A pocos minutos – andando- desde mi domicilio en Barcelona, hace un tiempo – 125 años – hubo toros. No, no era en El Torín (inaugurada en 1834); tampoco en Las Arenas, estrenada con el siglo XX y, ni mucho menos en La Monumental, que como Plaza del Sport abrió en 1914.
Los toros, un par de festejos, se dieron en 1895 en la Plaza del Mercado de Sant Andreu del Palomar, municipio que dos años después quedó integrado en en Barcelona, pasando a ser uno de los barrios más populares y tradicionales de la ciudad y en el que resido. En ella se está construyendo ahora el nuevo Mercado Municipal, cuya inauguración se prevé para finales de este año.
Rotulada como Plaza del Mercadal, rodeada de porches que servían como refugio para la venta en los días de lluvia, el historiador Martí Pous recoge que en los últimos años del siglo XIX un empresario taurino mostró su interés por organizar en ella algún festejo, cosa que ocurrió en el antes mencionado año de 1895 y, para la ocasión, se construyeron los pertinentes cadafales. No se conocen detalles de cómo transcurrieron esos festejos pero sí quedan registrados en la memoria histórica y taurina de Barcelona.
Una memoria que muchos se han empeñado en sepultar pero que, mal que les pese, está ahí y ahí seguirá.
Una memoria que se remonta a 1387 cuando el Rey Joan I organizó, en el espacio que rodeaba al Palacio Real, la primera corrida en Barcelona de la que se tiene constancia y que luego tuvo continuación en el Paseo del Born, que lleva a la Iglesia de Santa María del Mar, esa Catedral del Mar que da nombre a la novela de Ildefonso Falcones. En el Paseo del Born se dieron festejos y torneos con toros hasta inicios del siglo XIX, pero en ese tiempo fueron más los espacios taurinos de Barcelona (el libro “Bous, toros i braus. Una tauromaquia catalana” de Antoni González lo explica con documentado detalle). Entre ellos, en 1560, La Plaza del Blat, ahora del Ángel; la de Sant Agustí o la de la Rambla de Santa Mónica. Todos ellos, como en lo explicado de la Plaza del Mercadal, recintos no especializados pero sí adecuados para ello, como también lo fue en 1887 en la Vila de Gracia y más tarde otro en la Plaza Mayor del Pueblo Español de Montjuic .
En Barcelona, en Catalunya, ya no hay toros, contraviniendo la Ley y por dejadez y miedos del empresario e incomparecencia del sector. Quedan viejos aficionados que rumian su nostalgia y jóvenes (alguno de ellos ni siquiera llegó a ver toros en La Monumental) combativos y sigue, con renovados bríos, la Federación de Entidades Taurinas.
Más allá de la Historia, la Memoria, que se preserva en el cerebro y se guarda en el alma, la potencia y le da sentido.
La memoria sentimental de un pueblo hurga en su raíces, crece y se alimenta con ellas. Por eso, de paseo por mi barrio barcelonés, cruzándome con gentes que van y vienen, con esos ojos tristes, quizás de miedo, que se adivinan sobre la mordaza de las mascarillas y me llego hasta la plaza del Mercadal, imagino cómo debió ser ese día, tal vez dos, en que allí mismo se vivió y gozó del ancestral juego del hombre y el toro. Y una sonrisa oculta pone árnica al desasosiego de estos tiempos oscuros.