En tierras de Vejer de la Frontera, a pocos kilómetros de la histórica Medina Sidonia, se encuentra la mítica finca de Jandilla junto a su vecina de El Horcajo. En las cercanías de los municipios gaditanos de Benalup y Casas Viejas, una amalgama de hierros y fincas legendarias se abren paso. Lagunajanda, Salvador Domecq o Rehuelga son esos hierros que se encuentran por una de las zonas más ganaderas de nuestra baja Andalucía, esa que dio cobijo a los toros de Juan Pedro Domecq —primero— y más tarde al hierro de Jandilla hasta que este viajó hacia tierras de Mérida.
Una Laguna de la Janda donde también pastaron los animales de la familia Mora Figueroa, así como los que criara el mítico hierro de Rincón con el que se marcaban —y marcan— a fuego los animales de Carlos Núñez, una divisa de gran vitola que está volviendo por sus fueros tras años de dura lucha y de apuesta por un tipo de toro muy definido, ese que durante muchos años ha sido el santo y seña de esta casa ganadera.
A casi una hora y media de Sevilla se encuentra el hierro que comanda María Domecq, ese que heredara de su padre Salvador Domecq, uno de los ganaderos más importantes de la baja Andalucía, uno de los lugares con mayor tradición en la cría del ganado bravo. Una ganadería que recibe el nombre de Toros de Lagunajanda y que es una de las ramificaciones en las que se dividió el hierro familiar.
La vida en el campo bravo es dura, compleja y una gran desconocida para gran parte de la población. Aquí trabajan hombres curtidos en mil batallas, gente de campo que no reniega de sus raíces, esas que le unen al campo bravo. En esta casa tienen la suerte de contar con uno de los mayorales más experimentados del campo bravo, un hombre que conoce cada centímetro de tierra, así como a todos los animales que pasta por estos lares.
Una rama de acebuche que se saca de debajo de la tierra, el arma secreta del mayoral de Lagunajanda
Diego, hombre de confianza de la familia, sale tres días en semana a correr a los toros por un lugar paradisíaco de la finca, ese que está rodeado de acebuches centenarios, de donde saca su arma secreta para mantener a raya a los animales que pastan en estos terrenos. «Es una rama de acebuche que se saca de debajo de la tierra, de una vareta que sale derecha se le saca la porreta cortándose para que la base quede como un puño«, le comentaba a los miembros del programa Toros para Todos en un reportaje.
La fecha ideal para sacar esta rama de acebuche es el mes de enero; en esa época la madera no se abre y evita que se parta cuando caiga al suelo. Esta vareta de acebuche tiene un proceso que en esta casa saben hacer a la perfección. Esta es prácticamente la única defensa que tienen estos hombres de campo cuando un toro les da la cara, un arma infalible que conocen bien algunos toros, esos que ya probaron como se las gastan en esta casa cuando un animal se pone gallito.