TEXTO: MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
Cuando se juntan los bravos, en esta o en cualquiera otra disciplina, suceden cosas extraordinarias. Como lo es abrir la Puerta Grande más grande del mundo, sí, pero también como lo es una vuelta al ruedo a los restos del bravo mayor. Duende se llamaba el toro que le dio la gloria a Victoriano en un toma y daca constante con un Emilio de Justo que hoy se hizo mucho más mayor. Y Duende se llevó la ovación y la memoria de la plaza de Madrid, muy suya pero muy universal a la hora de medir la bravura. Duende: un toro bravo.
Fue en el cuarto acto de una tragedia ganadera que solo maquillaba la entrega de los de luces. Porque sólo ese Duende reunió las virtudes de la casa Victoriano; los demás sacaron los defectos. Fue con un torero que veía entreabierta la puerta de los billetes en estos tiempos de pandemia en los que jugarse la vida cuesta dinero. Se encontraron los bravos para que vibrase Madrid. Y el rugido de Las Ventas se escuchó en Sebastopol.
Se otorgaban las ventajas los dos contendientes en una pugna en la que ambos hacían méritos para ganar a los puntos. Pero Emilio más. Porque ese pitón derecho exigía un torero que acudió a la cita, y trazó cada muletazo poniendo el corazón y la vida, sabiéndose afortunado por haber enlotado el toro de tu vida en Las Ventas. Y no se podía ir. Y De Justo tampoco. Por eso se sobrepuso a cada golpe del bravo dando otro golpe de autoridad con el trapo, componiendo la figura como si hubiese sitio para el mimo en la refriega de los dos. Todo emotivo, todo reunido.
Emilio citaba con el alma expuesta; Duende se venía con la entrega de los generosos. Emilio exigía con el trapo poderoso en los dos primeros; Duende le exigía más en el tercero para que se apretase Emilio en la entrega y en el esfuerzo. Porque un toro así no es fácil de cuajar indemne. Si no eres bravo, claro. Y si no eres De Justo ni haces el paseíllo en la tarde con tu nombre escrito en el firmamento del toro.
Porque sólo así juntarás un diente contra otro y expondrás la vida sin trampa frente al chorreao sexto teniendo abierta ya la portada de Alcalá. Un tío el de Victoriano, que daba miedo, pavor, canguis, canguelo, julepe, jindama y todos los demás sinónimos que recitaba Juncal. Y todavía le quedaban ganas a Emilio de poner la vida en juego con el serio cierraplaza, al que se le cayó aún alguna embestida a zurdas que un De Justo en racha supo transformar en oro. Asiento, pausa y lentitud tuvo Emilio ante los dos pitonacos que asustaban a la plaza. Y al ralentí terminó toreándolo, desprovisto ya de la tensión del triunfo y armado de serenidad. Soberbio con el de Victoriano estuvo Emilio, que siguió siendo bravo para pasar el fielato de los dos leños y dejar la tercera estocada de su tarde; y para dejar su cuarta oreja con el uso del descabello.
Ni una sola pudo cortar un Antonio Ferrera que llegó paseando, caminito de Alcalá. Alcalá, 237 figuraba en la dirección que le habían dado para que fuera a visitar a unos amigos. Y allí se fue, vestido de torero, para llevarle la contraria a los hinchas del reglamento yendo a favor de las necesidades de la lidia. Porque usted, señor exigente, puede querer que al primero se le pique en el machón del 8, pero Ferrera demostró que no era allí donde se arrancaba, sino poniendo el caballo en los medios. Y así se arrancó con alegría, con codicia y hasta con cierta entrega. Pero para profanar el templo de esa manera tienes que ser Antonio Ferrera. Y haber pasado mil tracas hasta hacerte con el respeto del que abona el parné.
Antonio no paseó hoy trofeo alguno, es verdad, pero tiene derecho a poner en duda los cánones establecidos, a dudar de los rudimentos de una lidia que domina a la perfección y a interpretar la suerte de entrar a matar como se le ponga en los mismísimos bemoles, porque se lo ha ganado. Y porque, sinceramente, le viene dando mucho igual lo que le grite un exaltado desde su parapeto del «que yo he pagao». Eso no le convierte en experto ni en portavoz del gusto de la mayoría, y le hubiera cortado una oreja al primero Ferrera si no le enhebra la espada; y al tercero, de no marrar de nuevo con la tizona. Pero se vio con el quinto y su estilo a la contra igual que en una peli donde matan al prota: fuera de lugar.
A ese le habían cuajado un soberbio tercio de banderillas Fernando Sánchez y, sobre todo, Antonio Chacón, que ya le había dejado una lidia perfecta al abreplaza. Pero entre que el toro era una prenda y que Ferrera sabía ya que la tarde no estaba para él, el quinto acto tuvo un último tercio de reyerta a navajazos en la que el torero, más lidiador y poderoso que brillante, nunca se confió con un animal que dio la impresión de burriciego. Pero el pescado lo habían vendido ya los bravos.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Corrida extraordinaria de la Cultura. Lleno de No Hay Billetes -6.800 personas-.
Cinco toros de Victoriano del Río y uno, primero, de Toros de Cortés, de imponente lámina y sobrado trapío., Obediente sin entrega pero con transmisión el enorme primero; con recorrido y motor otro serísimo segundo; pasador con reservas y sin humillación el burraco tercero; de motor y humillación un cuarto a más, premiado con la vuelta al ruedo; bruto y violento el quinto, de vista cruzada; obediente pero áspero el humillador y serísimo sexto.
Antonio Ferrera (verde bandera y oro): ovación tras aviso que no saluda, ovación que saluda desde el callejón y silencio.
Emilio de Justo (azul rey y oro): oreja, dos orejas y ovación.