A Finito de Córdoba, nacido en Sabadell, la afición catalana iba a verlo a Nimes en aquellas novilladas matinales que allá por finales de los 80 y en las fechas de Carnaval organizaba Simón Casas. Finito no toreaba solo, claro. Alternaba con lo más llamativo del escalafón cono Marcos Sánchez-Mejías, Jesulín, Chiquilin, Manuel Caballero, Antonio Manuel Punta o el explosivo Tono Chamaco.
Después llegó la alternativa, ahora se han cumplido 30 años, y una trayectoria profesional con altibajos pero en la que su impronta de torero de clase sublime, artístico concepto, desgarro también, ha deparado tardes, faenas, acaso sólo momentos pero ¡qué momentos! de toreo excelso.
Muchos de ellos ocurrieron -y yo los vi todos- en esa Momumental de Barcelona que es baúl de los recuerdos de vida y toros para tantos.
Y esta tarde de calor africano en Nimes, ante un gran toro de Ricardo Gallardo, Finito ha dejado claro que el paso del tiempo no ha menguado un ápice de su acrisolada torería.
Si el primero de su lote, después de que Finito dejara primores con el capote y faena de largometraje construida poco a poco, volvió a los (no) corrales de las Arenas nimeñas al fallar en la suerte final, en el cuarto llegó un recital de toreo, en el que los naturales tuvieron tanta enjundia como belleza artística, mientras el toreo a dos manos, las trincherillas, los remates, fueron una pintura en sí mismos, una escultura en movimiento.
Con el maldito virus ya más controlado y si malévolas variantes e incompetencias políticas no lo impiden, la temporada taurina encara los próximos meses con renovados bríos.
Bueno sería que en ella y no sólo por conmemorar la efeméride de sus tres décadas como matador, estuviera presente Finito de Córdoba.
En Nimes acaba de explicar los motivos, por si falta hiciera.