EDITORIAL

¿Por qué el toreo no se hace partícipe de la nueva Ley de Bienestar Animal?


martes 5 enero, 2021

Ni la Fundación Toro de Lidia, ni la Unión de Criadores de Toros de Lidia ni la Asociación de Ganaderos de Lidia ha pedido formar parte de una Ley en la que merece estar presente el sector.

Ni la Fundación Toro de Lidia, ni la Unión de Criadores de Toros de Lidia ni la Asociación de Ganaderos de Lidia ha pedido formar parte de una Ley en la que merece estar presente el sector.

Junio de 2020. La Real Federación Española de Caza (RFEC) solicita por escrito a la Dirección General de Derechos de los Animales tomar parte activa en la mesa de negociación de la futura Ley estatal de Bienestar Animal. El toreo, aún sabiéndolo, no mueve ni un dedo al respecto: ni la Fundación Toro de Lidia, ni la Unión de Criadores de Toros de Lidia ni la Asociación de Ganaderos de Lidia pidió entonces formar parte de una Ley que sí se criticó (y mucho) por parte del sector. Pero no se hizo nada, cometiendo el mismo error de siempre, no participando de su elaboración para cumplir el objetivo de tener cerca a nuestros amigos, pero mucho más a nuestros enemigos. 

El toreo representa al mayor número de titulares de núcleos zoológicos (no solo toros, sino caballos y animales protegidos que se refugian en la dehesa) y, por tanto, sus consideraciones para una mejora legislativa y burocrática sobre la protección animal y las responsabilidades de sus propietarios, siempre desde las garantías de sanidad y bienestar animal, deberían tener un peso muy significativo en la redacción de ésta y otras futuras normas.

Ahora bien, participar de esta ley por nuestro gran potencial ecológico no significa dar un paso atrás en el espectáculo íntegro de la lidia, ya que eso supone retroceder un escalón que será imposible de volver a subir. Y lo peor es que puede ser un precedente que dará razones a los políticos para justificar el fin último de la lidia. Y esta fiesta manchada moralmente (mucho) de vida y muerte no puede dar ni un solo paso atrás. Y por eso, estar en esa mesa de la Ley de Bienestar Animal no puede hacer sino darnos, jamás quitarnos. 

Ese paso de estar presentes puede hacer que, a pesar de la incomprensión social del arte más puro del siglo XXI, se mantenga el espíritu con el que Francisco de Goya, Rafael Alberti, Federico García Lorca o Pablo Picasso, que tiñó de arte la misma muerte en su Guernika, concibieron el espectáculo más ecológico a la par que verdadero -que no cruel- del orbe. Y no hay que darlo porque el toreo tiene la misma fuerza en la plaza que en el campo, la misma vida, generosidad, juventud, épica, patrimonio, intelectualidad, universalidad, tradición, belleza, arte, emoción, inspiración, cultura, ecología, verdad, economía, luz, libertad, pasión, estética, expresión, compromiso, temple, brillo y nobleza que sangre. Porque es vida y ecología, pero también muerte.

En medio de una sociedad que prefiere odio y rencor político a verdad y pecho en la vida; que prefiere espaldas a espaldarazos; que no conoce a su vecino pero se atreve a juzgarlo a través de las redes sociales; que no sabe cómo ni por qué un alimento llega a su mesa, pero tiene agallas para arremeter contra su ganadero porque no tiene piedad; que entiende el concepto libertad como tan sólo el círculo de diez metros cuadrados que rodean su sujeto sin mirar más allá de un prójimo que piensa diferente.

En medio de una sociedad que predica amores pero no sabe de amor, el toreo narra una historia de una vida justa, con o sin premio final, pero al fin y al cabo, una historia de amor animal. De protección. De cuidado. De entrega. De mucha verdad natural, y aunque el final sea cruento, el camino hasta esa lidia es bello y justo.

¿Por qué no atamos corto al enemigo entrando en esa mesa para defender nuestro gran potencial ecológico?