Es José Antonio
Carretero honra histórica al subalterno. Torero de toreros. Planta cara a
los compromisos con la sabiduría que la experiencia le permite y la lógica que
la actualidad misma le exige. Es el de Madridejos pilar indiscutible entre los
de plata que planta cara a los compromisos tal y como los siglos han dictado en
el Amén del banderillero: sabiduría,
efectividad y torería. Hoy, cuatro capotazos en Valencia demostraron por qué el
camino ha querido situar en ese lugar a uno de los grandes plateados de la
historia.
Dejó en el primero Aurelio
Cruz un puyazo un punto trasero, pero el valor lo debió sacar en la segunda
vara: lo desmontó de forma dramática cuando el piquero hizo ademán de pisar la
segunda raya. Ese punto llenó de emoción un tercio de varas que fue ovacionado
por el respetable en el paseíllo de vuelta del jaco. También el monosabio evitó
males mayores en el apretado momento. Recibió una tercera vara el de Victoriano cuando ya el presidente
había sacado el pañuelo por propia necesidad de Cruz, ya que se arrancó el astado hacia el peto.
En ese momento fue cuando llegó la magia de Carretero, lidiador excelso y máxima
figura plateada. Quizá ese capotazo justo fue el que enfibró una lidia marcada
por ese cite justo y esa medida limpia y templada que José Antonio empleó al abreplaza para ponérselo a Lili en suerte. Dejó el sevillano, en
el primer par, una justificada entrada para que Sánchez Araujo clavara en la misma raya del tercio. En el último
par, y tras una pasada en falso de Lili por
la indecisión en la embestida del toro, llegó lo sublime de Carretero: cuatro capotazos
compendiaron toda una carrera repleta de la enjundia de los grandes lidiadores
de la historia. Allí se conjugó la torería añeja de los grandes subalternos y,
en esos cuatro lances plenos de corazón, el toledano arrancó los olés plateados
del aficionado que también de corazón siente. Lo colocó en cuatro lances al
viento fallero en el mismo tercio para que Lili pudiera colocar el último par, pero lo realmente importante de ese momento fue
el poderío que impuso Carretero sobre el tranco recio del Victoriano, algo que propició que el toro sacara posteriormente el genio que había
acumulado antes de los cuatro capotazos. El cuarto lo picó Cristóbal Cruz antes de que Sánchez
Araujo clavara un par con torería. Fácil anduvo Carretero en el segundo
palo y cerró de nuevo el sevillano gustándose con repercusión sutil.
En el segundo, Diego
Cruz picó a un astado que ofreció muchos cabezazos en el peto. Álvaro Montes se encargó de una lidia
que estuvo dominada por su capote y la tecnicidad de un gran Juli. José María Soler, ataviado de malva y azabache, entró en un par con
gracia, citando de medio lado, que por momentos recordó al gran Montoliú en el ritual preceptivo a
asomarse al balcón. Que lo hizo Soler.
Fernando Pérez, de eléctrico y azabache, culminó un tercio en el que estuvo
muy presente también la gran lidia de Montes.
Un buen puyazo selló Salvador Núñez al que hacía quinto, antes de que Fernando
Pérez perdiera pie en el primer par. Anduvo torero Álvaro Montes con los palos y efectiva fue la lidia del segundo de Juli.
Una vara justa en todo lo alto dejó Juan Francisco Peña en el tercero, un toro que debió cuidar muy
mucho Daniel Luque para que llegara
con fuerza a su muleta. Abraham Neiro,
de catafalco y plata, clavó bien en la cara levantando mucho los brazos: tiene
este torero seguridad en sus acciones, a la par que su gran preparación física
le permite una ligereza delante de la cara del toro. José Luis Neiro en el segundo par y Chacón a la lidia justificaron sus labores. Un momento de angustia se vivió en el
cierraplaza, en el que Rafael Campos
«Carioca» quedó con su rostro a la misma altura del astado al
perder las patas el jaco. Fue ovacionado tras recuperarse pronto del entresijo.
De caldera y azabache vestía un Antonio
Chacón que hizo las cosas con pureza, dándole la ventaja al toro en el primer
par y mostrando esa torería que le viene de generación. En el segundo par, Chacón salió perseguido por el hilo que
le hizo el toro, en un momento que afortunadamente no pasó a mayores.