MARCO A. HIERRO
Querido Víctor.
Qué raro se me hace haberme hecho a la idea de que no me contestarás cuando te diga que lo voy a mandar todo a la mierda. Qué extraña sensación de sosiego me produce tu voz martilleando en mi cabeza e insistiendo en tu perorata: «No te aburras, Marco». ¿Tú sabes la cantidad de veces que me lo has vuelto a repetir desde aquella última vez que nos vimos a la puerta de Las Ventas…? Ahora, que duele menos el dolor de saber de tu ausencia, porque nunca has dejado de estar con nosotros, podemos hablar una vez más a ‘calzón bajao’, como hicimos tantas veces y -aún no sé por qué- no hacemos desde aquel 9 de julio en que Teruel se convirtió en la aduana hacia la gloria.
Tendrías que ver la que has liado durante todos estos años, aún sin que estuvieras físicamente entre nosotros. Los niños conocen tu nombre y saben de tu lucha porque así se ha empeñado Raquel y esa bendita Fundación que se llama como tú. Qué tenacidad, amigo. Qué gran mujer elegiste como compañera de vida, pero sobre todo qué bien comprendió tu filosofía vital. Ella, que vivió tu pelea constante, tus sinsabores, tus frustraciones y tus triunfos, sabe ahora que lo más valioso que queda de aquello son los valores que ahora puede transmitir a través de tu legado. Y qué experiencia lo de jugar con los niños y transmitirles esos valores… Otro día, más despacio, te cuento la que me formaron en el palco de Santander aquel primer día de andadura del programa que lleva tu nombre. Lo que te hubieras reído…
Y creo que te reíste, porque prefiero pensar que lo ves todo, que de alguna manera que no acertamos a comprender estás ahí, amparándonos de los de fuera y de los de dentro, porque esa es la parte fea de la historia que te cuento, Víctor; ahora que tenemos una herramienta como la Fundación del Toro de Lidia para luchar contra los de fuera, siguen los de dentro sin comprender que no habrá de lo ‘suyo’ si no aseguramos lo ‘nuestro’. Hay tantas discrepancias al definir la dignidad en este mundo en que nos movemos que de puro desentendimiento se nos van a olvidar los pilares de nuestro rito. Hay tanta costumbre de hacer las cosas al revés que ya no sabemos cómo se hacían bien, si es que hubo un día en que así se hicieran. ¡Ay, Víctor! ¡Qué falta le hace al toro que le sigas echando la manita de amor!
Y, a pesar de todo, los toros embisten y los toreros convierten los sueños en realidad. Y sigue habiendo encinas para que un animal y un hombre conviertan en danza una riña al cobijo de su sombra. Dicen que mientras eso siga existiendo nada debe temer la Tauromaquia, pero hay veces que cuesta tanto creerlo…
En fin, que no te voy a aburrir con mis preocupaciones, que ya te las sabes porque algunas las compartes. Te digo simplemente que te echamos de menos, que sentimos la marcha del torero pero añoramos sobre todo al hombre y al amigo, al marido y al tipo sonriente de la amabilidad perpetua. Que te seguimos queriendo, Víctor. Y que cuando me aburro y lo quiero enviar todo al carajo siempre me acuerdo de tus palabras. Incluso ahora, que cada día te dan ganas de aburrirte del todo…