Por: Juan Diego Madueño
Fotografía: Juan Luis López
Juan Mora es un hombre transparente, como
sus ojos azulados y grises, límpidos. Mucho más que un torero reenganchado a la
historia tras un otoño eterno. El frío de una mañana soleada de invierno se le
refleja en la cara mientras avanza entre la multitud inconsciente de que le
acaba de rozar un torero: el toreo. Hay en sus pasos torería sin impostación;
da la mano firme y se mantiene en una media distancia, cercano pero sin
excesos. A punto de disparar naturalidad, sonríe. Se acomoda en un banco del Museo Thyssen-Bornemisza y le sobra tinta para responder.
¿Cómo
ve la vida uno de Plasencia en Madrid?
Con más gente, movimiento y… los
viandantes. Lo bueno que tiene Madrid es que acoge a todo el mundo. A cualquier
persona que viene desde cualquier punto del mundo. Eso siempre lo valoré. Lo
hospitalaria que es.
Un
poco complicada también.
Sí, bueno, pero yo te hablo de las
primeras veces que venía a Madrid, hace cuarenta años. Veía eso, que la gente era
muy abierta. Entonces vivía en Andalucía y sí veía Andalucía mucho más cerrada,
más como de la gente de allí. Y aquí esto era una ciudad de todo el mundo. Sí. Esa
es la primera impresión, así lo observaba desde chiquitito. Me quedé con eso.
Luego, con el tiempo, he acabado viviendo
en Madrid, ya llevo muchos años, desde que me casé. Me siento bien. Me siento
cómodo pese a que claro, la gente de fuera, de ciudades más pequeñas, llega y
ve ese mundanal ruido… se queda sorprendida. Hay zonas también para aislarse y estar
como uno quiera. Y luego en dos minutos tienes todo, el ruido, el jaleo, el
ambiente. Me gusta Madrid.
Alguna
vez le he escuchado decir que el torero es como el buen vino.
Sí, porque se asolera.
Me
pregunto si ha llegado a ese punto de madurez profesional.
La solera de la madurez (asiente). Ya se
siente uno como ese puente entre el ayer y el hoy. Ese puente creativo entre el
ayer y el hoy. Una forma de torear, un concepto, de andar y estar.
Porque
estar es más importante –casi- que cualquier otra cosa
Claro. La forma de estar en una plaza, de
llenar los espacios entre tanda y tanda, o aguardando desde el mismo tercio
cuando se está picando al toro. Llenar el espacio. Eso trasciende porque se ve.
La naturalidad, el saber estar no se entrena.
Eso es una cosa que te la transmiten, que la ves. Yo me crié en un seno
familiar taurino, mi padre fue torero y luego se dedicó al mundo del toro en
todas sus vertientes y facetas, y mi casa era una casa en la que se respiraba
toreo, una atmósfera de toros. Hay que hablar y escuchar mucho, sobre todo
escuchar las conversaciones de toros. Con el tiempo me he dado cuenta que es
una herencia taurina que no tiene precio. A mí me apasionaba ver a toreros como
Curro Vázquez, Antoñete, Manolo Cortés… esos toreros a los que les veía pasajes
sueltos, pinceladas. A lo mejor no eran faenas formidables pero (suspira) no
veas, unos detalles que te llenaban el alma. Esa es la base del toreo. Los observaba
con devoción, me deslumbraban. Por esto mismo siempre ha sido importante el
torero veterano en los carteles. Son gente que aporta otro tipo de cosas.
Siempre han sido pilares y desde hace un tiempo se han ido apartando de las
ferias.
¿Vuelve
en algún momento la ilusión del comienzo?
(Se lo piensa) Yo diría los entusiasmos,
más que ilusiones. Creo que cuando uno comienza sí es todo ilusión y esa
ilusión, palabra que viene del latín ilussio,
parece que es algo inalcanzable. Al llegar a ella se llama de otra manera, al
menos yo lo llamo de otra manera: sueños. Sí, son sueños. Yo soy un soñador.
Siempre hay que soñar, hasta despierto. En ocasiones, por suerte, se hacen
realidad esos sueños.
En mi caso a veces pasan años. Cuando uno
hace una obra artística, que dices «me he llenado, me he sentido” eso es un
sueño hecho realidad y a veces debido a mi irregularidad tardo tiempo, años,
pero no desespero. Esto es una carrera de fondo. Las prisas ¿para qué? (hace un
gesto de desprecio). ¿Para llegar antes y esperar a que llegue el otro? Es
importante hacer las cosas despacio. Así salen mejor también.
De todas formas esto es un mundo de
imperfecciones, de irregulares, aunque algunos parezcan regulares y lo son, aquí
nunca se termina de aprender y por eso el toreo es sueño. Está bien porque es
una motivación para seguir en esa búsqueda incesante, no ya de la perfección…
porque con el tiempo me he dado cuenta de que soy más partidario de lo
imperfecto: cada vez me gusta más lo imperfecto. Lo perfecto es una belleza que
me resulta ya rococó. La perfección no la veo tan humana.
Me
siento identificado: la perfección echa para atrás.
Las cosas imperfectas parecen más reales.
Una manera de ver las cosas.
Volviendo
a los comienzos, debutas en 1977 con caballos y vas a Madrid rápidamente, a los
dos años.
Sí, en el 79. Yo me fui haciendo a
cocción lenta. Eso es lo que me decía mi progenitor, mi guía, mi padre, «sin
prisas, despacito”. De hecho me tiré de novillero pues… (piensa) debuté en el
77 y tome la alternativa en el 83… son seis años completos de novillero. Ahora
quieren hacerlo todo muy rápido, veinte novilladas y la alternativa. Ha habido
casos, en la historia, de toreros que han toreado muy poco de novilleros pero,
claro, son los menos. La idea de ir cuajándose, formándose como torero y como
persona es muy buena, y así me hice. Al principio, claro, leía tantas cosas:
Joselito con 16 años, Joselito el Gallo, le decía por lo visto a su madre en la
cocina: «Mamá se me está pasando el tiempo” (ríe). Ha habido siempre una
mentalidad de pronto y tal. Pero es una carrera muy larga. Los matadores de
toros además duran ahora más años que nunca, en general. Qué afán de correr.
¿Qué
plaza le impresionó más, Sevilla o Madrid?
El debut se me vino más encima en Madrid:
la plaza, se me hizo muy grande, no sé si tendría ya 16, sí 16 años. La Monumental
se me hizo muy grande, muy grande. Uff.Recuerdo que al salir de la plaza una mujer me gritó «¡niño vete a la escuela!”.
No era mal consejo. La mujer, como diciendo: niño que para esto no vas a valer.
Que fuera a la escuela era buena recomendación. A la escuela no fui mucho
porque era mal estudiante pero mira por donde, de vez en cuando, en este oficio
me llaman maestro, un honor que me viene un poco grande. Pero bueno, acabé de
maestro (ríe) pero no de la escuela. De la universidad del toreo.
Toma
la alternativa en el 83. ¿Pesa la responsabilidad al lado de Manolo Vázquez y
Curro Romero?
Estaba ensimismado, embelesado, era un
cartel que me había cautivado, los había visto torear mucho, me había fijado en
ellos, los idolatraba. Unos días antes de la alternativa llegó un compañero, un
novillero como yo, Fernando Vera (hace tiempo que no sé nada de él)
entrenábamos y pasábamos los días juntos, y me dijo: «Oye, no te has parado a
pensar qué va a ser de ti como abran el tarro de las esencias Manolo Vázquez y
Curro Romero”. Me puso a cavilar pero le
contesté rápido: «Anda, no me agües la fiesta, que estoy encantado con mi
alternativa”. Estaba encantado con mi padrino y mi testigo. Luego la corrida no
se prestó para que ellos abrieran ese tarro. Qué gracia.
En
el verano del 86 llegó una oreja en Sevilla y a los pocos días tuvo un percance
en El Puerto de Santamaría.
En el 86 ese día, el 15 de agosto, el día
de la Virgen de los Reyes, fue mi debut allí como matador y se dio muy bien. Me
había fraguado en Sevilla como torero, había vivido allí con mi familia, había
visto toros en La Maestranza tantas veces… Y tenía siempre ese deseo de
torear en Sevilla, claro. Luego de matador, ese 15 de agosto, fue la tarde en
que me desenvolví allí con más naturalidad.
A los dos días en El Puerto fue mi
bautismo de sangre. La primera vez que me mete el pitón un toro. Después de
tantos años de novillero estaba ya esperando aquel momento. «Hasta que no me
coja un toro no soy torero”, pensaba. Tenía curiosidad por ver si me venía
abajo o no era capaz de remontar esa circunstancia. Tenía ya mis dudas. Ese día
se despejaron. Me cogió en plena faena el segundo mío. Y sentí un ardor, me
metió el pitón por el muslo llegándome al bajo vientre. Sentía el pitón como se
iba metiendo y haciendo daño por toda la zona. Pero como estaba en la faena con
mucha tensión, era así, intensa e iba a más, cuando caí al suelo me dejó en la
tesitura de que con un poquito más de esfuerzo podía seguir. Otras veces no,
claro, pero esa sí. Me levanté, seguí la faena y lo maté de una estocada. La
gente se entusiasmó, pidió los trofeos y me metí con las dos orejas en la
enfermería.
En la reaparición fue cuando me vinieron
las dudas. «Tengo que estar bien”, me decía. Por mí mismo y para que no se
vengan encima todos los comentarios. Esos días estaba siempre bien. Luego ya después
a lo mejor no salían las cosas pero en la reaparición sí (ríe).
Luego
llegan los años de los contratos y da varias veces las vuelta a España. Aun
así, nunca pasa de las 50 corridas. ¿Ambición o circunstancia?
Con el paso del tiempo me he dado cuenta de
que esa no es mi filosofía. No soy de números, soy de letras. No me hables de
corridas toreadas o de números.
Hablo
del principio.
Sí, también picas en esa forma de moverte
en el toreo. De mandar. Las temporadas empiezan en marzo, terminan en octubre:
empezar pronto y terminar tarde, o sea todo muy en números y a veces nos
olvidamos de que esto fundamentalmente es un arte, de que los números no deberían
tener la importancia que tienen.
Incluso
el aficionado a veces se olvida de eso.
Sí, nos convertimos en materialistas. El
toreo debe tener mucho de improvisación, que surja lo inesperado, la esencia.
Es cuando surge la magia, qué tiene esas cosas. El torero, cuando va con algo
preconcebido no vale porque al final es todo improvisación, por eso esta fiesta
es tan grande tan mágica. También participé de eso. Echo la vista atrás y me
alegro de que al final los números no han sido significantes para mí. Me
congratulo de ello. Sí, bueno, los números están bien, son un mero testigo,
pero no algo importante en mi carrera…
A ver, hombre, cuando uno toma la alternativa
lo que quiere es torear y seguir toreando, cada día más. Lo que quiere
cualquiera es abrirse paso y, claro, para ello hay que torear, para que se
conozca tu expresión. A mí me pasó, tomé la alternativa y como tantos y tantos
toreros sufrí ese parón en mi trayectoria. Me tiré tres años que toreaba poquísimo,
y ya en el 86 a raíz de esas tardes en Sevilla y en El Puerto viene mi
relanzamiento a las ferias.
¿La tarde de los victorinos en Valladolid fue un punto de inflexión?
Fue una de esas faenas que te enseñan
mucho en todo el amplio sentido de la palabra enseñar. Esa faena, mira por
donde, no la rematé con la espada. Y claro, cuando no hay orejas parece que
todo se queda en un segundo plano, sin embargo, hombre, no seré yo quien le
quité merito a una estocada -a la firma de la obra no le quito importancia-
pero tampoco por que a un toro no le des esa muerte… (piensa) o no remates esa
obra con la estocada, ese toreo con capote y muleta, no podemos, digamos,
minimizarlo. No, no. Si quiere usted luego utilice los adjetivos que quiera:
«Qué pena, qué lástima”, pena hasta un punto, claro. Estamos acostumbrados a un
pesimismo… Si esa obra esta ahí, la has visto y te ha transmitido hay que
contarlo así… sin quitar un ápice de importancia a la suerte suprema.
A lo que iba: la tarde de Valladolid me
enseñó que una faena puede quedar imperecedera en la retina de quienes la
vieron sin necesidad de rematar un toro con la espada. Voy a Valladolid y
después de tanto tiempo uno me para y me la cuenta como si hubiera sido el día
antes.
Qué
bonito eso.
Se habla de que el toreo es efímero y
estoy en desacuerdo. Hombre, sale la faena, te vas a tu casa y te acuestas pero
esa faena aparece en los sueños, aparece en cualquier momento en las personas
que la han vivido. El toreo así quieres emularlo. A mí me ha pasado, he visto cosas
en toreros, en la plaza, ves determinadas cosas en la plaza, y llegas a casa y
quieres coger un paño de cocina para emularlo. Porque te transmite, te incita,
te llega. Porque lo sientes. Y es que el toreo es un sentimiento. No hay que
saber de toros, hay que sentir. Es la mejor manera de acercarse al toreo. Más
que saber es sentir. Vosotros los que escribís tenéis que llevar ese
sentimiento a la gente, porque lo de saber es muy complejo: es enigmático, un
misterio, descifrar esos códigos. Ponerse delante de un toro sin estar loco,
eso, joé, cómo se cuenta, cómo se
describe.
En
2001 llega la cornada de Jaén. ¿Esa corrida se debió celebrar?
Sí, porque se celebran muchas en ese
estado, con ese tiempo. A veces somos así. Para torear se deben de dar de todas
formas una serie de factores. A veces toreamos con viento, con mucho viento,
que es peor aun que la lluvia. El viento te descubre en cualquier momento. A
veces, sin embargo, se han conseguido grandes tardes con viento, con lluvia,
por lo que sea la magia puede aparecer en cualquier momento. Pero normalmente con
mucho viento no se debería torear, deberían suspenderse las corridas. Esas
sedas, capotes, los vuelos. No hay vuelos. Están volando. No hay vuelos y
volando no se puede torear. Se dio porque somos así. Nos liamos la manta a la
cabeza.
¿Influyó
que estuviese retransmitida por TVE?
No, fue porque estábamos muy decididos.
Una corrida que en teoría podría ser buena… Nadie nos presionó, fue una
decisión de los tres toreros, no nos dijo nadie nada, ni empresa ni apoderados.
Lo vi muy mal porque se tardó mucho en hacer el paseíllo. Aquí va a pasar algo,
pensaba. Iba en el paseíllo y presentía que iba a pasar algo. No sabía a quien ni
qué porque no soy adivino. Y cuando me vi allí, así, de esa manera, desangrándome,
pensé que era el día final de mi vida.
¿Sí?
Sí, cuando entré en la enfermería y vi
que me desangraba… No perdí el conocimiento en ningún momento aunque me iba
entrando el shock al perder tanta
sangre. ¡Necesité cinco transfusiones…! (tuerce el gesto). Lo veía todo muy
oscuro. Desde entonces tengo una relación muy estrecha espiritualmente con Dios
y casi nunca le pido para mí, me dio tanto con aquello Jaén… esas cinco
transfusiones… Allí lo vi todo muy duro, negro, y me puso unos ángeles como
cirujanos y eso que veía tan negro y oscuro enseguida empezó a llenarse de luz
y me devolvió a la vida como persona. Como torero tardé un tiempo en recuperarme
(piensa) pero me enseñó. Me ha ayudado mucho aquello a tener un sentido más
amplio de lo que es ser torero. No es cualquier cosa.
Desde
luego. A partir de ahí hubo un bajón de contratos.
Sí, trajo cierto olvido. Cuando tardas en
recuperarte… En 2008 toreé seis tardes. Seis corridas. Pero vamos que (piensa)
ya, digamos, mi sentido más materialista se convirtió en algo más espiritual. Entra
ahí en escena la importancia de sentirse torero y de todo ese trabajo, de esa
labor de chavalín hacia mí por parte de mi padre y de ese entorno que había en
esa época, que hemos hablado al principio, de esa gente que desprendía una
bonhomía en sus palabras y me transmitían valores, todos los valores, te
hablaban de todo… pero sobre todo hablaban de los valores, de ser persona de
bien, tener fuerza de voluntad, sacrificio, dignidad, lealtad, fe, fidelidad y
ya cuando te ves ahí en ese bosque oscuro que no te saluda nadie, es cuando sale
de ti todo eso. Afloras todo eso que has vivido, aprendido y que te enseña esa
manera de andar por la vida. Sentí que tenía todavía toreo en mis muñecas y mi
alma.
Antes
de eso, esa sensación de oscuridad la sientes y se suelta al micrófono de
Villasuso el día de la Puerta Grande de Madrid en el mano a mano con Emilio
Muñoz, después de cortar la oreja a su segundo toro. Sus palabras antes de
recoger el trofeo fueron un poco… (28 de septiembre de 1994. Mano a mano con
Emilio Muñoz. Justo al matar al cuarto toro de Sepúlveda y confirmar la salida
a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas contestó estas palabras al
micrófono del periodista: «No sé que decir. Quince años luchando en esta vida…
menos mal. Gracias a Dios ya lo he conseguido. Ahora me respetará la gente
porque nunca me han respetado).
(Interrumpe) Sí, un poco… Reconozco que a
veces, no sé, la lente de la vanidad de la que todos participamos y hacemos uso
no te hace bien. Te impide ver las cosas como son. Aprendes a lo largo de los
años, de la vida, y te encuentras con una palabra que es la que te hace ser
realmente un artista: la humildad. Y esa es la llave. Uno de los mayores tesoros
que alberga el alma humana es la humildad.
Desde luego que había veces que te
molestaban los comentarios que dice uno, que dice el otro y sí, a veces te
afectaban; me afectaban. Y claro, hablaba cosas que luego tampoco realmente
sentía. Aunque casi todo lo que sientes lo dicen las palabras, las que callas,
las que hablas.
A
veces se dice más callando.
Sí. Aunque es importante también que las
voces no se callen. Tienen que expresar, ¿no? Que vayan muy relacionadas con lo
que sientes. Sentir es la clave, tanto para hablar como para torear, la clave
para transmitir. Sino es impostado y se nota; hay que sentir lo que se dice.
En
2010 llega el risorgimento de Juan Mora, como si todo lo guardado durante tanto
tiempo saliera aquel dos de octubre en Madrid.
Detrás de esa tarde hubo ocho años de
dedicación, de fidelidad, de decir «bueno pues nada, esto lo que me toca vivir
y vamos a afrontarlo, ya llegará el día en el que pueda decir este soy yo y esto
lo que tengo que decir”. Cuando entras en esa circunstancia te vuelves
invulnerable, y ese era mi trabajo, mi dedicación día a día. Mi lema.
Una
tarde plagada de detalles.
Sí.
Desde
no encontrar a Barquerito en el tendido, pincharse al montar la muleta, hasta
la vuelta al ruedo con su hijo, culmen de la emoción en un sitio tan intransigente,
a veces, como Madrid, surgió todo natural.
Hay una historia que queda muy bien
relatada en una obra magnifica de Canal Plus donde se recrea ese Otoño. Y ahí
se cuenta todo ese engranaje, lo que sucedió. Hasta ese día, por supuesto. Es
que claro, en esos ocho años de estar en ese bosque oscuro, de dedicación y
perseverancia, pues claro, me pasaron muchas cosas. Incluso nacieron mis hijos
en esa etapa en la que toreaba poco. Llegó un día, sabía que iba a llegar, en el
que ellos me preguntaran «¿tú eres torero no?”. Fue ahí, al apagar la luz de la
habitación. A oscuras dices que sí y te responden que «es que en el colegio
dicen que ya no eres torero”. En ese momento sientes un pellizco y le explicas
eso mismo, que estoy toreando poco, que esta es mi dedicación, que entreno para
torear al día siguiente. Que hago los deberes. Les transmitía eso y qué
importante es.
Hombre, hay personas con mucho talento e
inteligentes, yo no lo soy, pero sí tengo esa fuerza de voluntad, adquirí ese valor,
y con esa fuerza de voluntad llegas tan lejos como el inteligente. Igual tardas
más, pero lo consigues. Y eso tiene un mérito tremendo porque es muy buscado,
muy trabajado, y es bueno que haya sacrificios en las cosas e ir haciéndolas
poco a poco… así se ve que no es por casualidad. Ese día en Madrid es la
explosión definitiva y el agradecimiento: ha merecido la pena todos esos años
de dedicación para que mis hijos vieran que soy torero.
Y
en qué día.
Eso es impagable, eso no se puede
comprar, está fuera de catálogo. No es una cosa que se venda ni se compre. Ver
satisfechos a tus seres queridos…
Hasta
la Puerta Grande tuvo temple. Después de las locuras vistas en los últimos tiempos
fue como un remanso de paz.
Pues claro hombre, es que eso tiene que
ser así, claro, un remanso de paz.
Fue
la primera vez que vi torear a un toro con la espada de verdad. Y cuando cargó
la espada un momento después estaba el toro con la espada en todo lo alto y
muerto. Dije, ¿qué ha pasado?
(Sonríe) Qué ha pasado.
Y
se metió en el callejón como si no pasará nada.
Claro, si estaba ya
todo hecho.
Volviendo a la vuelta al ruedo con mi
hijo, da la casualidad que él me llevaba diciendo, durante varios días antes de
la corrida, de bajar conmigo al callejón si cortaba las dos orejas. Estaba muy
seguro de que iba a cortar las dos orejas. Me lo había dicho ocho veces o así y
no le hacía mucho caso, porque claro, quién iba a saberlo. Pero ya el día de
antes me comprometí con él… y bajo por allí y esa vuelta al ruedo… me hizo
sentir muy torero. Brindamos el triunfo a mi padre. Ni en sueños me imaginé
vivir algo así.
Pasando
a un plano más terrenal, ha sido apoderado por importantes taurinos: Manuel
Chopera, Diodoro Canorea e incluso Victoriano Valencia.
Sí, Victoriano durante una temporada. Con
él y con su hijo.
¿Qué
diferencia hay entre los de ahora y los de entonces?
Pienso que romanticismo. Antes tenían
todos romanticismo, hasta estos nombres de empresas poderosas y plazas grandes tenían
romanticismo. Sí, sí. Mucho, mucho, mucho. Yo creo que esa palabra… Llegó un
momento en que estuvo así como mal vista ¿no? «Ya están aquí los románticos”,
se escuchaba (ríe). Sí, eso pasaba. Hace muchos años, muchos años, cuando yo lo
oía. Ahora es anhelada, porque ya no se ve. Se ve en las redes sociales, el
romanticismo está en las redes sociales.
Cuando el año pasado mi hijo pequeño me
hizo la cuenta de Twitter, me dice «te tienes que poner al día”, no tenía ni
idea de que era aquello. Había muchos comentarios y leía que cómo Juan Mora iba
a estar en esto. Eso se decían los tuiteros. Y yo claro, lo que hacía y hago es
comentar algo, expresar algún sentimiento… Ahora veo que, por lo que me transmite
mucha gente, el romanticismo está en las redes sociales y no en el Hotel
Wellington. Es que ya no se habla de toros y casi todo se hace más deprisa: vas
a tentar y te despiden desde la plaza, sin tertulia. Con lo que se ha aprendido
en una tertulia, al lado de una buena hoguera en la chimenea. Con lo que se
hablaba de hazañas de los grandes… era una invitación a soñar. A mí no me
hablaban de teoría; me hablaban de esa gente, me empapaba de historias, es tan
importante soñar… La gente tiene ahora mucha prisa.
Los
empresarios hablaban de quiebra hace poco.
Me parece muy fuerte lo que argumentan
algunos empresarios. Lo que no entiendo es que si hay quiebra… ¿Por qué ninguno
lo deja? Por romanticismo no es. Eso no lo entiendo. Son además los que mueven
las plazas más grandes. Esos no lo dejan. Está todo tan mal…dicen. Y de
romanticismo nada.
De todas maneras, (piensa) no tiene
tampoco más… Ser empresario de Las Ventas… eso no es muy difícil. Lo difícil es
ser empresario de Pegalajar, la prueba está en que no quiere ir nadie allí a
coger la plaza. Lo fácil es ser el empresario de Las Ventas, que para serlo habría
una cola que llegaría al Bernabéu. Todo lo que comente el empresario de Las
Ventas no tiene tampoco tanta relevancia, él lo tiene fácil. No está pegado a
la realidad, así es. Y lleva otro tipo de plazas. Van a por plazas que pienso
que son rentables. Mucho materialismo.
El
toreo es un espectáculo caro.
Sí, creo que es el segundo con ingresos
más fuertes. Por delante del cine, creo.
Ese
potencial no repercute en la sociedad, se queda dentro. Muy endogámico todo.
Sí, la promoción de novilladas y todo eso
parece que cuesta. No se invierte de ninguna manera, está todo el mundo ahí…
A
finales de los 80 se le consideraba torero de Sevilla. ¿Qué ha pasado?
No entré en Sevilla, no entré, no entré.
Hombre, reconozco alguna tarde, algunos
pasajes, chispazos, momentos, en los que sí ha habido ahí esbozos. Esa tarde
bonita del 15 de agosto del 86… pero no he toreado como yo hago en sueños, de
manera imaginaria a ese toro ideal o en algunas otras plazas. No lo he hecho.
¿Le
queda esa espina?
No, no, a veces prefiero tener espinas.
Es lo que más me enseña; a mí lo que más me enseña es lo que no hago. Hombre,
es bonito ver la cara de satisfacción en los aficionados, que la liturgia se
convierta en fiesta es una alegría para todos: el triunfo, ¿no? Pero las tardes
que más me han ayudado son las que no me he entendido ni con el toro, ni con el
público, ni conmigo mismo. Todo se pone muy oscuro, nadie te saluda y todo el
mundo pasa de ti. Tú te levantas y sales para delante con más fuerza y
convicción. Son las tardes que… que no, que no hay conjunción y todo se llena
de una atmosfera triste. Tú mismo reconoces que oh (suspira) pero ahí te sale la afición y son las tardes que
enseñan.
Para mí no ha habido fracasos ni errores.
Cambiaría esas palabras por aprendizaje: son tardes de aprendizaje. Si no hay
fracasos o errores no aprendemos nunca. Sería un superdotado, que los hay, pero
yo no. Yo soy un perfecto imperfecto.
También
entonces había problemas entre empresarios. Hojeando la hemeroteca he visto que
se quedó fuera de una feria de Sevilla porque Chopera y Canorea no se pusieron
de acuerdo por algún conflicto que había entre ellos. ¿Como lo vivió?
Mucho ruido, se armó mucho ruido (sonríe).
Hombre, sientes impotencia, ya ves, te quedas fuera por ese malentendido que
con el tiempo se arregló. Normal por otra parte entre personas con ese carisma
y esa profesionalidad… Sí, nos tocó quedarnos fuera aquel año. No hay mal que
por bien no venga.
¿A
los taurinos de ahora les hace falta personalidad o carisma?
Personalidad hace falta en general, en
muchos campos. No sólo a los taurinos, que también.
En el ámbito de la política se ha perdido
toda la personalidad. Toda, absoluta, cero. Al principio de la democracia había
políticos con gran personalidad. Un ejemplo: no eran aficionados, pero el toreo
se respetaba. Este juego que hay ahora de cuatro ahí protestando… Los llevan,
y venga, prohíben el toreo en el parlamento y parece aquello un nido de
majaras. Dejándose todos manipular. Falta personalidad a determinadas personas
que digan, «oiga, esto no se puede consentir”. Estamos hablando del toreo, de
algo que lleva siglos y siglos arraigado en la tradición del pueblo y la
costumbres.
Podemos
lo dice en su programa. La prohibición, digo.
Sí, lo leí.
Nos
mezclan con el tráfico de especies exóticas.
No podemos.
¿Pueden?
No podrán (ríe).
Muchos deben leerse eso, porque los
votarán. Y claro… Muchos tienen que leerlo porque no tenemos costumbre de leer
la letra chica.
Prohibir
los toros en toda España sería imposible.
Lo harán y luego vendrá otro político y todas
esas meteduras de pata las arreglará otro. Desafortunadamente estamos en manos
de los políticos en casi todos los campos, en casi todo los ámbitos. No hombre,
no digamos… si eres artista darás de sí lo que tu lleves, pero al final todos
estamos orientados por los políticos. El político merece el respeto, respeto
hombre, siempre, respeto para todo el mundo, pero quiero decir, ¿cómo puede
hablar y estar supeditados a lo que diga? Ahora llega uno y se carga todo lo
que se proponga, el teatro, el cine, el fútbol.
Hay
una especie de falacia que circula por ahí. Una mentira que habla de que el
toreo es de derechas. Y el toreo es de todos.
Yo toreo con las dos manos, voto según
embiste. Si embiste por la izquierda, pues por la izquierda. Si lo hace por la
derecha… igual. No me caso con nadie, el que venga bien para todos. Poniéndome
siempre en la posición del más necesitado. Hombre, yo digo que a ver si algún
partido político echa la pata palante y se compromete a que el toreo
sea Patrimonio Inmaterial para votarle, para yo votarle.
Hay amagos, pero lo que decíamos, falta
personalidad para decir «vamos a hacer esto”. Hay políticos que tienen afición
sí, pero son más de fotos, de las fotos tal y cual. Pero no hay ninguno que
diga voy a escuchar y bregar. E ir hasta donde tenga que ir. Ser Patrimonio Inmaterial
de la Humanidad pondría una coraza y ya puede venir quien quiera con aversión hacia
el toreo que eso es intocable.
Lo que yo quiero decir es que si está de
desaparecer que desaparezca. Por su propio peso, que se vaya la afición. Pero
no por la oposición de cierta gente, que reconozco que es controvertido el
toreo, pero hay que respetar más. Es un sinsentido querer abolirlo. No nacería,
no le darían la oportunidad al toro de nacer.
Da
la casualidad que esa parte del programa de Podemos se denomina ‘Protección
animal: una nueva exigencia social’. No se han dado cuenta, creo, de lo que
supone el toreo en cuanto a ecología.
No quieren saberlo, les da igual. Todo lo
determinan atacando a la muerte, a la suerte de banderillear, a la de picar. No
les interesa. Ha llegado incluso a haber estudios de veterinarios no taurinos
que afirmaban que el toro no sufre durante la lidia. Son palabras importantes.
Pero les da igual. No quieren que mueran en la plaza con público.
Qué
mayor dignidad animal que ésa.
Viven como no muchos animales. Y la
mayoría de los animales comestibles mueren de una manera…
Poco
digna.
Sí, la palabra es ésa. Con menos
dignidad. Con traición. Tengo la convicción… Como estoy convencido de que Dios
es aficionado a los toros, y Dios es el más grande, me importa muy poco lo que
opine esa gente.
Estos
movimientos antitaurinos vienen además impulsados por gente de fuera de España.
Sí. Este que ha prohibido los toros en
Bogotá, Petro, ha pertenecido a un grupo poco menos que terrorista.
¿Colombia
ha dado una lección a España?
España sabe, pero le gusta más aprender
que enseñar (ríe). Tenemos uno de los espectáculos con mayor fuerza y estamos a
verlas venir. La sensación es como que no terminamos de creérnoslo. Está bien
ser humildes, pero no ser lilas (ríe).
¿La
culpa de los males del toreo la puede tener el apagón informativo en las cadenas
generalistas? Hablábamos antes de la tarde de Jaén y ya no se retransmiten ni
los carteles importantes de la temporada.
No sé que habrá pasado con TVE, se ha
quedado desplumada. Ahora vas por allí y parece aquello un cuartel en guerra.
No sé que habrá pasado con TVE. Desde luego no habrán hecho bien las cosas,
porque ha ido a menos en todos los sentidos. No sé la fórmula que han ido
utilizando y lo que es ya en el ámbito taurino… ahí subsiste la información
taurina por la valía y experiencia de los profesionales de Tendido Cero que
están ahí atrincherados y tienen un mérito enorme pero desde luego que… poco,
han hecho muy poco. Desde que la televisión dejó de contar el tema taurino,
retransmitir corridas y tal… las gestiones que se han hecho en general no han
beneficiado al toreo.
¿Cómo
lleva que le llamen torero de culto?
Yo torero de culto… bueno, no sé, será
porque me gusta leer (ríe). Sí, me gusta leer llevo 17 años haciéndolo y… me
costó, me costó. Ahora soy un buen lector. Aprendo, me enseña y encuentro
sentido a cosas que antes parecían no tenerlo.
Me
refiero a torero de culto para el aficionado.
(Ríe) Hombre, he salido por la tangente. Es
apasionante la manera en la que vive el aficionado el toreo: su manera, su modo
de contarlo. Es honorable y son una de nuestras razones de ser, del torero.
Alguien decía que los aficionados se cuentan y que caben en un autobús, en un
sitio pequeño. ¿Y? A mí me merecen tanto respeto… son los que siempre están
ahí. Hay que escucharles más. Cada vez se comunican más en redes sociales,
escriben, lanzan sus sentimientos a los cuatro vientos. Los empresarios
deberían ser receptores de todos esos mensajes de los aficionados. Pero ellos
van más al gran público, al consumista, y le hacen más caso a ese tipo de
público consumista y materialista. Que van a los toros, sí, estupendo,
bienvenido sea, pero de manera mecánica. Debido a eso los empresarios hacen
poco caso a los aficionados que son los que tienen sentimientos y están
siempre. Son gente que vive el toreo de manera apasionada.
Hablando
del aficionado, parece que la grandeza del toreo se ha diluido. Ya no se reconocen
a los toreros por la calle. ¿No duele eso?
A mí se me han pasado ya esas cosas.
Puede ser que el toreo haya perdido fuerza en la sociedad pero a mí me llega
mucho el aficionado. El aficionado sí me llega.
Alguien dijo que a Juan Mora sólo lo
conocían trescientos aficionados: son demasiados porque yo todavía no me
conozco. Me gusta estar entre esos aficionados como un torero que le llega. Eso
es muy gustoso.
¿Qué
le debe el Mirabeleño?
A mí mi padre… (piensa) me lo dio todo.
El a mí no me debe nada, el me lo dio todo: su amor. Cuando una persona te da
su amor -el amor- está todo salvado. No me debe nada. A este mundo venimos a un
par de cosas: para aprender y para amar. Quizá deba ser ese el camino que
debamos recorrer todos, el de la paciencia y el amor. Y mi padre cuando se fue
me había dado todo su amor, que mucha gente se va y no lo da. No me debe nada
(sonríe).
Y a
sus hijos, ¿qué le debe?
Todo mi amor, estoy todavía a mitad de
camino. Enseñarles a que tengan respeto, respeto a todo en la vida. A veces hay
que intentar ser buena persona. Se intenta mejorar como torero pero también es
importante hacerlo como persona. Ése es el mejor legado para nuestros hijos: mejorar
como persona y transmitirle eso.