Hay tardes en que el lucimiento de la plata se supedita a la lidia para colaborar al buen desarrollo del festejo. Hay tardes en que no es posible el brillo personal y todo el trabajo se encamina a extraer la mejor virtud de un animal para el triunfo del matador. Mucho más teniendo en cuenta que los de oro, hoy, eran novilleros.
Y uno de los mejores argumentos para colaborar al triunfo es medir bien un puyazo. Unos minutos llevaba el abreplaza en la arena cuando supo David Prados apretarle lo justo para ahormar el empuje que sacó el animal, que ya estaba picado un metro antes de llegar al peto. Medir con importancia es colaborar al triunfo, llegue o no.
Otros tres picadores supieron medir el castigo a los utreros en el festejo pasado por agua. Por dejar picotazos certeros unos, como José Valdeoliva en el segundo y El Legionario con el cuarto; por aplicar un correctivo con el toro empujando en el penco sin desfallecer la intención otro, Ese fue Jesús Vicente, que tuvo bajo el percherón al novillo más díscolo y correoso de la tarde.
Ese mismo utrero fue el que más hizo sudar a los de plata. Vencido y al pecho se le vino a Raúl Martí mientras lo bregaba, haciéndole pasar un quinario que soportó con torera disposición. También a José Manuel Montoliú le buscó los alamares el animal, que le pegó una voltereta a Leo Valadez y a punto estuvo de regalarle otra a Climent.
Antes, en el segundo, fue el propio Montoliú quien dejó una brega brillante, con el capote siempre por abajo, siempre largo, siempre sin molestar, pero descubriendo el viaje. A ese, a pesar del viento, le vió Cristian la condición para cortarle una oreja. Algo tendría que ver que existiese la plata de ley.