Se enmascaraba tras
una estocada, esta tarde en Sevilla, la historia torera de un macareno que
llegó a derrumbar el escalafón de toda una generación tal y como aquel `miura´ doblaba
ante los pies de Dávila. Era la de Eduardo la rúbrica exacta, perfecta y, sobre
todo justa a una reaparición valiente por el compromiso que suponía el
compendio entre Miura y Sevilla.
No tenía por qué hacer
el paseíllo en la última de Feria el torero que, tras nueve temporadas sin vestirse
de luces, había sido signo y seña del concepto más sevillano de todos los
conceptos: el del gladiador eterno que hoy volvió a ser guerrero hispalense.
Delante de toda Sevilla, esa que había llevado durante su carrera por bandera.
No tenía por qué
sentirse más hombre con una tarde así, y lo hizo en ese marco incomparable del
Arenal, en su Maestranza baratillera y al calor de una ciudad que esperaba al
Dávila de siempre con la energía de los que nunca se dejan ganar la batalla.
Incluso la propia batalla personal de marcarse un reto interior, como hizo
Eduardo.
No tenía por qué ni
quería ser más torero, ni más fuerte, ni más hombre ni mejor ser humano en lo
personal matando la de Miura en Sevilla. Y lo hizo Dávila con el brindis a su
ciudad como aperitivo y con la excelsa aventura de sentirse más torero en la
ciudad de unos sueños que en primavera despiertan. No tenía por qué, pero
Sevilla lo merecía.
No tenía por qué
hacerlo con la de Miura y en Feria. No tenía por qué celebrar los 75 de esta
forma, y decidió Eduardo que era el mejor y más bello de los homenajes a una
familia que se lo dio todo y a la que había que agradecérselo todo en este día.
También al abuelo.
No tenía por qué. No
tenías por qué, Eduardo. Y lo has hecho marcando la historia de tu ciudad
gracias a la historia de una estocada.