tanto como ahora se ve perjudicado por la radical vuelta de las tornas que han acometido los que jamás entendieron bien qué significó la Transición o la Ley de Reforma Política. En aquel armisticio ideológico en favor de la paz social no cabían los extremismos. Y por eso ahora, 40 años después, son el único rescoldo que les quedaba por avivar a los que vieron la oportunidad de hacerse con el poder revolviendo las aguas mansas.

Y es de ese clima crispado, verbalmente violento, exaltado y artero de donde nace esa ideología a medida que exhiben los que resultados agraciados con el voto de los que se pensaron que aún vivíamos en paz; de los que jamás dieron crédito a que su voto sirviera para asociar al Gobierno a los del tiro en la nuca; de los que se sienten ahora engañados, estafados, manipulados y hartos de un Ejecutivo sustentado en la mentira que se salta la Ley con total impunidad. O se pone de perfil ante ella, como hace con el toro.

Son dos años ya eludiendo a los artistas de la disciplina taurina y buscando adyacentes para premiar sin que ese premio se vuelva reproche de los cada vez más intolerantes totalitarios sobre los que se asienta el Gobierno más débil de la historia de la democracia. Dos años olvidando que ya hay premios para los escritores, los músicos, los cineastas, los sastres, los arquitectos y hasta los operarios de tramoya de las grandes operetas, sin necesidad de utilizar estas disciplinas para no otorgar premio alguno a los toreros o a los ganaderos, verdaderos artífices de la obra de arte. Y no le den más vueltas.

Lo de premiar a La Maestranza -entidad que merece, por otra parte, todos nuestros respetos- es como premiar al torno donde modela el alfarero porque el tipo en cuestión le cae mal al que premia. Y los que tratan con el Ejecutivo y se mezclan con sus callejuelas -en una labor incuestionable y necesaria- te dicen que no hay que criticar, que nos están haciendo caso, que los tenemos en la mano. Pero después de estas cosas, no te queda más que pensar que no es posible que seas tú el que le das cabezazos a su puño. Aunque sea lo que pretenden que creas. Aunque valga -¡y vale, aunque no se sepa por qué!- con la mayoría del rebaño que dirigen los impunes. 

Es otro mensaje, el lanzado por el Gobierno con esta concesión. Otro más en el peor momento de la historia del toreo. Ahora, si es preciso, que alguien explique si no es necesaria cualquier medida de presión contra un Ejecutivo dispuesto a sacrificar al toreo en el momento en que le venga bien. Porque si levantamos la vista de nuestro ombligo, nos daremos cuenta de lo fácil que es prescindir de nuestra ficha para conservar una mejor. Porque la política -queramos o no- es así.