ALCALÁ 28028

Un canto de fe


domingo 12 julio, 2020

El 23 de mayo de 2007 los destinos de El Juli y Cantapájaros, de Victoriano del Río, se cruzaron en Las Ventas para mayor gloria del toreo

El 23 de mayo de 2007 los destinos de El Juli y Cantapájaros, de Victoriano del Río, se cruzaron en Las Ventas para mayor gloria del toreo

Casi tres lustros, Julián, desde que me toreaste. Y qué de cosas buenas y malas le ha pasado a la Fiesta y a tu carrera. A mi familia, la de Guadalix, la sigo a menudo: ¡Cómo van creciendo y haciendo un nombre eterno mis hermanos! ¡Gloria siempre a Victoriano, al que tú sigues pidiendo en cada Feria de San Isidro! Y a ti, torero, te sigo cada tarde desde la gloria que tú me dejaste: sigues teniendo la incombustible madurez de aquel novillero que ya se las sabía todas cuando desorejaba a aquel Afanes con el que abrió su primera gloria. Lo sé.

Todo parecía ir a favor. Un torerillo madrileño, hecho en México por pecar de precoz, que llenaba Las Ventas para despedirse del escalafón menor con una encerrona. Hasta ahí, eras El Juli, el simpático, el pequeño sabio, el nuestro. El suyo, en este caso, porque hasta Guadalix llegaban los gritos de emoción al abrir aquel portón de Alcalá siendo aún un imberbe. Yo no sé qué pasó después, Julián, pero hasta que tú y yo nos juntamos, te negaron la comunión.

Y eso que la ganaste sobraba en aquella encerrona valiente y decidida por el bien de la fiesta, primera como matador ante tus paisanos y con adolfos, fuenteymbros y pablorromeros entre los injustos abucheos y la descarada acritud de un sector de Madrid que se negaba a reconocer tu capacidad y decidía no perdonar tu facilidad para apretar o aflojar a voluntad propia. Si es que, Julián, debías haber abierto la Puerta Grande con aquel quinto de Fuente Ymbro, pero el palco se negó.

Porque con el palco también has tenido tu historia, torero, que aún me acuerdo del ridículo de Trini al no sacar el segundo pañuelo con aquel sobrero de Ana María Bohórquez, cuando enseñaste, tal vez, al mejor Juli hasta que nos vimos tú y yo. Aquella faena a Novelero está entre las top de los aficionados libres en la historia de Las Ventas, pero aquella tarde el que se fue en parihuelas fue El Cid. Da igual, Julián; fuera del orgullo de un torero como tú, no depende tu leyenda de un despojo más o uno menos. Pero incluso en la tarde en que nos encontramos, el momento en que decidiste partir tu vida en un antes y un después de tu cita conmigo, tuviste que jugarte la vida con mi díscolo hermano sexto para que Julio Martínez quisiese paliar su error –aunque no lo reconocerá nunca- sacando el pañuelo blanco que se le quedó debiendo antes de mi arrastre. Así es el toro.

Aquel 23 de mayo, la que me hiciste, fue la faena, Julián. Fue tu faena. Habrás toreado más relajado, pero nunca más entregado. Tu orgullo profesional y personal, tu capacidad de acometer casi cualquier cosa y hasta su soberbia por reconocer tus propias cualidades como incontestables te habían hecho hasta entonces extremadamente peligroso para cualquier rivalidad y extremadamente atractivo para el espectador. Sobre el de Madrid (de los tendidos que te querían y de los que no).

Más allá de la oreja, más allá de la Puerta Grande, tu profundidad, tu pureza, tu entrega y tu verdad absoluta fueron una auténtica antología del toreo. Hacía mucho tiempo que la afición de Madrid no se entregaba con tanta pasión y rotundidad a un torero: aquello alcanzó los límites de lo insuperable. Con la mano bajísima, cada muletazo dejaba atrás al anterior, en una secuencia de derechazos y naturales deslumbrantes, perfectamente ligados y de un temple exquisito. Lo del presidente, mejor olvidarlo, torero…

Cuando yo quería enfrentarme a ti tras salir de toriles, tú ya me habías medido, me habías estudiado y habías comprobado cuáles eran mis virtudes para pegarme un repaso con tus propias armas. Mis hermanos me dicen que muy pocos toreros han tenido esa capacidad en la historia de la tauromaquia.

Me despido, Julián. Desde aquel 23 de mayo han pasado casi quince años cosidos a retazos, pero quince años sin que te hayas bajado del carro del triunfo, sin soltar el mando que tomaste muy pronto y sin dejar de imponer tu ley. Sin dejar de demostrar la capacidad de reinventarte para evolucionar a la vez que dominas la Fiesta que dominaba. Un fenómeno, vamos. Y eso es de portento, de figurón histórico, guste o no guste su toreo. Porque la faena que me hiciste tuvo críticas… pero aquí estamos todavía, torero, hablando de ella.