Andrés Roca Rey es un joven que hace algún tiempo atrás dejó atrás tanto a su familia como a la comodidad de una clase social privilegiada en el Perú para adentrarse en un mundo de plena dureza. Comenzaba una andadura en un lugar donde ya no se le miraba como un niño de tan corta edad, sino como un hombre con toda la barba, pese a no tenerla en ese momento. José Antonio Campuzano vio en él la figura que es hoy en día, apostó sin fisuras y se lo trajo a España para pulir ese diamante que hoy en día brilla en todas las ferias de Europa y América.
Tras años de lucha y constancia consiguió su sueño de convertirse en matador de toros, fue en Nimes, una plaza de la que salieron otras figuras del toreo como Julián López ‘El Juli’, otro niño prodigio que mandó en el toreo a muy corta edad. Andrés, como muchos toreros, tiene una fe inquebrantable en Dios, algo que le ayuda a sobrellevar los momentos malos y a superar cada día esos fantasmas que le revolotean por la cabeza.
Roca Rey: «Creo en la energía que deja en el mundo la gente que se va»
El limeño también es un torero supersticioso —aunque de forma exagerada—; no le gusta dejar nada al azar, sabe que la suerte también cuenta y no quiere que esta campe a sus anchas. La primera vez que toreó fue con siete años: su regalo de cumpleaños, pero ahora, muchos años después, sigue teniendo esa niñez en la mirada, aunque su voracidad en la plaza le haya cambiado el rostro. El peruano es un torero estrechamente ligado a los suyos, a los que están y a los que no, algo que reconoció en una entrevista realizada al periódico El País en diciembre de 2018.
Roca Rey, -que ha visto morir a cuatro jóvenes toreros amigos suyos en estos años, según exponía el citado diario en el reporatje-, habla con los muertos, lo cuenta con naturalidad -añadía el citado medio en este documento-. «Creo en la energía que deja en el mundo la gente que se va. Muchas veces le pido por algo a mi abuela, o a algún familiar o amigo que se ha muerto, y me siento fuerte. Se transmite la energía que han dejado», señalaba al citado diario.
Además de sentir cerca la muerte, ¿sientes la cercanía de los muertos? «No sé si siento la cercanía, pero me siento seguro pidiéndole a ellos«. También se siente cerca de un torero revolucionario, Joselito El Gallo, que murió con 25 años por una cogida, en 1920, siendo uno de los más grandes de la historia. Andrés no tiene grandes supersticiones: vestirse por la derecha, una pulsera morada… pero poco más.
Su evasión del mundo antes de salir al ruedo continúa en una plaza llena de gente, donde se siente solo en medio de la arena. «Delante del toro te abstraes, en los momentos más especiales, cuando te encuentras de verdad bien contigo mismo; luego obviamente hay un público, y quieres tenerlo feliz, pero justamente para eso tienes que estar metido en ti mismo. Si intentas simplemente agradarles, no estás de verdad. Hay que intentar sentirlo para que ellos lo sientan».
Cuando supera el trance, terminada la corrida, cuenta que se siente más vivo que nunca y entonces le gusta regresar entre los vivos, estar con las personas que quiere, comentaba Íñigo Rodríguez en las páginas del diario El País. Andrés sabe que la suerte es caprichosa y que esta es amiga del trabajo y la constancia, por eso no se deja llevar por supersticiones, al menos no de muchas. Vestirse por el lado derecho es una de ellas, o dejar la montera boca abajo, tampoco son demasiadas para un torero que mira a la muerte cada día que se enfunda el chispeante.