Los empresarios, en búsqueda de la novedad, han intentado desde siempre atraer a los diferentes públicos con la presentación de corridas diferentes o especiales. Pero entre ellas las corridas concurso parecen ser una romántica reliquia exclusivamente conservada para los aficionados a los toros más puristas.
Dentro de las diferentes clases de festejos taurinos que se dan en una feria, podemos encontrar frecuentemente a las tradicionales corridas de toros, novilladas, corridas de rejones, festivales, becerradas y las mal entendidas corridas mixtas que juntan en un mismo cartel a rejoneadores y toreros, pues el término ‘mixto’ sólo está bien usado cuando en un mismo festejo se corren novillos y toros, es decir, cuando matadores de toros y novilleros hacen el paseíllo juntos. Sin olvidar los festejos cómico-taurinos o, últimamente, los semi-profesionales concursos de recortadores.
Pero con la intención de conmemorar fechas especiales, realizar algún homenaje o simplemente generar novedad entre el público, los empresarios han tratado de marcar diferencia en festejos puntuales para asegurar un lleno y crear una tradición en torno a ese evento. Es así cómo han nacido las corridas goyescas, valencianas y el último invento de Málaga: la corrida Picassiana. El fondo del festejo es realmente el mismo de las corridas ordinarias, sólo cambia el traje con el que se visten los toreros, la decoración de la plaza, la pompa de los paseíllos y, en algunos casos, se pueden realizar algunas suertes caídas ahora en desuso.
El último intento por crear un evento taurino realmente especial y diferente lo hizo el dramaturgo catalán Salvador Távora, el 19 de marzo del 2006 en la plaza de toros de Espartinas. Se llamó la «Corrida Moderna», y sólo se realizó en aquella ocasión. Era un híbrido en el que los picadores fueron reemplazados por rejoneadores, el paseíllo se realizaba entre flores y sobre una tela blanca, los pasodobles dejaban espacio a otros géneros musicales, y los forçados portugueses y los recortadores españoles también tenían su sitio, entre muchos otros cambios. El ensayo no gustó a nadie… ya sabemos lo reacios que somos los taurinos al cambio, y más cuando se quieren hacer todos de un solo golpe, sin su debida evolución.
Pero dentro de todos estos tipos de celebraciones taurinas hay una que marca diferencia por su sentido: La corrida concurso de ganaderías. Buscar en la historia el inicio de esta práctica nos lleva a los días en que cada empresario escogía los toros mejor rematados en la finca donde se acogían las ganaderías para las ferias, sin importar el hierro de procedencia. De tal manera que una tarde podía salir indistintamente cada toro de una ganadería diferente. Para entonces, el mayor prestigio para un ganadero era que se lidiara una corrida suya completa.
Pero el establecimiento de la competencia anunciada en un cartel no está muy claro. Lo que sí está definido es la época de su auge. Fue a mediados del siglo pasado, cuando comenzaron a proliferar en todo el territorio español los festejos en los que se medía con especial rigor el comportamiento de cada toro y se premiaba al ganadero que llevara al ejemplar mejor calificado. La tradicional corrida goyesca de Ronda, que se celebró por primera vez en septiembre de 1954, comenzó siendo también una corrida concurso hasta su edición del 10 de septiembre de 1959 en la que tomó parte el diestro tolimense Pepe Cáceres en sustitución de Juan Antonio Romero, herido el día anterior. Aquel día alternó con Antonio Ordóñez, Manolo Segura y el rejoneador Álvaro Domecq, correspondiéndole los toros de Felipe Bartolomé y Fermín Bohórquez. Al final ese concurso se declaró desierto, pero quedó escrito que fue Pepe el primer colombiano en participar en tan prestigioso festejo.
Las corridas concurso más reconocidas en toda España por su seriedad, categoría y tradición son las que se han realizado en Jerez de la Frontera. Surgieron el 11 de septiembre de 1955 por iniciativa del entonces alcalde de la ciudad, ganadero y rejoneador D. Álvaro Domecq y Diez.
Las novedades que en ella se instauraron, como una tercera raya de cal más hacia el centro del anillo desde donde se debía colocar al toro por primera vez al caballo, la obligación de hacer la suerte de varas al menos tres veces y la posibilidad de usar el regatón del palo para las siguientes acometidas del astado al caballo. Unidos al estricto otorgamiento de los indultos y los parámetros de calificación, se copiaron y se asumieron como regla en los demás concursos de ganaderías que se realizaron por todo el territorio español. Todo esto hizo de esta corrida, no solo un evento singular, sino que además la dotaron de una importancia en cuanto a que los aficionados más reconocidos a los toros la tenían como una cita obligada en su calendario. Por esta razón las corridas concurso han sido catalogadas, por algunos, como el último resguardo de afición pura y también la más verdadera de las expresiones de bravura del animal, por cuanto los ejemplares en ellas lidiados, son de mejor reata y presentación.
No en vano, el único indulto realizado en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid ha sido en una de estas corridas concurso, precisamente el 19 de julio de 1982, cuando el toro «Belador», de Victorino Martín, se hizo merecedor de tal honor, luego de la lidia que le dio el diestro cartagenero Ortega Cano.