Juan Ortega y José Antonio ‘Morante de la Puebla’ se ‘picaron’ en quites este miércoles, 26 de abril, en la décima de abono en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Tras un sublime recibo a la verónica por parte de Juan Ortega al tercer ejemplar con el hierro de Domingo Hernández, llevó de nuevo por delantales al caballo y, tras la vara, Morante de la Puebla entró a quitar por sublimes verónicas.
Fue ese el momento en el que entendió Juan Ortega que debía responder… y así lo hizo, de nuevo toreando a la verónica con una sublime despaciosidad. La Maestranza entró en éxtasis -ya lo había hecho antes en el saludo capotero, en el que había sonado la banda del Maestro Tejera-. Fue, sin duda, uno de los grandes momentos para recordar esta Feria de Abril.
Pablo López Rioboo, en su crónica de este miércoles en este medio, lo relataba de esta forma: «Si en el primero hablamos de un catedralicio toreo de capa de Morante, Ortega no se quedó atrás con el primero de su lote, un toro de enorme clase y bondad que se fue a los vuelos del capote en la primera verónica. Ortega soltó muñecas para cincelar un ramillete de lances cada uno más despacio que el anterior. El toro la tomaba de tal manera que se reducía en la embestida. Pero el olé más rotundo vino en una verónica dormida, un lance que duró una eternidad. Lo enganchó delante para más tarde embarcarlo y soltarlo tan atrás que la cintura quedó quebrada. Sevilla era un manicomio, la media posterior tras la cadera la hubiera firmado hasta el mismo Curro Puya. Pero ahí no quedó la cosa. Ortega por delantales, Morante por chicuelinas y nuevamente Juan, esta vez a la verónica. Cada uno con su sello, uno con el de la naturalidad y el otro más barroco y arrebujado. Sevilla andaba en una nube, estaba viviendo algo histórico. Ortega lo hizo todo despacio, sin prisas. Buscó tocar el palo preciso para que la bondadosa embestida de Púgil no acabara diluyéndose. Brindó a Romero una faena tan sutil como precisa, tan limpia como rítmica. Los pases de pecho duraron lo que tardó en desenmuñecar el mismo. Trincheras, naturales, derechazos… todo bajo el prisma de la naturalidad. Sonó Manolete, Ortega estaba dibujando una faena que estuvo rodeada de un halo de despaciosidad. Toreó dentro y fuera de la cara del toro en una obra para aficionado. La ovación que recogió desde el tercio fue de esas que llegan al alma».
El posterior brindis de Juan Ortega a Curro Romero
Posteriormente, Juan Ortega brindaba el animal a Curro Romero, presente en el tendido: «Maestro, el día de mañana podré decirle a mis hijos que le brindé el toreo a uno de los toreros más grandes que ha dado Sevilla. Muchas gracias por su amistad, por su cariño y por sus consejos«, le dijo.