A la hora de escribir estas líneas, gran parte de la afición conoce que Borja Jiménez no toreará la final de la Copa Chenel el próximo domingo en Colmenar Viejo por culpa de un aviso presidencial mientras su toro caía. Sin un atisbo de rabia, sin un mal gesto, con palabras de agradecimiento al certamen -de clase espartaquista, Zabala dixit– y con una sonrisa en los labios y en el alma, el rubio de Espartinas se tomó el pasado lunes -y publicó en su cuenta de Twitter- la salida de esta corrida, que debería haber toreado junto a un Isaac Fonseca que se llevó de calle el festejo de Alalpardo.
Una salida cubierta por la nube negra que mancha una final adulterada por un fallo del presidente que, a la postre, se ha ‘cargado’ al torero de esta corrida de la que el triunfador que salga estará presente el 12 de octubre en Las Ventas.
Resulta que a Borja Jiménez le dieron un aviso a los 10 minutos y 53 segundos en el segundo de sus toros -que se estaba echando- y por eso se ha quedado fuera de la final. Juan del Álamo, que ha pasado a esta corrida en mano a mano con Isaac Fonseca, terminó con su toro a los 13 minutos y 8 segundos, cuando le debían haber sonado ya dos avisos, y sin embargo no hubo toque de clarín alguno en ese cuarto toro.
En un certamen donde los avisos penalizan medio punto -de hecho, Borja se ha quedado por el aviso que le dieron a 21 centésimas de pasar a la final-. El error de un presidente que hasta ahora no ha dado la cara de forma pública deja ahora rota la ilusión de un joven que mereció pasar de fase. El certamen jamás debería permitir no respetar sus bases -que son 10 minutos hasta el primer aviso-, y más en algo que tan manifiestamente se puede medir de forma objetiva como es el tiempo. Y si se salta alguna de las bases, se debería tener el mismo criterio equitativo con el resto de actuantes en esa tarde. Si Chenel viese su Copa…
Una Copa con sorteo puro, sin inventos, sin adulterar inicialmente. Con todos -los toreros- y todas -las ganaderías- metidos en un bombo -que sólo discrimina, eso sí de forma injusta, a los toreros que tienen más de diez años de alternativa. Ahí, en esas bolas que contienen el futuro de 18 tipos, está el espíritu de Antonio. De Chenel. De ese Antoñete que se acercaría a cada plaza en cada tarde de su certamen.
Porque estaría de acuerdo con el espíritu de éste, con la intención de su nacimiento, con la inclusión de la competición como elemento fundamental para resultar atractiva a una juventud que sólo encuentran en ella valores parecidos a los añejos del toreo. Lo aprobaría el maestro Chenel: sin duda. Al maestro le parecería bien una idea pensada y creada para los modestos, para los que quieren abrirse camino, para los que aún pelean en un mundo que ya no recordamos dónde se quebró.
En la mala ejecución de una genial idea subyace el problema que hace que una invención brillante se convierta en soberbia polémica. Y eso no es problema de la idea, sino de quien tiene que llevarla a cabo: una Fundación que se ha convertido en promotora de eventos taurinos con dinero público y una Comunidad de Madrid que es la que paga la fiesta.
Si hay que construir un puente para continuar el camino, evitando el río que lo cruza, y el puente se construye mal, la idea del puente seguirá siendo tan buena como era; serán las manos que la llevan a cabo las que manifiesten su incapacidad para lograr el objetivo que se persigue. ¿Las razones? Muchas veces -esta es una- dan igual. No importarán, si fracasa la idea; sólo importará que ya no existe la oportunidad que ésta brinda. Y esa es culpa de quienes tienen la responsabilidad de llevarla a cabo.
Estas cosas las sabía Chenel, porque era un tío listo y sabía escuchar, además, a los que sabían más que él. Por eso no queremos ni imaginarnos lo que diría al ver en los que han convertido la Copa que lleva su nombre y la mala ejecución de ésta -jugando además con dinero público, no nos olvidemos-. Si Chenel viese su Copa se preguntaría cómo es posible que un torero -quitémosle la cara, porque da igual quién haya sido este año- se vea fuera de una final por una injusta decisión en un palco. Se lo preguntaría, no lo duden. Pero montaría en cólera al ver el motivo con el que la Fundación del Toro de Lidia -bajo cuyo paraguas se guarecen todas y cada una de las actuaciones que se ejecutan y se perpetran- no quiere dar explicación alguna sobre esta final en la que merece estar Borja ni enmedar su error.