EFEMÉRIDE

Manzanares y Dalia, cinco años de una faena de ensueño


martes 1 junio, 2021

El destino quiso que se unieran los caminos de José María Manzanares y Dalia, de Victoriano del Río, en aquella corrida de la Beneficencia del año 2016 para inmortalizar el toreo

Manzanares

Las grandes obras de arte son aquellas que perduran en el tiempo. Las que conectan tanto con el alma que no podemos sacarlas de la retina de nuestros pensamientos por mucho que queden atrás en el tiempo. Aunque sólo han pasado cinco años, muchos recordamos como si fuera ayer la que fue una de faena de ensueño. Porque quiso el destino que se unieran los caminos de José María Manzanares y Dalia, de Victoriano del Río, en aquella corrida de la Beneficencia del año 2016 para inmortalizar el toreo. 

La faena del alicantino fue de las que todo torero sueña con firmar en Madrid, pero que sólo está al alcance de los elegidos. Fue una faena rotunda, tan intensa que no perdió un ápice de emoción desde el inicio hasta el final. Tal fue la locura colectiva que desató Manzanares en la catedral del toreo que hasta se le pidió el rabo. 

Y es que aún emociona ver las imágenes de aquella comunión tan completa entre toro y torero. Emociona ver la arrancada del de Victoriano del Río comiéndose la muleta, planeando y humillando casi hasta hundir los pitones en el albero. Y la forma de Manzanares de enroscarse al animal alrededor de la cintura, de llevarlo en largo completamente abandonado, de ligarle los naturales uno a uno sin solución de continuidad para llevarlo muy profundo, rompiéndose detrás de la cadera. Hubo trincherazos de otra época y un pase de pecho que duró una eternidad. Y latió con fuerza el corazón de Las Ventas, rindiéndose a la obra que cinceló Manzanares aquella tarde de la Beneficencia de 2016, con el orgullo de haber presenciado una de las faenas más rotundas de los últimos años en la plaza más importante del mundo. 

Así lo contó Marco. A. Hierro aquella tarde: 

DESNUDAR EL TOREO 

Manzanares esculpe una obra para la eternidad en Las Ventas y sale en hombros junto a López Simón con una variada corrida de Victoriano del Río con la que Castella corrió peor suerte. 

Si es cierto aquello que dicen de que se torea como se es, desnudar el toreo debe ser como desnudar el alma. Despojar la esencia de las esquirlas de la realidad debería transportar al que lo logra a una realidad superior, más pura, más verdad. Desnudar el toreo es desmaquillar triquiñuelas, aguzar los sentidos para sentir más despacio, conectar cada molécula de tu ser a las yemas de los dedos, donde se sienten candentes los latidos del corazón.

Desnudar el toreo es lo que consiguió hoy en Madrid un Manzanares que se reconcilió con aquel sueño que tal vez la vorágine cotidiana había olvidado en un rincón. Y tal vez un día equivocase la meta, torciera el camino o buscase medias mentiras para construir su verdad, pero también aquel hombre que cegó su camino puso lo suyo para construir al de hoy. El que descargó en cada natural un latido de su alma se irá desnudo a la cama, por mucha ropa que vista.

Porque hizo el toreo Josemari para explicar que el misterio no está tan lejos cuando se deja fluir. Fluir, supurar, sangrar cada dibujo suave y ralentizado del fleco por el erial. Acariciar sin maldito el toque una embestida templada que se va detrás del trapo para correr con entrega, da las puntas de los pitones para empujar la franela y se reboza en el final del trazo que muere tras la cadera cual si no hubiera muerte que diera más eternidad. Jamás soñó Manzanares cuajar así ningún toro. Y por eso desnudó hoy el toreo y el alma para alimentar el ascua de Madrid. Sin fotos preconcebidas.

Cuando te vuelan los brazos para que vuele el capote y esperas cada arrancada hasta que precisa el enganche; cuando te sientes glorioso sólo de lanzar la capa a un palmo del corazón; cuando la vida renace en tus muñecas dormidas y recuerdas que era esto lo que te enseñaron de chico, te abandonas a ese mundo, construido al natural. Y le entierras bajo la pala la mano en chicuelina trazada, de todo menos vulgar y adocenada como se ven hoy por hoy. Y le inicias los doblones con hormigas en las manos, y se hace presente el Maestro en dos trincherazos de cielo, y se te enjuagan los ojos de tanto manar y manar. Cuando te transmutas en aire para embarcar con un toque y te enroscas la arrancada bien ceñida a la talega en uno de pecho enorme que se vuelve circular, se destrozan las gargantas que un día te gritaron fuerte, y haces tuyas las miradas que dejaron de mirar. 10.000 bostezos pagaría cualquiera que estuvo en la plaza si le dijeran que luego volvería a ver torear. A ver desnudar el toreo. Como lo sintió hoy.

Como sintió en la barriga el mariposeo eterno de un eterno natural. Hundido, abandonado, con los pies enraizando figura y la figura empacada en la sublime expresión: el mentón metido al pecho, suelta la mano de torear, desmayada la contraria, metida la cadera al toro y a cimbrear la cintura al servicio de torear. Hasta el rabo le pidió Madrid, que entendió que es esto el toreo.

A Simón lo vio Madrid menos desnudo de todo y más necesitado de amor. Tal vez lo sintió perdido cuando se dejó de desnudar, cuando cambió el verbo sentir por otro que le contaron que era más fácil de manejar. Y volvió Alberto al redil a desnudarse de artificios. Media faena del tercero se le fue entre las dudas, que no fueron hacia el toro, sino a si desnudarse o no. Y sólo en la tanda final, al abrigo de las tablas, le crujió Alberto el lomo al bicho a base de torear. De desnudar el toreo. Porque fue la avispa tercera toro de movilidad sin clase, pero toro de triunfo en Madrid, y el suyo lo estimaron muy justo. Al contrario sucedió en el sexto, donde desnudó Simón su alma pisando la vía del tren, buscando el sitio que pisan los dioses que son terrenales. Con la misma parsimonia anda Alberto por la plaza, buscando tener de espejo al que mejor desnuda el corazón. Sin trampa se jugó la vida para buscar muletazos, y hubiera sido de oreja de no entender el tendido excesivas las otras dos.

Excesivamente frío estuvo Madrid con Castella, que no desnuda el toreo porque no ha habido viento mejor. Busca hablar de su libro el galo, porque renta en resultados, pero teme buscar fronteras lejos de donde ya llegó. Por eso se le fueron muertos los naturales al gris; po eso se le fueron vivos los muletazos de hoy. Ni con unos ni con otros le llega al alma a la grada, pese a que esconde Castella un fondo mucho mayor. Pero no se hará carne su sueño mientras no se libere, desnudo, de lastres y de pudor.

Como hizo Josemari, aún no sabe muy bien por qué. Que no es dado a contar secretos con miles de bocas para no entender. Pero desnudó hoy el toreo para decir cómo se hace cambiando el luto por recuerdo, por actitud y por intención. A los mismos parroquianos que ya no esperaban nada de él, les dijo Josemari que la revolución empieza hoy. Porque el toreo es esto, ni más ni menos; y el que sepa más, que arree.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, vigesimosexta de abono. Corrida de toros. No hay billetes.

Cuatro toros de Victoriano del Río y dos de Toros de Cortés (segundo y sexto), bien presentados. Noble y repetidor sin clase ni emoción el primero; pasador sin entrega el desclasado segundo; emotivo y con movilidad sin clase el tercero; de calidad y entrega a menos el cuarto; de gran clase, bravura y duración el extraordinario quinto; costoso y remiso el exigente sexto.

Sebastián Castella (tabaco y oro): Silencio tras aviso y ovación tras aviso.

José María Manzanares (sangre de toro y oro):Silencio y dos orejas.

López Simón (marino y oro): dos orejas y ovación.

FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO