MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ
Comparar una corrida de toros con una tarde en la obra es, cuando menos, osado. Pero hay tardes en las que uno tiene que buscar entre sus herramientas algunas de las que no utiliza normalmente para meterle mano al jornal y, sobre todo, calarse el casco bien sujeto por lo que pueda pasar. Hoy fue una de esas.
Lo propició una corrida de toros de Cebada Gago en la que sólo la humillación en el embroque del segundo, que hubiera colocado la cara mucho mejor de tener más fuelle, se pareció a la embestida que uno espera para triunfar ewn Pamplona. Lo demás fue correa, aspereza, genio y peligro. Mucho peligro. Mucho más del que se percibió a simple vista. Y con esos mimbres no queda otra que tirar de herramientas, mejor o peor manejadas, que hay cosas que no se enseñan y otras que no se olvidan.
Nadie le ha enseñado a Román a manejar su valor. Lo tiene porque le vino de serie, innato, inconsciente. No necesita llamarlo para que aparezca de inmediato. Por eso no duda en echarse de rodillas para pegarle una larga cambiada a la desentendida salida del tercero, y soplarle luego verónicas de rodillas donde el animal le enseñaba la escasa entrega pasando por allí como el que va al mercado; delantales le invitó después a tomar sin que el toraco se enterase demasiado y hasta se echó el capote a la espalda de salida, todo ello sin brillo, pero sí con la conexión del que quiere comunicar una actitud. Poco más.
Porque el valenciano tiene herramientas para no rehuir nunca la pelea, para enzarzarse en la reyerta a navajazos si es preciso y para ligar y ligar a como dé lugar, esperando que se temple el de la rápida embestida cuando se le vaya yendo la gasolina del motor. Y busca las herramientas en su caja Román para fijar con el doble toque la arrancada díscola, para asentarse firme y dejar que pase en el intento de gobernar las series. Esas herramientas las conoce, pero no habló hoy de torear porque sus mayores hitos se han fraguado con un ‘ay’. Y cuando lo cogió para reventarlo ese tercero, ya con la espada hasta los gavilanes, el dramatismo del momento valió una oreja a las magulladuras. Porque pudo pasearla de milagro, visto dónde golpeó el pitón, que pudo traspasarle el pecho y se quedó en varetazo. Fue entonces cuando se acordó Román de que con la corrida de hoy era imprescindible el casco.
También lo sabe Juan Bautista, aunque no todos los que vieron la corrida se percataron del ratito que el cuarto le hizo pasar al francés. Con su carne vareada, su cuello montado y serio en la testa, coronada por un pitón izquierdo de causar pavor, ese Perseguido hubiera sido Satanás de haberse encontrado manos más inexpertas. Porque el galo le tapó defectos a base de emplear herramientas, que Juan sí que es ducho en usar su cinturón. Poder en las series, dejando que pasase a su aire para que no se pusiese más bruto, pero gobernando las series para no dejarlo de la mano. Encontró pronto la distancia Bautista, supo precisar los toques, le perdió pasos a la reposición y se sobrepuso sin un mohín al traguito al que le invitó el de Cebada. Pasó lo suyo Juan, y no se enteró ni Blas. Porque hoy tocó ser profesional y demostrar el momento, aunque se jugase la vida para que el silencio valorase su labor. El profesional que lo vio seguro que le guarda la ovación en la retina.
Y hasta más de una ovación pudo llevarse Javier Jiménez de haberle funcionado la espada con el primero de su lote, ese salpicado guapo y serio al que la escasez de fuerza no le dejó desarrollar su contenido. Porque ese sí le humilló los embroques y le quiso colocar la cara para hacer el toreo, pero vio que le dolía repetirlo muchas veces y terminó por defenderse en los finales sin que el sevillano encontrase las herramientas para mantener su condición. Y sin mantenerla, se fue descomponiendo, y fue más difícil cogerle el pulso, y amarrarle la cara tras los embroques, y limpiar los tornillazos feos en el final del tramo. Conoce sus herramientas también Jiménez, pero hoy le faltó poso a sus conocimientos, que es, en definitiva, donde suelen habitar los premios. Pese a que la estocada al encuentro cayese contraria y ahí se quedase el suyo. Porque con la prenda castaña que trajo quinina en la albarda del sobrero quinto bastante hizo con salir de pie. Era de casco.
Como lo fue casi toda la corrida de Cebada Gago en la feria de cumplir tres décadas acudiendo a la capital navarra, porque otras herramientas habrá que componer para convertir en bravura el genio. Y eso, señor ganadero, no se lo auguro nada fácil.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Pamplona. Tercera de la feria del Toro.
Corrida de toros. Lleno.
Seis toros de Cebada
Gago, bien presentados y serios, y un sobrero de Salvador García Cebada, quinto bis. Espeso y sin empleo el melocotón primero; con cierta clase y la fuerza muy justa el segundo; probón, mirón e informal el descompuesto tercero; complicadísimo y sin ritmo el muy exigente cuarto; devuelto el quinto por partirse un pitón; áspero y renuente el deslucido quinto; geniudo, mirón y correoso el sexto.
Juan Bautista (corinto y oro): silencio y silencio.
Javier Jiménez (blanco y oro): silencio y silencio.
Román (obispo y oro): oreja y ovación.