Por no cumplir, no se cumplió ni el pronóstico de Brasero, que anunció que la tarde de este sábado tendríamos cuatro grados menos que ayer, cuando nos quedamos pajaritos en el tendido cada que a Eolo le daba por respirar. Al contrario, asomó el cálido sol para iluminar unos tendidos que, en principio, según lo cantaron desde taquillas, también deberían lucir varios parches de cemento que, finalmente, se fueron llenando de aficionados hasta casi completar el aforo. Y así todo…
El ganadero de Montalvo también prometió un trapío disminuido por el paso de los toros por El Batán, pero nos encontramos con cuatro cuatreños, los de la lidia a pie, intachablemente serios en sus variadas hechuras, hondos y lo suficientemente musculados como para haber empujado más de lo que finalmente hicieron. Porque virtudes tuvieron los cuatro, con mayor o menor calidad según qué pitón, fijos todos y humilladores, pero con el tanque del fondo roto, pues a medida que iban avanzando las faenas la aguja del gas caía a plomo. Así, las promesas de las bravas embestidas que habitaban en sus buenos comienzos, se desvanecieron hasta la nada.
Excepto en el sexto, un toro más vivo y decidido a embestir desde que pisó la arena. Ya se deslizó con calidad y longitud en las verónicas zurdas, mientras que en las diestras deslucía el viaje. Ginés lo vio pronto y, después de ver cómo los otros toros habían echado pronto el ancla, decidió comenzar sin exigir, sacando al toro con gracia y torería desde los bajos de tendido 4 a los medios. Allí el jerezano, firme, pero con la clara intención de no afligir al buen Montalvo, citó en redondo con cierto afán, como sabiendo que aquello podría durar menos de lo que había pensado. Por eso sus toques resultaron enérgicos, a los que el toro acudió con el poder que le daba el sentirse violentado y protestó enganchando las telas, revolviéndose pronto y haciendo que Ginés, insistente, corrigiera la colocación. Pero algo hizo “click”. Cambio de estrategia. La media altura y el ligero toque de los vuelos como invitación (no como imposición) convencieron al toro de acudir a su aire, a otro ritmo, más suave y delicado. Ese toro no traía aquel tanque roto. Y agradeció el buen trato ritmo y clase, mejor al natural. Entonces el sitio y la pausa se potenciaron ese buen fondo de “Rebujín”, que se rebosó en una serie de derechazos vibrante, ligada, soberbia, adornada con una resplandeciente arrucina. Entonces vino la entrega de ambos, sobre todo al natural, con esa verdad desnuda del toreo puro de Ginés, que desprendió destellos de ese gusto tan suyo. Todavía queda rondando un cambio de mano monumental. La espada viajó certera y la oreja hizo justicia.
Antes, con el tercero, que protestó los finales por el derecho y mostró mejor condición por el izquierdo, quiso el torero exprimirlo en los medios tan pronto como pudiera, pero llevarlo a esos terrenos pareció pesarle demasiado el toro, que acusó el esfuerzo muy rápido y terminó agudizando sus defectos antes de poner el freno de mano e incumplir con el buen fondo que prometió.
A Paco Ureña le prometieron otra cosa, o eso pareció. Porque llegó con una disposición sin mácula, sereno y queriendo. Como si supiera que esa faena que estuvo soñando y rumiando durante el paseíllo se le fuera a cumplir sí o sí. La batalla de quites en el segundo, por apretadas chicuelinas Ginés y por templadas gaoneras Ureña, espoleó al murciano y dejó en el ambiente ese silencio absoluto que en Madrid suena a preámbulo de gloria. Los estatuarios frente al “siete” tuvieron majestad, pero a la hora de tirar del toro para ligar en redondo con esa propuesta de mano baja del lorquino algo se quebró. A Ureña le afearon la colocación desde el tendido y, antes que seguir a lo suyo, acató aquellas voces y se perdió en un mar de intentos sin respuesta, pues el toro dimitió. Y tampoco el quinto le regaló esas embestidas que él seguía mascullando en su cabeza, tan seguro estaba de que vendrían que se puso en el sitio buscando estirar esa clase humillada de poco recorrido del Montalvo, pero toro faltó a su palabra y Paco, frustrado, se fue a por la espada.
Lo de Diego Ventura también supo a poco, aunque no por su culpa. Diego necesita de la competencia, se alimenta de ella y le hace más grande. Seguramente, con otro jinete (cualquiera) en el cartel, lo hecho esta tarde habría adquirido mayor dimensión. Así de bueno es. Pero sin esa referencia, el público parece acostumbrarse a la excelencia y ya no vibra igual. Su lidia al primero fue quirúrgica, la vuelta al ruedo con ese templadísimo galope de costado a lomos de “Fabuloso” fue soberbia y la hermosina supo a homenaje por lo medida que resultó. Pero ni ese quiebro metido entre los tableros ni el par a dos manos, con el toro más aplomado, antes del pinchazo y el rejón definitivo consiguieron esa explosión que suele ser sello de la casa. Entonces sí hizo frío en Madrid. Por eso lo apostó todo con el buen cuarto, del que cosió los pitones a la grupa de “Nómada” en interminables galopes de costado, rítmicos, templadísimos, antes de cuartear en una banderilla y batir al pitón contrario en la otra en el sitio, martillando al estribo, o clavando al aire en una ocasión, para salir de la suerte con garbosas piruetas. Y para subir la temperatura sacó a “Bronce”, ese especialista en espacios reducidos que se metió al toro entre las costillas y cambió el viaje a dos metros de la cara del toro. Quizá, en otro contexto, todo habría sumado más, pero la oreja dio buena fe de que Ventura rayó a un gran nivel, uno mayor del que la tarde aparentó.
FICHA DEL FESTEJO
Sábado, 13 de mayo de 2023. Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, cuarta de abono. Festejo mixto. Lleno.
Dos toros de María Guiomar Cortés de Moura (primero y cuarto) para rejones, y cuatro de Montalvo para la lidia a pie. Impecables de presencia. Fijo y perseguidor, aunque a menos, el primero; de buena clase y escasa raza el segundo; noble y con calidad, pero sin raza el sosísimo tercero; más hondo y de mejor tranco y ritmo el fijo cuarto; gazapón, pegajoso y deslucido el quinto; obediente y con fondo el sexto.
El rejoneador Diego Ventura: Ovación y oreja.
Paco Ureña (ciruela y oro): Silencio y silencio.
Ginés Marín (fucsia y oro): Silencio y oreja tras aviso.
Incidencias:
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO