MARCO A. HIERRO / ILUSTRACIONES: JUAN IRANZO
El casrtel de hoy es el último gran fogonazo de cuantos componían la Feria de Abril de 2018, dado que la mediática de mañana y el mano a mano sevillano del domingo son dos carteles que en nada compiten con el de hoy. Y los tres que esta tarde se vestirán de toreros, de los que ganan premios en las ferias y se proclaman triunfadores, también son de los de no dejarse ganar. Por eso irán tras la estela de un Juli que hasta ahora se les ha ido por delante.
Es Enrique Ponce y es el prestigio de saberse en Sevilla, en la segunda actuación que tiene comprometida en este ciclo. Una oreja lleva ya en el esportón, pero de un toro de Garcigrande la tarde en que el indulto de Orgullito a manos de El Juli lo eclipsó todo. Sabe bien Enrique cómo funciona esto, porque debe ser uno de los matadores que más toros haya indultado en su vida.
Llega al Baratillo después de protagonizar un inicio de año sencillamente espectacular. Ha triunfado en casi todas las plazas que ha pisado y ha abierto casi todas las puertas grandes, en diez festejos que han arrojado el balance de 21 orejas y un indulto, el protagonizado en Manizales, que se suma a las cuatro decenas que suma en su carrera. Ponce podría decir que él es el torero que cualquiera quisiera ser.
Prodigioso en la técnica y en el conocimiento de los animales, es en el trato donde Enrique los termina convenciendo. Es como el doctor que diagnostica con brevedad y entiende las dolencias sin fisuras para aplicar las curas. Por eso los toros terminan entregándole el fondo -tan bueno como sean capaces de otorgar- sin reservas. Es la primera de sus dos comparecencias en Sevilla, pero como demostró en Valencia, no es Ponce torero que se guarde.
A José María Manzanares se le asociará por siempre jamás con el ruedo de La Maestranza, la plaza que mejor ha sentido y ha entendido su forma de interpretar el toreo. El torero dinástico es el consentido de esta plaza, él lo sabe y lo fomenta y suele responder con calidad a las calidad que se le demanda desde el tendido. Porque la tiene. A pesar de que su actuación el Domingo de Resurrección sólo diera para saludar una ovación, porque su segunda tarde en la feria sirvió para meterse en el esportón las dos orejas de un gran toro de Cuvillo y otra vez el alma de los sevillanos.
De todas las figuras que hoy en día se anuncian en los carteles es Josemari, tal vez, quien menos responda -junto con Morante- a la tiranía del resultado, porque si los toreros alcanzan su caché según llenen las plazas, Manzanares es -o debería ser- el más caro. Tiene un carisma especial, llega al gran público y tiene planta para ser héroe popular, además de héroe de luces, lo que lo convierte -comercialmente hablando- en un producto sensacional para vender entradas.
Pero, además, se trata de uno de los toreros que mejor reflejan y plasman un concepto concreto de torear, basado en el empaque, la elegancia, el temple y sobre todo un manejo de los vuelos como hay pocos hoy por hoy. Josemari es un prestidigitador de los flecos, por eso es capaz de embarcar y soltar con una precisión que le hace estar siempre bien colocado para ligar el siguiente muletazo. Y Sevilla lo sabe. Y Cuvillo -que se acuerda de Arrojado y su indulto en este ruedo en manos de Manzanares- también.
El extremeño es el torero que todos quieren ver después de descerrajar la Puerta Grande de Las Ventas el pasado año y de revalorizarse casi un 200 por cien en el valor de las entradas en aquella corrida de la Cultura en que sólo la espada privó al chaval de alcanzar la Puerta Grande por segunda vez en el mismo año. Ginés está en racha y eso los toreros deben aprovecharlo, porque cuando llega la ráfaga favorable es cuando uno debe definir y apuntalar su carrera.
A Marín nadie lo conoce por arrugarse en las grandes citas, pero sí es cierto que corre el riesgo de encontrarse con una plaza de Sevilla distinta a la que dejó en 2017, y eso puede pesar en la espalda de un torero que no ha dejado de ser muy joven, pese a su triunfo. Cada vez es más triunfador y él lo sabe, pero no por ello deja de pesarle.
Desde niño fue el extremeño una ratita sabia, haciéndose con el triunfo en cuantos bolsines y certámenes participó durante su etapa de formación, pero ha sabido transformar esas virtudes incipientes en sólidas armas para asaltar el trono del triunfo. Y lo está acechando cada vez que se viste de torero. Llega en el último minuto a esta feria, pero también llega sabiendo todo lo que ha pasado. Y seguro que lo querrá aprovechar.
El hierro de Juan Pedro Domecq es flor y nata del campo bravo español. En Sevilla cumple su tercera tarde del año, después de los encierros de Castellón y Valencia, en los que a los once toros lidiados se les cortaron nada más que diez orejas. Por eso este está siendo un año de recoger fruto para una ganadería madre de la mayoría de las que pastan en el planeta toro.
Está empeñado el actual Juan Pedro en dotar de movilidad y raza a una vacada que siempre ha buscado la excelencia, y este año, siete primaveras después del fatal accidente de su padre, ya está intentando consolidar los productos que él mismo ha seleccionado.
Sin embargo, los premios son pan diario en una ganadería que es madre de más de la mitad de las vacadas actuales. Es el sino que le ha tocado vivir a un hierro erigido como fundamental en toda Feria larga, siempre con tres figuras anunciadas en el cartel.