Joselito Adame salió en volandas anoche en la
Plaza México. Fue en la vuelta del «torero de México” –así acertó en llamarle
su departamento comunicativo cuando irrumpió como figura en potencia- al templo
sagrado azteca que volvía a lucir treinta mil almas sintiendo el toreo de
nuevo. Hace sólo doce horas que reventó de toreo el embudo y en su concepto
radica el proyecto de colocarse como incipiente Mesías nacional. Porque la
vuelta del público al gran escenario de América es, junto a la exhibición de
facultades de Joselito, la gran noticia en el inicio de la Temporada Grande.
Hizo el toreo el de Aguascalientes para, con
su hechura de ancestro azteca, erguirse con mentón en pecho, mano hasta el
suelo y flequillo dormido. Así toreó Adame al sexto. En figurón. Como se le
trata en el país que lo parió y como no lo trata una cuna taurómaca española
que se sigue conformando con verlo en portátiles. También a pesar de por tres
veces sentirse señor de Alcalá el pasado San Isidro y terminar con un solo
despojo a un `despojo´ de El Montecillo.
Ayer fue cita clave y pasó con creces la
barrera del público marcada para salvar Insurgentes; un coso en el que, si
Adame ha logrado entrar la llave, JT puede terminar de girarla para llegar al
secreto de supervivencia de la Temporada Grande. Por delante, todo un
astronómico trabajo de promoción en el que Herrerías y Palillo deberían tener como asunto pendiente el sacar a las calles del Distrito Federal la verdad del
toreo.