Una
corrida de toros mixta de Lebrija era la que presentaba la segunda de la Temporada
Grande en Insurgentes. Una terna compuesta por El Conde, El Zapata y El Fandi
hacían el paseo mayor en «El Embudo” en una corrida que abría el rejoneador
azteca Horacio Casas.
Le costó al caballero mexicano encelar al primero de Lebrija, distraído de salida y con arreones de doble velocidad a la hora de llegar a la grupa. Tuvo que dejarlo llegar mucho Horacio Casas hasta tocar la cabalgadura hasta en tres rejones, duro castigo para el animal. Tuvo el azteca voluntad de quedarse siempre para templar las arrancadas, mejor en ese toreo fundamental que al clavar, donde siempre picó hacia afuera por la violenta arrancada inicial del toro, que siempre manseó. Buscó los terrenos de dentro, mucho más comprometido, en el final de faena, con seguridad en la lidia y en la monta y mucho aseo en los embroques. Llegó entonces la pega de los Forcados Hidalguenses, donde hubo una banderilla que se clavó en el vientre de uno de los forcados, conducido a la enfermería. Pinchó Casas con el primer rejón y lo despenó con el segundo para saludar una ovación.
Con una larga en el tercio recibió de rodillas El Conde al segundo, un toro corto y reunido que se frenó en los embroques para puntear con mal estilo el capote, siempre con las manos por delante y mucha violencia en la intención. Se recreó Alfredo en las navarras del quite, con el animal embistiendo algo mejor en línea recta y sin exigencias. Con gran facilidad y conexión banderilleó el mexicano, que quiso hacer alarde de facultades. Pero ahí concluyó la vibración, porque no tuvo fuelle el toro para irse hacia adelante en el trapo. Media altura, suavidad y cierto gusto fueron las armas que utilizó El Conde con inteligencia para que no diese con su nobleza en el suelo. Supo aprovechar la fijeza del toro para dejarla en el morro y alargar los muletazos con oficio y sabiduría, hasta desmayándose en el final de faena, completamente confiado en la entrega del de Lebrija. Una estocada desprendida dejó el premio en una silencio.
Con largas de distinto tipo y gran variedad saludó El Zapata al tercero, toro vareado y con fibra que salió distraido y corretón, embistiendo mejor por el pitón izquierdo en las verónicas de Uriel. Espectacular fue el tercio de banderillas, sobre todo con un par sentado en el estribo, con quiebro para clavar a una mano antes de arrancarse a dar una vuelta al ruedo tras clavarlo. Histriónico el mexicano, pero con mucha conexión con el tendido. Con una arrucina pegado a tablas y doblones de genuflexo poder comenzó el trasteo el heterodoxo mexicano, que luego intentó, sin embargo, el toreo clásico con el toro viniendo por dentro y gazapeando molesto. Estuvo el mérito de Uriel más en esperarlo en mitad de los muletazos, dejarlo que terminase de embestir antes de volvr a citarlo para intentar limarle sus molestos vicios. Más retrasada la muleta al natural, tuvo mérito y valor el tlaxcalteca al tragarle parones, pero le faltó continuidad al esforzado trasteo. Con un pinchazo y media estocada escuchó silencio tras petición de oreja.
Al cuarto le faltó continuidad en las arrancadas al capote de un Fandi que lo recibió con larga de rodillas y deslizó alguna verónica de muy buen gusto entre el saludo inconexo por la falta de ritmo del animal. Pero lo galleó por chicuelinas David, colocó banderillas con su habitual facilidad y se metió a la plaza en el bolsillo bregando a cuerpo limpio al animal en el segundo tercio. Al natural cogió la muleta en seguida, dando trapo largo y sin ligar, media altura y tiempo antes de la repetición, con la esperanza de afianzar la escasa fuerza del de Lebrija. Mucho pulso tuvo el granadino para encelar al animal, bien embarcado en la muleta poniéndola y quitándola ligero para evitar que repitiese el toro. Faena de porfía profesional la de David, que incluso logró naturales sueltos de muy bella factura. Buscó el tendido en el final de faena de molinetes y desplantes, con un toreo más ligero y de consumo más rápido. Media estocada y un descabello bastaron para quitarse de en medio al animal.
Con chicuelinas saludó El Conde al quinto, un animal de templados ademanes, sin mucha fijeza en las telas, pero que se abrió una barbaridad en los embroques, permitiendo la colocación a placer. Y a placer lo galleó para colocarlo al caballo, donde recibió escaso castigo. Por crinolinas quitó el mexicano, rematando con una vistosa serpentina. Costoso fue el tercio de banderillas para El Conde por lo tardo del cárdeno, que tuvo cierta bondad a la hora de tomar la tela por abajo pero sin la repetición necesaria para que llegase la transmisión. Y fue precisamente esa falta de chispa y de fuerza la que hizo que no calasen los naturales bien trazados del inicio, que tuvieron su continuidad en el toreo con la derecha, bien ejecutado en tiempos y alturas, pero sin la emoción necesaria para que rompiese el trasteo. Tuvo paciencia, sin embargo, Alfredo, que supo atacar tapándole la cara para cuajar una actuación más que digna, con limpieza y despaciosidad, pero pasada de metraje ante la impaciencia del público. Fulminante fue la estocada corta para saludar una ovación.
Más apretado el sexto de Lebrija, le faltó repetición en el saludo capotero que inició El Zapata con una larga cogida con el envés de la mano para darla por el lado contrario al habitual y ver luego cómo la falta de raza del animal le hacía pararse para dejar inconcluso el recibo. Muy vistoso fue el tercio de banderillas, que inició con su par monumental en el centro del anillo y concluyó con un quiebro sentado en el estribo de muchísima exposición. Con más compromiso que brillantez inició Uriel con doblones la faena al feble toro, que midió la arena a las primeras de cambio. Fue trasteo de buscar la distancia, acomodar la altura y darle precisión al muletazo muy despacio para echar hacia adelante un toro que no se tenía en pie. Media estocada bastó para despenarlo.
Abierto de palas y de cuello escaso, repitió a regañadientes el feo séptimo en el saludo que interpretó El Fandi con verónicas, tafalleras y un remate en larga a una mano de mejor intención que lucimiento porque no tardó el animal en pararse. Blandeó el toro en el caballo y lo avivó David con un quite por zapopinas, con media de rodillas y brionesa, muy celebrado en la grada, lo mismo que el vibrante tercio de banderillas que se empeñó en emborronar el empeño del toro por parrarse tras la arrancada. Y se comportó el animal en la muleta como auguraban sus hechuras; basto, rebrincado y asperote, no regaló ni una arrancada con cierta raza, se quedó siempre muy corto e imposibilitó la porfía profesional y responsable del granadino. Le buscó la inercia en la media distancia y fue inútil; le ofreció el toque fuerte para atacarle de cerca, y más de lo mismo; aún así se le desplantó y le anduvo por encima, tomándolo ya como cuestión de orgullo.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza
de toros Monumental de México. Segunda de la Temporada Grande Internacional.
Corrida de toros mixta, con la actuación de los Forcados Hidalguenses.
Siete
toros de Lebrija, el primero reglamentariamente despuntado. Con ritmo y movilidad el mansito primero; noblón y feble con fijeza el segundo; deslucido y gazapón el molesto tercero: deslucido y soso el cuarto; de humillada nobleza sin transmisión el quinto; inválido el noblón sexto; áspero, basto y sin raza el séptimo.
El rejoneador Horacio Casas: silencio.
Alfredo Ríos «El Conde” (esmeralda y oro): silencio y ovación.
Uriel Moreno «El Zapata” (rioja y oro): silencio y silencio.
David Fandila «El Fandi” (grana y azabache): palmas y palmas.