AL NATURAL

Torear de cuerpo presente


lunes 26 septiembre, 2022

Ayer Javier Castaño se jugó la vida en Madrid con dos pedazo de tors en una concurso cuando acababa de fallecer su suegro: y nadie lo supo

Javier Castaño Madrid
Javier Castaño, este domingo en Las Ventas. © Luis Sánchez Olmedo

No lo supo nadie mientras los dos pitones astifinos como leznas apuntaban a sus muslos. No lo supo nadie mientras el cabrón cuarto le tiraba gañafones de aviesas intenciones y él intentaba que aquella tarde, la única tarde que importaba de verdad en su temporada, sirviera para seguir navegando en la profesión a la que le ha dedicado el alma. No lo supo nadie porque él no quiso; Javier Castaño no quiso que su desgracia trascendiera porque delante del toro uno puede dar de todo menos lástima. Porque el toro no lo sabe -ni le importa- y ese es el verdadero juez. Ayer, mientras Javier navegaba como sus facultades y su oficio le permitían con dos toracos como dos sentencias, estaba su suegro de cuerpo presente en Salamanca.

Siempre he admirado la capacidad de resiliencia, de superación, de templanza emocional que debe tener un torero para ejercer su profesión intentando que no le afecte que en realidad -no se lo digamos a nadie- es humano. Y caga, y mea, y llora y ríe como todos los demás. Y se le mueren los seres queridos el día de su cita más importante con la profesión de su vida, porque la existencia no sabe de momentos oportunos. Y ayer le tocó sufrirlo a Javier, vestido de caldera y oro, en la plaza más importante del mundo. Por eso necesitaba escribirle cuánto lo admiro por ser torero, pero aún más cuando pasan estas cosas.

Porque cuando valoramos cómo ha estado un tío en la plaza -muchas veces a la ligera, otras desconociendo detalles fundamentales que influyen en la lidia- lo hacemos siempre como si las condiciones fueran normales, y ni siquiera pensamos en ello. Y me venía esta reflexión recordando al menos otros dos toreros que también hicieron el paseíllo mientras no su suegro, sino su padre, estaba siendo velado en otra parte.

Recuerdo el caso, por ejemplo, de José Ignacio Uceda Leal, cuyo padre fue un pilar fundamental en su carrera. Tanto que es probable que esa, la tarde en la que toreó justo después de su deceso, fue la única en la que no le acompañó. Era Madrid. Y Madrid lo supo esa tarde, porque es la primera plaza del mundo y suele -o solía- tener cierta sensibilidad con estas cosas. Porque todos somos humanos. Y podemos hacerlos a la idea de los que es torear de cuerpo presente. Tal vez por eso, Javier Castaño, que ya sabe lo que es volver a torear después de superar un cáncer, no quiso que nadie lo supiera. Porque Javier es así.

El otro matador que me viene a la mente y que también hizo el paseíllo con su padre recién fallecido es Antonio Barrera. Esta vez fue en Sevilla donde hizo el paseíllo de negro y oro, y caminó solemne hasta el centro del ruedo para brindar al cielo la muerte de su primer toro en un emotivo momento que toda la plaza supo arropar. Fue entereza, fue resiliencia, fue sentirse torero y ser fiel a los valores que su propio padre le había transmitido.

Javier no dijo nada. Pero ayer toreó de cuerpo presente…