La cría del toro bravo se remonta mucho más allá de los siglos XIX, XX y XXI, donde el hombre empezó a seleccionarlos según sus caracteres para su posterior lidia; primero en las plazas de los pueblos y ciudades, con los caballeros a lomos de sus cabalgaduras y luego con el posterior toreo a pie en plazas levantadas para tal efecto. Ya en la antigua Grecia se jugaba al toro con lo que ahora denominamos El salto de la garrocha o con el juego entre el toro y el hombre cuerpo a cuerpo.
Pero antes, mucho antes, durante la Prehistoria, ya existían estos animales bravos, los cuales se han podido ver en distintas pinturas rupestres, algo que demuestra que el contacto del ser humano con el toro se remonta a tiempos inmemoriales. Evidentemente, el concepto de toro que tenemos hoy en día ni se le parece a aquel de hace varios siglos, pero si nos sirve para ponerlo en contexto.
El toro procede del tipo uro, de la subespecie Bos primigenius primigenius, antepasado del actual Bos primigenius taurus, una res de gran tamaño que en sus tiempos fue cazado en toda Europa Central y del Norte; del cual han quedado diferentes y numerosos testimonios plásticos a lo largo de todo el continente europeo. Ya en España, en tiempos de los Reyes Católicos, ya se empezaron a conocer los primeros indicios de selección del toro bravo entre los siglos XV y XVI.
¿Y por qué explicamos todo esto? Para poner sobre la mesa los distintos comportamientos y reacciones del toro en el campo. Durante siglos el peligro a ser cazado ponía en alerta a los animales ante posibles enemigos; así, el hombre, de dos piernas, era el cazador, que necesitaba de dicha actividad para poder alimentarse. Algo similar pasaba con el animal de cuatro, bien fuera el lobo o algún depredador similar que acechaba a su presa. Por todo ello, la vaca brava desarrolló un instinto de supervivencia: nada más dar de mamar los calostros al becerro, tendía a esconderlo mimetizándolo con el entorno para evitar así a los depredadores o los animales carroñeros. Por ese instinto, un toro bravo en la actualidad teme a un hombre o a un caballo pero no a un todoterreno, al que incluso embiste -puede haber excepciones en el campo bravo en las que un toro «caliente» o recién pegado por sus hermanos de camada sí ataque al hombre o al caballo, pero en casos realmente extraordinarios por estas razones-.
Aquí existe una gran diferencia entre el bravo y el manso, algo que en su momento le explicó de una forma muy didáctica Fernando Cuadri a los compañeros de Toros para Todos: «Una vaca recién parida lo que hace es lamer al becerro para quitarle el olor a sangre ante posibles depredadores, luego le da la primera leche que es el calostro, la cual es fundamental para su supervivencia, una vez escondido lo deja y se va con las demás vacas. Al dejarlo oculto, evita que cualquier depredador pueda encontrarlo. Ese becerro, una vez que lo ves escondido, si la madre no vuelve ahí se muere, no se levanta hasta que esta no venga a por él. La madre en el momento empieza a ver riesgo se separa de la cría para protegerlo de esa manera, es distinto de conservación de los de los animales«, una explicación brillante de un ganadero que conoce a la perfección el campo bravo.
¿Qué pasa si aparece un depredador y la madre está con las otras vacas a 500 metros? Aquí, según Fernando, hay que dividir entre el bravo y el manso. «La naturaleza le dice que se levante, que berree y que corra para la madre, que para eso le da doble pezuña y cuartos delanteros muy desarrollados que es aceleración para que corra hacia ella. Se tenía que levantar, berrear y correr para la madre, y la madre al escuchar el berrido ir hacia él. En ese recorrido puede suceder que el depredador que sea; perro, lobo, zorro… lo coja y lo mate. Ocurre si tiene algún defecto, alguna enfermedad o alguna tara física, al fin y al cabo es la selección natural. Qué pasa con el de lidia, que normalmente no hace eso, le planta cara al depredador, porque le hemos inculcado una condición que es la de pelea; la bravura y la casta, entonces está desobedeciendo la naturaleza que está plantándole cara al depredador. Lo matan, lo mata, ese no tiene posibilidades de supervivencia, al contrario que el manso, por eso creo yo que tiene tendencia natural a desaparecer», señala el ganadero onubense.
Por cosas como estas, el animal bravo tiende a temer al animal de dos y cuatro patas, porque durante siglos ha sido su enemigo, ese que ponía en peligro a su familia. Sin embargo, no le tiene pavor al tractor o al coche, ese que asocia a la comida y al quehacer diario. Es evidente que con el día a día empiezan a conocer a esos hombres de campo que diariamente conviven con ellos, que les dan de comer, que cuidan, pero no les hace gracia ver aparecer a los caballos, su presencia es indicativo de movimiento, cambio de cercado, ejercicio… algo que el toro bravo no ve con buenos ojos, por ello los hombres de campo hacen las cosas despacio, con calma y siempre con esa voz que el toro conoce desde chico. Por eso nunca debe faltar una buena parada de cabestros, esos que amparan a los animales y les dan confianza en todo momento.