ALCALÁ 28028

Un adiós beatificado


martes 30 junio, 2020

La tarde del 5 de junio de 2009 Luis Francisco Esplá se despedía de Madrid con un torazo de 620 kilos de Victoriano del Río, un Beato que vino a santificar al alicantino en Las Ventas

La tarde del 5 de junio de 2009 Luis Francisco Esplá se despedía de Madrid con un torazo de 620 kilos de Victoriano del Río, un Beato que vino a santificar al alicantino en Las Ventas

Querido Bambino:

Tengo desde hace tiempo la impresión de que te mando tarde esta carta y de que has hecho por mí, el toreo, mucho más de lo que yo te he dado nunca. Más de lo que reconocerán jamás. Pero cada uno tiene sus percepciones, y las que tengo yo de ti son mucho más elevado de lo que le dice tu recuerdo al aficionado que es niño hoy.

Y eso, en parte, también es culpa tuya porque fraguaste tu leyenda a martillazos y con el material más agreste. Siempre tuviste clara tu versátil forma de entender la lidia, tu ortodoxia fuera del canon, porque tu regla evolucionó de forma distinta –que no errónea- de la que marcó la pauta que trajo el futuro. Tú, amigo Luis Francisco, no sólo te colgaste el delantal del artista; te sentiste como tal. Te comportaste como tal. Y eso es más, mucho más de lo que puede decir la mayoría de los que hoy se enfundan el chispeante.

Viniste a despedirte de Las Ventas cuando el año de tu adiós te lo habían diseñado para disfrutar de tu profesión de manera distinta y en todas las plazas, pero no estoy seguro de que nadie entendiese qué significa para ti el verbo disfrutar. Porque tú, Bambino, eres más bien un humanista metido a torero que reconoce la obra sólo en la verdad de un toro y una tela para involucrar a la bravura en el producto. Pero también eres, Luis Francisco, un teórico de las Bellas Artes, una mente preclara del símbolo y el significado convertido en rara avis por una época en la que nadie se arriesgaba a defraudar. Y así jamás fue posible el discurso artístico pleno.

Tú llevabas décadas llamando a la revolución desde la mesura. Clamando contra el inmovilismo desde el respeto de la esencia. Te convertiste en maldito para algunos cuando colgaste aquel corbatín en el asta de un Victorino, en aquella corrida que llamaron la del Siglo. Tú desplegaste su sentido del espectáculo tantas tardes en Las Ventas que Victorino se convirtió en tu hierro de cabecera, y ese tendido, en el patio de tu casa. Y qué distinto era del del Teatro Real que tanto frecuentabas, y frecuentas.

Fue el patio de tu casa esta plaza con aquel cárdeno de la A coronada al que desorejaste vestido de marino y oro justo antes de que arrivase el nuevo siglo. Y con aquella corrida de Manolo González que sólo tú supiste leer para que fuese una muesca nueva en tu pincel de crear. Porque según tu concepción de este rito, hay que dominar todos los resortes para que te encaje el apelativo de Maestro. Y tú lo hiciste tan bien que hasta Felipe VI te impuso una Medalla a las Bellas Artes que pocos artistas merecen tanto como tú.

Pero faltaba la guinda, y esa llegó con Beato. Aquel toro colorao de Victoriano del Río salió a la plaza de Madrid justo en el momento en el que debía. Beato llegó a tu carrera –de nuevo en Madrid- para canonizar tu legado. Y, con él, todo estuvo completo.

Han pasado casi 11 años, pero cuán rápido se han hecho, y más cuando ha costado ver en este ruedo un poema similar al que tú escribiste con tus dedos en diez minutos. Fueron apenas veinte muletazos, veinte instantes que quedaron grabados en el coso grande para siempre. Lo que allí pasó fue un milagro: un milagro de emoción.

Yo esperaba que te fueses como los veteranos se han ido: a hombros de los detalles, en volandas de su torería sin orejas, triunfantes de su poso macerado por los años. Pero es que te fuiste a hombros porque “Beato” se entregó a tu entrega final. Y lo conseguisteis.

89 paseíllos en esta plaza. 33 años de alternativa… y quién te (nos) lo iba a decir. Al lado de Morante y Castella. Al lado de tu hijo, de los tuyos, de los toreros, de Alicante, del Levante, de la Fiesta que latía aquel día en tu Madrid.

Y cómo fue Beato. Con sus 620 kilos, en la muleta demostró que, por mucho peso que tuviera, la bravura sacó esa fuerza suficiente para embestir con obediencia y humillación”. El viento acechaba, pero podía más el ímpetu por querer irte como merecías de mí. Las series, rotundas por el derecho, dieron paso a los naturales del encanto especial que tiene el Mediterráneo. Y los remates torerísimos. Y el estoconazo recibiendo. Toda tu carrera resumida en un toro y en una plaza. Todos tus días resumidos en 600 segundos de gloria.

Estuviste inspirado, a pesar de la presión que supongo, porque te dejaste llevar por la entrega. Ya viste a Beato en el caballo y, cual Ulises, te convertiste en ese héroe de inteligente paciencia para sortear al destino y despedirte de la mejor novia que has tenido en el catre de Cleopatra.

Es de las faenas más emocionantes que se han sentido en este ruedo y nada, nada, nos hará olvidar aquel poema en diez minutos que tú, Beato y yo, el Toreo, conseguimos.

Gracias, Bambino. Gracias por haber elegido –pudiendo ser 20.000 artistas- vestir el terno de luces. Es un honor echarte de menos.