Se merecía un digno homenaje José María
Manzanares padre que era el que le brindaba su tierra esta tarde. Sus dos hijos
toreros, Manuel a caballo y José Mari a pie, hacían el paseíllo junto al torero
consentido de la familia: Enrique Ponce. A las siete en punto estaba a reventar
el coso levantino con una ciudad que
había pasado la noche más corta del año pensando en una tarde, ésta, para
la historia.
Emotivo fue el preámbulo, con un homenaje entre las notas del himno de Alicante y las lágrimas de todos los hijos del maestro, presentes en el festejo.
Luego salió el toro, y el primero, para rejones, llevó su buen ritmo con la cara en la grupa de Jumillano, a cuyos lomos templó el ímpetu inicial Manuel Manzanares. Muy metido en la labor, con cierto ansia por estar a la altura de la tarde del homenaje, el menor de la saga supo batir con temple en banderillas y hasta se atrevió con hermosinas de mucha exposición con un toro muy a menos que midió el albero más de la cuenta. No tardó en aplomarse el animal, haciendo estériles los esfuerzos del caballero por lograr el triunfo a base de pasadas por dentro y comprometidas banderillas en la misma cara. Así fue con Garibaldi, el tordo con el que más brilló el alicantino. Animoso con las cortas, pero falló con el acero para que se esfumase el premio.
A Yeyes y Ana, las hijas del maestro Manzanares, brindó Ponce la faena al segundo, un animal muy justo de fuelle al que le dio Ponce mucha estética componiendo la línea recta para afianzarlo en la muleta. Pero no fue fácil sobreponerse a los defectos propios de la falta de fuerza, porque embistió el castaño, pero repuso y hasta se rebrincó en los finales por querer más que poder. Perfectamente tocados los naturales, tuvo el trazo tanto poder como suavidad para templar la arrancada del animal de Cuvillo. Tuvo paciencia el de Chiva para limpiar la embestida hasta abandonarse en dos series de perfecto empaque con la mano derecha, con el toro ya entregado. Un estoconazo propició las dos orejas.
También al tercero hubo que construirle mucho y sobarlo en la línea recta para encelarlo, por un lado, y mantenerlo en la pelea, por otro. Muy en la cara siempre el trapo, dejándole llegar mucho al de Daniel Ruiz y sabiendo dejar tiempos entre cites cuando parecía desfallecer la repetición. Impedía el viento las estrecheces, pero en los terrenos del tercio logró Manzanares mantener en el trapo al rajado animal y le exprimió las arrancadas con quietud y con oficio, siempre muy compuesto con la estética del alicantino. Invadió los terrenos del toro en el final, pegado a tablas, y terminó poniendo a la gente en pie tras los circulares por la espalda. Pegado a tablas fue también la estocada, partiendo en dos al animal, que cayó fulminado para que pasease Josemari las dos orejas.
A gran altura brilló Manuel Manzanares con Príncipe en el tercio de banderillas, a pesar de lo que le costó al de Espartales seguir con ritmo las cabalgaduras. Muy enfrontilado en los quiebros, comprometió los embroques en las piruetas en la cara y le cambió los trancos en hermosinas, llegando mucho al público. Fue mucha la compenetración con su caballo estrella y mucha fue también la conexión con el público. Llegó mucho a la cara con las cortas y dejó un rejonazo trasero que bastó para desorejar al de Espartales.
Muy pendiente de lidiar al quinto estuvo siempre Enrique Ponce, que mimó con suavidad al animal más serio del festejo. Con larguísimos y suaves doblones echó Ponce para adelante la voluntad de un animal hasta entonces renuente que agradeció el buen trato del valenciano. Con magisterio y oficio le tapó la cara Ponce al de Cuvillo, le clavó talón y dejó que le derramase la clase por la flámula, ciñéndose a la cadera el recorrido con abandono, para firmar luego un cambio de mano monumental. Con la ilusión de un chiquillo comenzó a exigirle al buen toro un torero con 25 años de serlo, y en la media distancia lo embarcó preciso y le cimbreó la cadera hasta morir en el de pecho. Magistral. Larga fue la faena, sin embargo, y terminó rajado el animal ante tanta superioridad. Cuando llegaron las poncinas ya estaba el coso entregado al temple y en pie, pero fue un pinchazo hondo lo que acabó con el toro, por lo que se quedó el premio en clamorosa vuelta al ruedo.
Quedaba la guinda del sexto, al que recibió Manzanares con armónicas y empacadas verónicas. Soberbio fue el par de banderillas de Curro Javier por el que tuvo que desmonterarse, pero no menos lo fueron tres tandas con la mano derecha en las que sintió Manzanares en las muñecas el peso de la historia. Suevidad en los cites, impositora y compuesta franela en los embroques, con empaque y largura para vaciar sobre la cintura, siempre al hombro contrario. Ni una concesión de Josemari al tendido, aparte del brindis. Un tiempo precioso entre muletazos dejó Manzanares al natural para conservar la arrancada y la transmisión del enclasado Cuvillo, boyante y codicioso en el trapo. Perfecto en la colocación el alicantino, perfecto en los toques y en el embarque para derramarle sentimiento con la mano diestra al bello ejemplar. Y otro estoconazo para culminar la tarde tiró al toro sin puntilla para pasear otras dos orejas y la vuelta al ruedo para el toro.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Alicante. Última de
la Feria de Hogueras. Corrida de toros. Lleno en tarde soleada y calurosa.
Toros de Fermín Bohórquez para lidia a
caballo y Núñez del Cuvillo para lidia a pie, el sexto premiado con la vuelta al ruedo.
El rejoneador Manuel Manzanares, ovación y dos orejas.
Enrique Ponce, dos orejas y vuelta tras aviso.
José María Manzanares, dos orejas y dos orejas y rabo.
FOTOGALERÍA: JAVIER COMOS