LA CRÓNICA DE MADRID

El universo a sus pies


martes 12 octubre, 2021

Marín se rompe al natural con e enrazado y humillador sexto en tarde en la que Morante selló una obra magistral a otro buen abreplaza

Ginés Marín En Hombros

Javier Fernández-Caballero / Fotogalería: Luis Sánchez Olmedo

El universo a sus pies. Los que Ginés Marín atornilló en la arena de Madrid. Con los que tragó la raza humilladora del sexto para mirar a la eternidad con su trazo en redondo. Porque cuando no caben las dudas entre las telas se hace presente el hambre del querer ser figura y se trae al toreo a dar una vuelta por los muslos ofrecidos. Cuando un tío se encaja, se descarga y se pasa por la barriga cuarto y mitad de Alcurrucén enrazado llega la verdad. La del natural roto de un Ginés que le arrebató a Morante una tarde en la que José Antonio embistió. Y con ella, con la verdad con la que Marín se fue en volandas, se va a cualquier parte.

Fe tuvo en ese sexto Ginés, toro suelto y frío de salida, haciendo honor a su encaste el largo animal. Funo que puso en aprieto a los hombres de plata en banderillas. Hasta que llegó una serie al natural rota, encajada, exigente, pura. Tremenda. Y los derechazos de mano hundida y viaje limpio. Y el final de nuevo con una serie rotunda con la mano de los billetes. Esa y la estocada le pusieron en la mano los dos despojos que, aunque éstos no fueron rotundos, sí necesarios para el renuevo de la cumbre.

Antes, de dulce fueron sus verónicas al bonito melocotón tercero, al que le sopló una media mirando al tendido. Y quiso hacer latir a la plaza Ginés en las dos verónicas y la media que le sopló al toro antes de la segunda vara. Y sintió -el verbo más buscado y a la vez más esquivo en el toreo- que le ardían las tripas por dentro cuando le respondió Morante con la chicuelina lenta por él explicada. Le ardió la barriga al torero para replicar por el mismo palo con tafalleras de añadidura, la bragueta expuesta y un desplante con el capote en terrenos de franela tras la larga cordobesa de cierre. El universo a sus pies. No sintió -ni tuvieron efecto- los dos muletazos de hinojos que le arrebató al toro en el prólogo muleteril, ni tampoco el intento de trincherazo antes de que se cayese el burel, mas sí cuando le plantó la muleta a diestras, siempre la tela puesta para excavar en la calidad que crían los Montes de Toledo. Pero no tenía vida la clase del toro, y la magia no apareció bajo la voluntad de Ginés por ello. La estocada, algo trasera pero efectiva.

Al primero, tuvo Morante arrebato para soplarle cuatro verónicas de más voluntad que pulcritud al saltito incómodo que pegaba a mitad de viaje. Y gracia hasta para coger la esclavina del mismo centro para acercar al funo al jaco. Y esperar el quite: gracia para citar, gracia para embeber y gracia para vaciar el viaje del animal con su capote. Y gracia para llevar al castaño como Joselito hace un siglo: galleando con el envés hacia el caballo de Cruz el noble tranco del toro manchego. Por gaoneras la respuesta de un Simón a punto de ser prendido. Y el universo en su montera: la que lanzó por la espalda a su ayuda tras pedir preceptivo permiso. Y a torear: a ayudar al dulcecito de Alcurrucėn para reventar Madrid en el inicio de obra más rotundo de la era post Covid en esta plaza. Y tras ello, a honrar a Chenel: pronto y en la mano decía el maestro y en tres series de riñones al aire y con el empaque como dogma siguió predicando el toreo con mayúsculas. Hasta que el burel le duró. No tiró de una porfía que no es su homilía sino de esa misma gracia en recursos como el molinete al natural final… y el deleite por ese lado. Una delicia. Y la estocada -un dedo tan sólo baja- para pasearle la oreja. El cuarto, el de la sentencia para tocar la gloria final, fue el peor del envío.

No tuvo su día un López Simón al que el segundo le propinó una feísima cogida en el primero de los estatuarios en el centro del anillo: el toro lo zarandeó en segundos de auténtica angustia. Lo tuvo medio minuto entre los pitones que se hicieron eternos en la plaza. Por fortuna, se repuso y, aun magullado, volvió a la cara del toro para proseguir la faena. De uno en uno tuvo que arrancarle a un orientado animal los muletazos, tirando de garra. La estocada, eso sí, fue de libro. Ni tampoco se encontró Alberto ante la dulce nobleza del quinto, toro para crujir Madrid. Y no lo vio.

Pero la tarde ya se la había arrebatado a Morante el natural roto de Ginés. Y en el fondo no estará lleno el corazón de José Antonio esta noche, mas sí satisfecho por ver el futuro a hombros en una tarde en la que Marín sintió el universo a sus pies.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas. Última de la Feria de Otoño. Corrida de toros. Lleno de No Hay Billetes en el aforo permitido en septiembre.

Toros de Alcurrucén. De noble y enclasado tranco el del buen primero; a regañadientes la embestida de un orientado segundo; con clase pero sin vida el apagado tercero; manso y a menos el deslucido cuarto; noble y sin maldad un quinto a menos; enrazado y humillador el gran sexto.

Morante de la Puebla, oreja y silencio.

López Simón, ovación y silencio.

Ginés Marín, ovación y dos orejas.