En la historia de la ganadería brava ha habido muchos ganaderos que se han adelantado a los tiempos, y ha sido precisamente ese detalle el que los ha convertido en leyendas. Desde que Joselito el Gallo -que ya tenía apalabrada la compra de su ganadería cuando Bailador se cruzó en su camino- comprendiese que había que seleccionar el toro que le fuese mejor al toreo que venía, los criadores han sido un baluarte fundamental en la genética brava. Hasta el punto de conseguir que naciesen animales con unas características determinadas previamente, alquimia a la que debe el toreo sus triunfos de hoy.
En ese periplo por la historia hay un nombre que sobresale por encima de los demás. No sólo por sus conocimientos sobre la bravura, sino también por su concepto del arte de torear y por su comprensión -casi visionaria- de por dónde iban los gustos del público que iba a llegar. Se llamaba Juan Pedro Domecq Solís y era tronco de una saga que se elevaba por arriba -en los Núñez de Villavicencio y las patillas decimonónicas-, pero que sobre todo descendía por abajo, porque tanto él como sus hermanos iban a convertirse en simiente para el toreo de hoy.
Y en el toreo de hoy es precisamente Juan Pedro Domecq, la casa madre de un elevadísimo porcentaje de las vacadas existentes hoy en día, la que lo está pasando regular para conseguir que el toro al que el toreo anterior provocó que se le derramase la clase, se mantenga en pie y con vida hoy, cuando el empuje, la chispa y la emoción han vuelto al albero de la mano de los toreros que transmitieron la admiración al tendido a base de valor. Le está costando al actual ganadero, un Juan Pedro del siglo XXI que conoce las explotaciones tan bien como las cuentas de resultados, darle un poquito de brasa a la dulzura. Más que nada, para que el toro siga dando miedo, y no pena. Con la que está cayendo…
Juan Pedro, su padre, consiguió sementales de los que todo el mundo conocía el nombre y han entrado en la celebridad de la historia. Aquel melocotón 40, de nombre Ilusión, puede ser el semental más célebre de los años que concluyeron el pasado siglo. Fue semilla de ganaderías que después han tomado otros caminos, pero que permanecen en la senda del tipo de toro que imaginó el anterior Juan Pedro. El que se adelantó a los tiempos y le dio clase al toro para que surgieran las obras sublimes que hicieron posibles toros con su sello. El sello de ‘artistas’ -porque Solís también lo vendía tan bien que vendió animales a más de medio campo bravo- vino de la forma única que logró de que colocasen la cara, humillasen y tuviesen el ritmo necesario para que los trazos pareciesen eternos. Pero había que inventar ese toro con el empuje, la resistencia y la bravura necesaria para lograr la emoción en la pelea. Y que no se te fuera de genio…
Esa casa era Jandilla, el reino de un Borja que nos dejó reciéntemente y que consiguió que el animal fuese materia prima perfecta para el toreo y para la emoción. Y a esa fuente fueron a beber casas nuevas, como Fuente Ymbro y como Victoriano del Río, a los que no hace tanto tiempo que se les tildó de estar pasados de punto. Hoy cualquier figura del toreo que se precie pide que Victoriano del Río le ilumine el camino de Madrid. Como hizo el pasado domingo ese Duplicado burraco bien hecho y de seriedad contrastada que se lió a embestir en las telas de Álvaro de la Calle y que estaba destinado a darle la gloria a Emilio de Justo. El extremeño ya estaba en el hule, pero cumplió con su cometido con un modesto sobresaliente charro y se ganó una ovacionadísima vuelta al ruedo en el arrastre. Y los ganaderos se llevaron las turmas, porque esa simiente no se puede marchar en el camión de la carne.
Igual que regresará a casa ese Aldeano extraordinario en todo con el que Daniel Luque se hizo ayer el jefe de Francia en su mano a mano con El Juli. Y campará por donde lo hizo antes ese otro Aldeano, uno de los toros que levantó la ganadería de Guadalix y que incluso el propio ganadero pensó en clonar, en aquel proceso en el que fue Alcalde el elegido. ¿Y cómo fue? Adelantándose al futuro que iba a venir de inmediato, jugando con los cuatro o cinco años de margen que van de la selección a la lidia -y prueba- de los productos. ¿Y por dónde viene ahora el futuro? Por la complejidad técnica que le permite a un tío olvidarse de la técnica para entregarse exigiendo la entrega.
Y la entrega de ese Marco Pérez de Salamanca, que necesitará tus toros dentro de ocho años, será tan grande, que el animal deberá ser un superclase para no cansarse de embestir. Eso, hoy, no se antoja posible con uno de Juan Pedro, aunque lo sigan pidiendo las figuras y luego se quejen de que no ha habido opción. Hay que darle una vuelta, señores, que Juan Pedro debe volver a lo que fue. Pero sin interferencias de por medio…