Es difícil escucharle una palabra a David Martín Escudero. El dios de su nacimiento no entiende de celebridades, adulaciones o famas, no le llama a la yihad cuando se llena de albero, ni le exige lealtades u ofrendas porque tampoco le importa que no le entiendan. Y no lo hacen. Pudiera parecer que es menor el dios del chico, hasta que dice éste el misterio.
Lo dice con la pureza entregada y desnuda con que se descaró con
la birria que envió Juan Pedro a Valdemorillo para que saliera quinta, con la
virtud de seguir el trapo entre los defectos que trae el mal fuelle. Todos los
tuvo que limpiar Escudero sin mudar la color ni cuando se venció el bicho y lo
echó al aire como un pelele. Entraba en los planes de quien busca el toreo como
forma de expresión. Es entonces cuando comprende David que su dios sólo es
menor para el que mira sin ver. Dicen que el español medio anda por la vida
manejando mil palabras; pocas se me hacen para explicar lo que se dice sin
ellas.
Le convierten al dios en menor los que no ven el diálogo interior
de un tío con un toro. O con dos. Porque a los dos los comprendió el que se
expresa con pulso para decir el temple. Temple para mantener, inteligencia para
perder el paso, grandeza para consentir y precisión relojera para imponer la
ley cuando debe llegar el toreo. Y entonces, si rompe, que rompa. No hay otra
forma de entender a su dios menor. Por eso será muy grande si un toro no
remedia.
A
grande apunta un sevillano rubio y risueño al que hoy le tocó trabajar. Primero para convertirle en ritmo al tercero el pegajoso gazapeo con que llegaba su arrancada. Luego fueron todo virtudes las que sacó el de Juan Pedro, que le embistió incansable a la muleta fácil, a la suficiencia mandona y lista de preparada ratita sabia. Borja maneja los trastos como si fueran parte de su anatomía y sabe buscar el toreo cuando existe condición y el calor del tendido cuando toca poner el muslo. Pero en ambos casos compone el cuadro y busca su trazo, porque tiene condiciones innatas para navegar. Si Dios quiere, porque al suyo, a su Dios, el tendido -al que llega sin quererlo- lo hace mayor.
El de Ángel Jiménez se queda en la medianía porque no le echan cuentas. Ven su constante preocupación por guardar las formas, su lento caminar para andar en torero, su capote bajo el brazo en cualquier circunstancia y sus gestos de rabia cuando consigue las metas. Pero no le ven el oficio que camufla entre las telas, el pulso bien trabajado que le brota al natural y la técnica solvente que le aporta más valor al que le vino de serie. Todo lo sacó con el primero para dejar un toreo diestro de tremenda importancia. Pero en su dios ni siquiera piensan los que piden ligazón y casta, y sin eso no ven toreo.
Un dios menor ven en la propuesta de Escudero, al que sacaron el pañuelo para pasear una oreja, los que pasaron frío en la plaza. La verdad, el aplomo y la pureza no están de acuerdo con tamaña ignorancia. Y el tiempo tampoco…
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Valdemorillo (Madrid). Feria de San Blas, primera de abono. Novillada. Cuatro novillos de Albarreal, justos de presencia, bajos y reunidos, nobles en general sin fuelle para ser buenos. Y dos de Juan Pedro Domecq (tercero y quinto), escurridos y escasos de presencia, enclasado y con movilidad el buen tercero; feble y bonachón sin fondo el sexto.
Ángel Jiménez (grana y oro): palmas y silencio.
Martín Escudero (lila y oro): ovación y oreja.
Borja Jiménez (verde hoja y oro): oreja y silencio.