POR MARCO A. HIERRO
La sociedad ayuna de valores que vive el toreo de hoy necesita
comprender qué significa desnudar el alma con un trapo en la mano izquierda. Lo
necesita mucho más cuando los jerifaltes casuales y oportunistas que manejan un
gobierno confunden los contenidos de la educación de sus niños y cambian
formación por formas y valores por palabras.
Tuvo que venir un tío de Murcia, flaco y triste, para despojarse
de vida y cuerpo y demostrarle a Madrid –también a esos que no lo comprenden-
cómo se desnuda un alma al natural. Vomitó naturalidad Ureña para arrastrar un
trapo por la arena, vaciarle encima su vida, ponerle el corazón a los dos dedos
que sujetaban el palo y morirse de sentir la verdad más pura con los muslos
ofrecidos y las tripas desnudas. Al
Murciano sexto, el único Adolfo con fondo de una corrida de prendas, le dijo un
murciano de ley que el toreo no es mucho si no se es capaz de sentirlo. Y
cuando citaba Ureña a pies juntos, con la bamba tersa y pura, el pecho
enfrontilado y la carne olvidada se transmutó la plaza en delirio en cinco
minutos que fueron eternos. Pero llegó la espada y su ley a estropearle los
premios, a nublarle la razón al que más razón tenía y a emborronarle la tarde a
un tío con tres volteretas que mereció premio mayor.
Como lo mereció otro murciano que se fue con ovaciones por no
funcionarle el acero una vez más en este ruedo. Fue el Rafaelillo de hoy todo
capacidad y pureza para buscarle las vueltas al orientado primero, darle trapo
con largura a su cortísima intención, haciendo el brazo más largo para
convencer al funo de que tomase trapo y no seda hasta que llegó eterno el natural
ayudado que desnudó de artificios para reventar el olé. Sólo fue uno; el que
parió la solvencia perfecta para lidiar a uno gris. Otro le tocó como cuarto y
a ese le volvió a demostrar otro murciano que es tan menudo de talla como
grande de corazón. El de la plaza de Madrid se ganó Rafaelillo, una vez más sin
el premio. Pero con los valores dispuestos para enseñarle al ignorante que algo
hay detrás del rito.
Hay verdad, hay oficio y hay pureza máxima en otro torero menudo
que volvió a estar impecable con dos alimañas grises que buscaron el tobillo,
zorrearon calcañales y repusieron antes incluso de llegar al trapo rojo. Hasta
logró componerle al quinto en una labor brillante que interpretaron corta los
que ansiaban adjudicarle alguna virtud a un Adolfo. Hasta bobalicón pareció la
prenda entre las telas de Fernando. Y hasta alguno le aplaudió previo al
injusto silencio que premió la labor del madrileño.
Tres tíos desnudaron el natural la tarde en que las pancartas
recordaban los valores. Tres tíos que superaron miedos, expusieron la vida y
cruzaron las líneas que separan a un hombre de un héroe. Algo habrá que
decirles a los iluminados ignorantes que se arrogan la posesión de la verdad
para demonizar este rito.
Vídeo Madrid 4-10-2015 from Cultoro on Vimeo.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Cuarta de la Feria de Otoño.
Corrida de toros. Más de tres cuartos de entrada.
Seis toros de Adolfo Martín, desiguales de hechuras y trapío. Manso y orientado el primero; zorrón y a la caza la prenda segunda; tobillero, áspero y orientado el tercero; informal y mentiroso el humillador cuarto; sin raza, viaje ni franqueza el deslucido quinto; exigente con fondo el sexto.
Rafael Rubio
«Rafaelillo» (negro y oro): ovación y ovación.
Fernando Robleño (blanco y plata): silencio y silencio.
Paco Ureña (rosa y oro): ovación y vuelta al ruedo tras aviso.
FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO