Daniel Luque tiene 34 años, pero lleva desde que era un imberbe descarado y algo prepotente por su tremenda facilidad para ver a los animales, para hacer el toreo, para que no le costase aquello que sólo un puñado de hombres son capaces de hacer en un mundo con más de 7.000 millones de habitantes. Ha vivido en primera persona los triunfos, las albanzas, los parabienes y también los fracasos, los momentos en que la vida te recuerda que no eres mucho mayor que un grano de arena en el universo de la historia. Por eso ahora, que ha hecho las paces con el tipo que aparece en el espejo al afeitarse, le cantan todos -crítica y aficionados- ese proverbial ‘momento’ que a Dani ya le dura siete años. Caray con el momentito…
Este es Daniel Luque, a corazón abierto, sin filtros que estropeen lo que muestra el torero del ser humano que se enfunda su terno. Vivencias, errores, anécdotas, gloria… Creo que en esta conversación no nos dejamos casi nada, lo que es más importante tras una temporada, la de 2022, que ya ha entrado en la historia. Su Puerta del Príncipe en Sevilla, sus actuaciones más maduras en Madrid, aún sin tocar pelo; aquéllos toros que le dieron sitio sin que nadie se percatase; la faena al toro de Zacarías en Colmenar y, sobre todo, aquella tarde en que Dax le hizo un huequecito en su historia para que él mismo se ganase la inmortalidad.
Pero antes, cuando el torero que hoy deja admirados a los aficionados sólo se estaba cuajando, ocurrieron cosas que fueron forjando al hombre, que fueron definiendo quién quería ser el que ya es hoy uno de los matadores en los que pueden mirarse los chavales que hoy empiezan.
Con ustedes, Daniel Luque. Matador de toros.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
