JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO
Para poder interpretar el jeroglífico de la carrera de Enrique Ponce hay que ser el propio Enrique Ponce. Para saber sus miedos, sus virtudes, sus errores, sus deseos, sus temperamentos e incluso saber dónde o cómo marrar ante el destino… y para conocer por qué carajo aguanta su incombustibilidad durante tres décadas sin cesar ni un solo día en el empeño de superarse.
Más allá de la liada del palco este sábado de Fallas en la calle de Xátiva, la pregunta que vuelve a rondar a la afición es por qué un tío sigue erguido ante el porvenir con un pasado para enmarcar y nada ni nadie para su ambición futura. ¿Por qué un ser humano arriesga su vida, se expone a la muerte tarde a tarde y, además, lo hace con el único afán de superarse a sí mismo?
Ni el dinero, ni el afán lucrativo, ni siquiera el ganado –puede jactarse Enrique de ser el torero de primera línea que más amplio abanico de ganaderías tiene en su haber-. Solo el afán de superación de un torero al que la historia se le queda corta. Y nunca, jamás, ha querido Enrique quedarse estancado en no encontrar el secreto de su grandeza en el triunfo de esta tarde, porque éste es el que lleva a otro secreto para conseguir descifrar el misterio del jeroglífico que su vida misma lleva consigo.
Fue clave de ese desciframiento su empeño por convencer, tras tropecientasmil tardes en casa, de nuevo una vez a los suyos, a los que vieron crecer al proyecto que hoy aún no ha llegado a su fin porque a la clave del jeroglífico le quedan decenas de tardes de primera. Y la tiene a pesar del palco, que hoy volvió a evidenciar una falta de criterio que no merece más de dos líneas: las que le ofrece esta crónica para desacreditar su falta de justicia esta semana.
Porque tuvo en ese primero sangre para ponerse directamente a torear a pesar de que se le arrancó el animal en el inicio. Y le bajó la mano a diestras para imponer el arma de la elegancia como clave para llegar arriba: los hombros caídos y la mirada en el animal, al que entendió por ese lado. Incluso se atrevió con una recién bautizada bianquina para intentarlo al natural sin éxito. Y la estocada que preludió la trifulca presidencial. Las dos orejas como compensación al error del palco llegaron en un cuarto en el que sí se tuvo que trabajar más el triunfo, pero por convicción le buscó las embestidas al animal, incluso finalizando faena por molinetes de rodillas.
Herido salió Ureña del sexto, un animal con teclas para tocar que intentó el murciano hacer sonar, pero lo pagó con una feísima voltereta de la que se repuso pronto. Las verónicas de recibo y una tanda ligada a diestras al tercero fueron lo más destacado de su comparecencia fallera. No tuvo su tarde Talavante, que pechó con el lote más desagradecido y además se fue entre pitos del coso de la calle de Xátiva.
Mientras, el secreto del jeroglífico que solo Enrique Ponce conoce cruzaba el dintel de la Puerta Grande valenciana.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Valencia. Octava de la Feria de Fallas. Corrida de toros. Casi lleno.
Seis toros de Garcigrande y Domingo Hernández.
Enrique Ponce, vuelta al ruedo y dos orejas.
Alejandro Talavante, silencio y silencio.
Paco Ureña, ovación y oreja.