El reloj de la plaza apenas pasaba de las 21:10 cuando ya debíamos empezar a buscar la salida… y las vueltas a la corrida que habíamos acabado de ver para poder contarla en condiciones. Porque a veces (muchas veces), hay que digerir la tarde para entenderla, para distinguir de ella todos sus matices.
Porque la de José Escolar tuvo muchos. Desde su irreprochable presencia en sus variadas hechuras, alguno más asaltillado que otro, mas con toda su seriedad a cuestas. Pero, sobre todo, por su juego, con más transmisión y emoción los tres primeros, entre los que brilló el tercero, “Cartelero” de nombre, que derrochó bravura en cada envite.
Le cayó en suerte a un Gómez del Pilar comprometido con la lidia desde las verónicas trepidantes del saludo, mientras “Cartelero” enseñaba la patita de su casta metiendo la cara en el percal con intención, codicia y repetición encendida. Lo suyo no era fijeza, era celo. También en el caballo, justamente medido, más allá de que muchos pidieran un mayor castigo sólo por el hecho de verle estrellarse en el peto. Su bravura explotó en la muleta, primero rebosando clase en los doblones del inicio, después con su empuje en las eléctricas series en redondo, desbordando a veces la firme disposición de Noé, que se esforzó en estar a la altura del exigente compromiso, aunque cuando quiso relajar el trazo dejó una mínima ventana abierta por la que se coló el bravo “Cartelero” para levantarle los pies del suelo, afortunadamente sin mayores consecuencias que el susto. Con el toro yendo a más en cada tanda, Gómez del Pilar trató de imponer autoridad por abajo y la faena ganó en intensidad, antes de bajar un punto al natural, como si el toro hubiese notado que vendría bien bajar una marcha para mantener la armonía, aunque tampoco perdonó errores. La estocada puso en sus manos el premio su buena actuación, igual que la vuelta al ruedo honró la raza de un toro bravo. La pena fue que el toro que completó su lote no le abrió ni la más mínima rendija para buscar la puerta grande, pues en sus preciosas hechuras escondió una falta de fortaleza que mereció ver el pañuelo verde.
Al lote de Robleño, en cambio, hubo que ponerle más. Ya el segundo, pegajoso y encastado, pedía gobierno e inteligencia para sacar el oro del barro y en esto Fernando es especialista. Primero supo lidiar por pies para estirar los viajes y resolver la colocación antes de que el toro, con agilidad de gato, le pusiera los pitones detrás de la cadera sin vaciar el muletazo. Así, entre pruebas y lecciones, Robleño se afirmaba en la arena con el tesón de un regimiento para robar un derechazo recio, que después fueron dos y tres en cada serie. Como soltar un gancho de derecha cuando el rival descuidaba la defensa. Un combate en toda regla. La izquierda igual. Emocionante. Pero la espada, ay la espada… Tampoco entró en el quinto, un toro que no dijo mucho, en su gazapeo constante, a pesar el excesivo castigo que recibió, pero al que Robleño supo engañar entre serie y serie para meterlo en la muleta, obligarle a parar lo justo y tirar de él en una única serie de naturales ligada y rotunda, construida palmo a palmo. Era de oreja, negada por el acero.
Y el destino decidió no dejarle ni una opción de triunfo a López Chaves en su última corrida en Madrid. El salmantino, uno de esos hombres que ha dignificado y honrado la profesión en sus 25 años de alternativa, se jugó la vida sin hacer aspavientos ante el infumable primero, voltereta incluida. No se dejó nada Domingo, que mereció al menos una embestida por derecho, una que le permitiera disfrutar el toreo en su última tarde venteña, pero cada cite era una moneda al aire. Tampoco fue en el cuarto, que se desfondó nada más salir del caballo y se negó a moverse en la muleta. Qué injusto es esto a veces.
FICHA DEL FESTEJO
Domingo 14 de mayo. Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, quinta de abono. Corrida de toros. Más de tres cuartos de entrada.
Toros de José Escolar, ddispares de hechuras, pero con trapío. Difícil y peligroso el nada humillador primero, que se defendía en la distancia corta; no regalaba nada un segundo que sabía lo que se dejaba detrás y con el viaje cada vez más corto, pero fue aplaudido en el arrastre; de noble y humillada embestida el bravo tercero, “Cartelero”, nº 63, premiado con la vuelta al ruedo; aplomado, muy venido a menos y sin un solo muletazo el cuarto; andarín el potable quinto; y desfondado el blando sexto.
Domingo López Chaves (grana y oro): Ovación tras aviso y palmas.
Fernando Robleño (azul marino y oro): Ovación tras aviso y ovación tras aviso.
Gómez del Pilar (caña y azabache): Oreja tras aviso y silencio tras aviso.
Incidencias: Al finalizar el paseíllo López Chaves fue obligado a saludar una ovación por su despedida de esta plaza.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
PINCHAR EN LA FOTOGRAFÍA PARA VER LA GALERÍA